Género – 2004

20040113. Embarazos compartidos.

                                       Por fortuna para mi sexo, todo quedó en un susto morrocotudo. Cuando leí en la prensa que un hombre había ganado la recompensa ofrecida de un millón de dólares a quien resolviera el problema, creí que se refería al premio que espera al primero que consiga quedarse embarazado, cuando en realidad sólo se trataba del ofrecido al que resolviera un, también embarazoso, problema matemático, la conjetura de Poincaré.

                                       Sin embargo, el alivio  es sólo temporal, y la alarma puede volver a sonar en cualquier momento. ¿No hay ya madres de encargo? La posibilidad está cada día más cerca de tener “padres de encargo”, que lleven ellos todo el embarazo del óvulo fecundado, como hacen los caballitos de mar. Y no es difícil predecir el enorme agravamiento de la guerra entre los sexos que podría suponer el reparto entre los cónyuges de las “cargas embarazosas”.

                                        De ahí la importancia que tiene, máxime para los varones, por supuesto, preparar formas alternativas, extracorporales, de llevar a término una gestación, como ya se hace en parte con los prematuros. Mientras sólo gesten las mujeres, todavía habrá machistas que digan que eso sería antinatural, un “contra-Dios”. Pero más vale que ofrezcamos caballerosamente  oportunidad a las mujeres que el que nos toque también a los varones el soportar esa carga, o que incluso las mujeres insistan entonces en que asumamos solos durante otros milenios ese trabajo. Sería una explicable venganza histórica contra la desidia de un sexo masculino, que sigue diciendo “ahí me las den todas”, mostrando más interés en dedicar recursos a conquistar estériles espacios extraterrestres que en liberar de su carga a los, por su responsabilidad,  fecundos cuerpos de las terrícolas.

20040115. Lidia Falcón, narcisista.

                        Mucho valor demuestra Lidia Falcón al emplear una explicación racista para explicar el frenazo en la lucha por los derechos de las mujeres: las jóvenes han “degenerado”; y con ese mismo argumento racista prueba que ella, Lidia Falcón, sea tan estupenda: por “genética”, “por ser nieta y bisnieta de gigantes”, con “pedigrí” (sic).  Esa lógica es más agradable a la autora de “La razón feminista” que reconocer –ni siquiera hoy, con la objetividad, claridad y hasta facilidad que le permitirían los años- que fue la mala orientación que dirigentes tan exclusivistas y autoritarias como ella dieron al movimiento la que apartó a las personas sensatas de extremismos tan contraproducentes como su Partido Feminista.

                          Las feministas que públicamente salían, y algunas aún salen, haciendo con la mano el signo de la vagina, no son menos sexistas, fascistas del sexo, que los varones que salieran haciendo con la mano el signo del pene. Bien demostraron esas líderes feministas que su meta no era la igualdad y la democracia, sino la revancha y la dictadura del sexo, femenino en ese caso. Los mismos males, pero con otros beneficiarios, que el patriarcado.

                       Hay, pues, que aconsejar a Lidia Falcón que aprenda mirarse con realismo al espejo, para no tener tanto complejo narcisista de verse en él, según tiene el valor de añadir, como prácticamente perfecta, mientras critica acerbamente a las demás mujeres; ya que, para cambiar algo el mundo, como dice pretender, conviene que cambie primero un poco ella, dedicando algún tiempo a la autocrítica y mejoramiento personal.

20040720. El hombre es el mal.

                                            Un humorista dibuja en su viñeta, de que “El 90 por ciento de los hombres no maltrata a su pareja”. Algo hay que hacer, aunque sea en clave de humor, para que se nos permita reivindicar lo que realmente somos la mayoría de los varones, contra generalizaciones tan explicables como injustas por parte de algunas mujeres, que quieren compensar el pasado maltratándonos ahora, al menos virtualmente, a nosotros.

                                           No se trata sólo de excesos de una mujer violada, o de corpúsculos ultrafeministas. Nada menos que la directora general de Amnistía Internacional, Irene Khan, acaba de publicar un artículo sobre el maltrato a la mujer, en el que afirma rotundamente, con una generalización tan absoluta como impresentable que “los hombres lo niegan”. Estamos en pleno dualismo, el que la mujer es el bien y el hombre el mal, ideología maniquea que no puede sino perpetuar el conflicto y alejarnos de una solución real, pacífica y duradera del problema.

20040906.  Algunos problemas teológicos del antiabortismo.

                                            Hay personas de buena fe, y de mucha fe, que creen que la religión consiste en una verdad inmutable, por la que están dispuestos a sacrificar incluso su vida, la de su hijo único (como Abraham) o la de sus vecinos, como vemos desde Irlanda y España hasta Israel e Irán. Quizá unos hechos recientes puedan ayudarles a vivir (y vivir mejor) a ellos… y a nosotros, mostrándoles que esos dogmas, o «verdades inmutables», son ignorados o cambiados por la misma jerarquía católica…. «en favor de la religión».

                                            Se ha suicidado el obispo católico J. Joseph en Pakistán, para protestar por la persecución que ahí sufren los católicos, a pesar de que el suicidio es un pecado mortal que por su misma naturaleza lleva directamente, según el catolicismo, al infierno. El mes pasado, la Conferencia Episcopal católica de Suráfrica dejó comulgar al presidente Clinton, a pesar de que, según su misma doctrina, sólo los católicos pueden comulgar. El mismo Papa Wojtila afirmó en Roma que «usar anticonceptivos es ateísmo» cuando, según la verdad católica, usarlos sería en todo caso un pecado contra la moral.

                                                Un último, general y permanente ejemplo de cambio de «verdad». Si hay algo que distingue ahora a nivel mundial a la Iglesia católica es su oposición frontal al aborto, afirmando que existe un «alma» antes del nacimiento (como antes vivía de afirmar la existencia de un «alma», de una persona entera después de la muerte, en lo que ya pocos, aun entre los católicos, creen); más que la Iglesia de la vida ultraterrestre es hoy la Iglesia de la vida intrauterina, preterrestre, la Iglesia del aborto. Pero ahora sabemos que la mitad de los fetos abortan espontáneamente. Dios (o la Naturaleza que  Él hizo sin darle libertad para evitarlo, lo que le implica por igual) sería, pues, el mayor abortista.

                                                         Por otra parte, para que esa mitad de fetos («almas») pudiera ir al cielo, lo que constituye el tema más serio e importante que pueda concebir un católico, habría, pues, que bautizar en el útero materno al posible feto concebido tras cada acto sexual, como ya hacen en determinados casos de embarazos avanzados. El que no se haga esto (más aún, se considere que afirmar esta lógica consecuencia es un intento de ridiculizar su doctrina) pone al desnudo que ni los mismos jerarcas católicos creen en serio lo que predican sobre el aborto. ¡Dios nos libre de los guías ciegos… y de quienes les hacen caso!

20040906. Presiones antidemocráticas contra el aborto.

               En clara proyección freudiana, una señora de Palencia acusa a los medios de difusión de no saber todavía lo que es democracia por decir que se «ha presionado intolerablemente a los diputados» sobre el tema del aborto, declarando que la democracia consiste precisamente en el derecho a presionar a nuestros representantes. (Diario 16, 29-IX-1998).

                Por supuesto, señora, pero presionar hasta cierto punto: no con una pistola, ni con chantajes parecidos, como llamarles «asesinos» si no piensan como usted. Yo comprendo que no aprecie la diferencia, porque es obvio que usted no es demócrata. Lo confirma sin querer de nuevo en resto de su argumentación: porque si en alguna huelga u otra manifestación de la izquierda se han sobrepasado también las normas de convivencia democrática, un demócrata las denunciaría, sí, para erradicarlas; nunca, como usted, para decir «¡Pues yo también actuaría de esa forma!».

20040906. Por qué batalla ahora el catolicismo contra el aborto.

               En épocas de corrupción la política deja de ser la justa (equitativa y limitada) administración de las cosas públicas para multiplicar su intervención abusiva en muchos campos. En modo parecido, en épocas de corrupción y decadencia religiosa, los jefes religiosos multiplican abusivamente sus intervenciones desviadas en otros campos para mantener o adquirir más poder.

               El ejemplo hoy más relevante de ese abuso (ir)religioso es cruzada integrista emprendida hace unos lustros por la que ya se conoce en algunas partes como «Iglesia del aborto», la jerarquía católica dirigida desde el Vaticano. Algo asombroso para quien utilice algo su razón y no solo una fe cegadora, puesto que 1) Casi siempre, diecinueve de sus veinte siglos de existencia, esa jerarquía admitió hasta las 40-80 semanas ese aborto que hoy califica siempre de «horrendo crimen». 2) Que esa «defensa de la vida» del feto es tragicómicamente incongruente con su menosprecio de la vida de los niños reales y nacidos, ya que podría salvar del hambre y la muerte a muchos millones cada año con el esfuerzo que dedica a intentar salvar fetos.

               Ese cambio radical de posición y esa brutal incongruencia tienen, por supuesto, profundas razones de conveniencia, que la jerarquía católica tiene buen cuidado en ocultar:

               1. La represión de la sexualidad ha sido siempre uno de los pilares fundamentales para mantener sometido, castrado, a su rebaño; como hoy ya hay tan pocas incluso entre sus ovejas que crean en el infierno, debe insistir en los castigos «aquí abajo»; y ya que no puede impedir como antes que se curen las enfermedades venéreas (aunque sigue condenado el condón, incluso ante el SIDA), y casi ninguno de los suyos le hace caso en su prohibición de la anticoncepción, se concentra en prohibir el aborto como última trinchera para que el temor a tener un hijo no deseado reprima los instintos sexuales naturales de los suyos.

               2. En épocas de más fe, «los cristianos no nacían, sino que se hacían» (por conversión), como decía Tertuliano. Hoy, que cada vez se «desconvierten» más los pocos que quedan, la prohibición de todo aborto -como de la anticoncepción- hace que esos pocos fieles tengan, a su pesar, más hijos.

               3. El descrédito generalizado, incluso entre los suyos, de la vida del «más allá», no sólo respecto al infierno, sino al mismo Paraíso, Purgatorio y Limbo (que ya ha tenido que quitar ella misma por el total descrédito en que había caído) le hace intentar también aquí crear otro mundo lleno de personas, no tan increíble como después de la muerte, sino antes del nacimiento; menos fantasmagórico, más real, biológico, considerando ya como personas a los fetos como antes a los despojos de los muertos, y medrar así con de lo que saca de esa creencia, en cuanto guardiana de ese nueva versión del Limbo, procurando que se crea con fe ciega que los fotos son ya personas cuyo porvenir depende fundamentalmente -como ante el de los muertos- de seguir las órdenes de los jerarcas católicos.

20040906. Aborto y democracia.

                              Excluyendo incluso otras circunstancias lamentables, como los politiqueros cambios de algunos parlamentarios, las sucesivas votaciones a empate y el triunfo -por ahora- de una de las partes enfrentadas en torno a la ley del aborto, por sólo un voto entre tantos centenares, no es imputable al sistema democrático, sino a su mala aplicación por malicia de unos e incapacidad del resto. Recordemos otro pésimo «ejemplo» de múltiples votaciones decididas por escasísimo margen en torno al cincuenta por ciento, ayer sobre la independencia de Quebec, mañana -si somos tan irresponsables- mucho más cerca, también en España. En todos los temas transcendentales debe requerirse una mayoría también muy cualificada, al menos de dos tercios.

                              En el caso del aborto, en mi opinión, hay todavía mucho más. La teoría política franquista que aprendieron quienes hoy nos gobiernan creía rebatir la democracia diciendo que si la mitad más uno decidían que Dios no existía eso sería lo que valdría. «Ignoraba» que la democracia consiste, más que en la decisión de la mayoría, en el respeto de las minorías, incluso de uno sólo, en sus derechos fundamentales. Entre ellos, en primera línea -máxime para las mujeres, a las que así se viola no sólo su opinión y conciencia, sino hasta su cuerpo- el de no ser obligado a tener un hijo a la fuerza.

                              No ignoro que el caso del aborto es especialmente complejo, habiendo una parte de la sociedad que sostiene que el feto también tiene derechos fundamentales. Sin embargo, la sociedad y la ley ya existente ya han decidido, en otros casos (malformaciones congénitas, violación) que los derechos del feto son inferiores y deben ceder a los derechos primarios y para todos indudables de la mujer. Estos, en principio, no deberían tener ninguna limitación ni darse ninguna votación al respecto; pero de hacerse, en este caso especialísimo de posible conflicto de derechos fundamentales, tendría que requerirse para tal limitación una mayoría correspondientemente muy cualificada, y no simple como hasta ahora.

20040906. Fanaticos y oportunistas sobre el aborto.  

          Debo respetar y respeto «incluso» a las personas que sincera y consecuentemente no piensan como yo en temas fundamentales, porque creo que son honestas como yo procuro serlo. Pero quienes por intereses partidistas cambian repentinamente su voto y contribuyen así, mediante una ley, a eliminar centenares de miles de fetos a los que creen ya personas (o a violentar a otros tantos centenares de miles de personas a tener un hijo, no importa aquí en qué sentido hagan el cambio) muestran una bajeza moral sin nombre, y en modo alguno merecen ser parlamentarios, representantes nuestros.

          El que esa falta de escrúpulos haya sido casi exclusiva de los nacionalistas muestra también que no es exagerada la denuncia de muchos observadores de que el nacionalismo, al contrario del patriotismo, consiste en el fondo en una búsqueda del poder sin escrúpulos morales, como el nacionalsocialismo alemán y el fascismo italiano. Aquí tenemos, por desgracia, varios ejemplos de esos integrismos laicos, que no dudan en violar y matar para mantenerse o conseguir el poder, creyéndose cada uno de ellos, como antes cada religión, especialmente santo e indiscutible, máxime al realizar lo que en los demás denuncian ser abominables salvajadas.

20040906. Ignorancia o embuste de algunos antiabortistas.

            Muchos otros se pronuncian también rotundamente sobre todos los temas, pero en los bares, sin graves consecuencias; los políticos, en cambio, encuentran eco en los medios, y a veces hasta imponen por ley sus opiniones, sin consultar siquiera a los expertos… sobre todo cuando temen que no les van a decir lo que desean oír.

             Hace tiempo, por ejemplo, que los demógrafos están de acuerdo en que los hijos ilegítimos no ayudan a aumentar la población, pues su nacimiento no deseado hace que las madres no quieran o no puedan -económica, social o psicológicamente- tener más descendencia. Algo parecido ocurre con el hijo no deseado tenido por no haber consegui­do abortar, incluso si se entrega en adopción. De ahí que -independientemente del juicio moral que merezca para cada cual el aborto- el impedirlo «para que aumente la pobla­ción», como argumentaba estos días Fraga, es exactamente lo contrario de lo que sucede en realidad, yendo -contra un superficial «sentido común»- la prohibición del aborto contra el aumento de población y de «vida» que Fraga y los suyos dicen favorecer.

20040906. Amar al feto más que a las personas.

                               Con motivo de la campaña electoral se ha puesto de nuevo en circulación un corrompido texto de Jesús: «En esto se conocerá que sois mis discípulos, si amáis a los fetos más que a vuestros prójimos».

                               Ese falso y bárbaro mandato, que ha llevado a matar a mujeres, enfermeras y médicos en nombre… del Evangelio (sin que esos asesinatos hayan sido debidamente condenados por la jerarquía católica) está siendo empleado ahora en la práctica por los obispos españoles. Porque en vez de insistir en denunciar el abandono de la doctri­na central del cristianismo, la caridad para con todos y en especial para con los pobres, en los ayuntamientos y en Europa -tema que temen disminuya sus propios ingresos-, los jerarcas católicos exhiben una hipócrita piedad… para con los fetos, cuando en realidad el tema está fuera del ámbito de estas elec­ciones, al no ser estatales.

                               ¿Cómo es posible ese aborto… de cristianismo, tanto fariseís­mo, tanto cinismo en nombre de la religión y de la moral? No se puede aguantar, y así lo ponen de manifiesto los ciudadanos, que cada vez asisten menos a las ceremonias de esos malos «pastores», y pagan menos el mal llamado «impuesto religioso», (en realidad, «clerical», ya que casi todo va a salarios del clero), ese 0,5 del IRPF por el que no tienen empacho en competir con «otros fines de interés social», es decir, con los pobres.

20040907. El conflicto sobre el primer apellido.

          ¡Ya está! Ya ha pasado lo que todos -que no todas- temíamos. Se acaba de proponer públicamente que, puesto que la mujer sostiene y pasa fatigas por el hijo, se anteponga su apellido al del presunto varón. Como quien lo propone, casual­mente una mujer, dice que no es feminista, tampoco me pondré yo en plan machista a decir que los varones sostenemos y pasamos fatigas también por los hijos no sólo nueve meses, sino también diecinueve y hasta veintinueve años, con lo que la diferencia, un tres por ciento, resulta insignificante…. No. Partiré del supuesto de que, si no iguales -«¡viva la pequeña diferencia!»-, somos equiva­len­tes.

          El nombre lo pone, y antepone, el que manda. Si anteponer el del varón es machista, sería hembrista, o feminista, el anteponer el de la mujer. Los apellidos com­puestos, -que es un poco la solución española frente a la del más machista «gallo» francés que ella cita-, por mantener una precedencia, vemos que ya suscita reclamaciones. Así pues, para sortear esta dificultad, creo que la única solución justa y democrática -excepto la de consultar al pueblo, es decir, al retoño, cuando éste pueda votar- sería la de sortear cuál de los dos será el primer apellido en el primogénito, y anteponer el apellido del perdedor al segundo hijo (y esperemos, a pesar del señor Ogino y tantos otros, que haya suerte y no venga un tercero, con tanto paro y superpoblación mundial). Una forma sencilla de efectuar ese sorteo sería poner al primogénito el apellido del sexo contrario (en honor al señor Freud) al que le ha tocado en suerte al nacer.

          Sin duda, la solución radical y perfecta para éste y otros muchos problemas los daría la clonación, pero como esta novedad todavía resulta blasfema o malsonante para tantos, más o menos bien nacidos «a lo que salga», no voy ni a mencionarla.  

20040907. Contrato matrimonial sobre los  hijos.

               El que se pueda poner a los hijos como primer apellido el de la mujer es un paso más hacia la igualdad, aunque haya legislado aún que en caso de desacuerdo prevalezca el del varón. Más ecuánimes, algunos parlamentarios proponían que decidiera el juez.

               Este tema es un argumento más para preocuparnos por planificar mejor la familia, hoy que está abierta a tantas opciones, algunas incluso impensables en el pasado. Antes de casarse, un nuevo «libro de familia» debería incluir un contrato entre las partes sobre una serie de temas vitales, más aún que los económicos. Tales serían, en este ámbito, la decisión sobre el número de hijos a tener, el calendario aproximado de su nacimiento, los métodos anticonceptivos utilizables, el orden en los apellidos de los hijos, la decisión sobre su educación religiosa, etc.

               Ese contrato no sería una panacea, pues pueden intervenir después otros factores; pero evitaría muchos conflictos imprevistos, mucho dolor y muchos «daños colaterales» al conjunto de la sociedad.

20041126. Repercusiones del maltrato.

                           Con ser tan graves en ocasiones las secuelas del maltrato físico, hasta llegar a la muerte de la agredida, no son menos dañinas sus secuelas psíquicas, que pueden crear una especie de cadena perpetua anímica, un aprisionamiento perenne en las cavernas del miedo y del odio al agresor machista… y a todos los varones. Con la agravante, tan perjudicial como poco ponderada con frecuencia, de que esas enfermedades psíquicas son contagiosas, pudiendo un solo abuso machista provocar desastrosos resultados en muchas mujeres, no sólo en la directamente afectada por el mismo.

                           La violencia contra una mujer sirve así de “ejemplo” para que muchas “aprendan” a temer y odiar a su pareja, e incluso al sexo masculino en general, lo que perjudica a toda la sociedad sana, es decir, a cuantos buscamos una relación justa y agradable con el sexo (que no debiera ser) contrario. De ahí que, en beneficio de todos, tales transgresiones estén empezando a recibir una particular atención, y recibir su merecido castigo. Aunque también aquí hay que ser prudentes, y evitar el exceso de celo de los convertidos, no sea que, por una explicable reacción pendular, caigamos aquí en abusos contrarios que, lejos de ser “compensatorios” por el pasado, resultarían no sólo injustos, sino contraproducentes para llegar pronto a la meta de una sociedad realmente democrática en este terreno básico para excluir la violencia del conjunto de las relaciones humanas.