La frase quizá más típica del artero proceso separatista fue su «En catalán, por favor». Prácticamente todos los catalanes sabemos castellano; e incluso tras dos generaciones de creciente opresión independentista, todavía 6 de cada diez declaramos que es el idioma que utilizamos de ordinario. Al principio, el «En catalán, por favor» sonaba como una súplica razonable. Después, fue tomando el acento de una crítica cada vez más fuerte por su ausencia. Por último, desde hace muchos años, cuando los independentistas fueron tomando el poder, fue una neta exigencia de exclusividad, cada día más violenta: desde tachaduras, rotura de cristales y pintadas amenazadoras, hasta multas contra quienes no titulaban en catalán.
Ahora, junto con otras indignidades, ha aumentado aún la violencia precisamente en la manifestación del 26 de agosto por las víctimas de los atentados, en su mayoría no catalanes. Un sector numeroso de independentistas rechazaba tiraban e incluso las rompías masivamente -véase la documentación gráfica adjunta-, pero en cuya manifestación una parte muy importante de los manifestantes rechazaba y tiraban las pancartas que no estuvieran en catalán, dañando incluso el coche en que yo traía.
Quien emplea métodos fascistas es fascista; aunque, para disimular, intente decir que lo son los demás, que sufren su violencia. Eso es lo que nos esperan a los catalanes como acaben, gracias a su creciente violencia, por imponerse del todo y gobernar totalitariamente, bajo capa izquierdista, como otros fascismos de infame memoria: en España mismo, hasta Franco se disfrazó al principio con el mono azul obrero de la Falange y los catalanes sufrimos ya entonces -mi madre, lo recuerdo siendo yo aun niño- la prohibición de hablar el idioma que deseáramos en cada momento, por lo que tuve emigrar 25 años durante el franquismo y después de mi tierra catalana y mi familia, perseguido por estos nuevos nacionalistas fascistas que tan perfectamente lo aprendieron de Franco.