La noche es para los ladrones clásicos; el verano, en el que desarticulamos demasiado nuestras sociedades, para los genocidas. Así estamos viendo con qué feroz eficacia consuma Israel su genocidio de los habitantes de “la tierra prometida”, con la excusa de un mandato de su proyección endiosada hace más de tres milenios, cuando eran nómadas; “justificación” que sacralizó también las guerras santas islámicas y las cruzadas cristianas; hasta Trump ha hecho su campaña con Biblias con su firma y da un apoyo decidido a esos feroces genocidas.
Ya lo denunció hace dos milenios Lucrecio: “¡A tantos males nos impulsó la religión!”. Ella nos amordaza aún con frecuencia a quienes nos esforzamos por ser una especie razonable, realmente humanitaria, cuando por esa y otras barbaries, estamos a punto de perecer todos, al haber inventado armas que pueden destruir, entera, nuestra especie.