Parece evidente, casi tautológico, que el mejor sistema social es el que permite vivir más tiempo y mejor. Antes ambas cosas eran por lo demás casi sinónimas: para vivir más tiempo la población tenía que estar mejor alimentada, vestida, alojada, etc. Sólo en los últimos decenios los avances sanitarios han hecho posible vivir más tiempo y peor a una parte creciente de la humanidad, a la que antes la muerte evitaba una larga vida de privaciones.
Pero, sin olvidar esta enorme contradicción actual, hemos de constatar el gran triunfo vital de la civilización industrial, que ha hecho aumentar el promedio de vida antiguo, entre 20 y 30 años, hasta 50, 60 e incluso, en los países más industrializados, hasta los 75 años. La duración de la vida se ha más que duplicado, por lo que hemos de planificar todo el ciclo de nuestra vida de un modo muy distinto. Faltos de precedentes, hemos de modificar toda nuestra estructura social y nuestras costumbres (moralidad), para que esa nueva vida de que disponemos sea fructífera y no, mal llevada, fuente de nuevos problemas. Analicemos algunas delas modificaciones más importantes que exige esta revolución biológica de la vida humana.
- Una disminución de los nacimientos. Antes, una cuarta parte de los bebés moría en los primeros meses, y otro cuarto de los nacidos perecía antes de los 15 años. Para que quedara un hijo que les cuidara en su vejez y perpetuara la especie, los padres debían tener al menos 5 o 6 hijos. Esa es la cifra que siguen teniendo en los grupos y países que no han asimilado el cambio; al sobrevivir casi todos, ocasionan gravísimos problemas sanitarios, económicos y sociales.
- Un nuevo papel de la mujer. Con un promedio de vida de 30 años, y un matrimonio que duraba sólo 15 años, por muerte de uno de los cónyuges (lo que hacía menos necesaria la alternativa del divorcio), la mujer, que debía parir 5 o 6 hijos, pasaba casi toda su vida adulta embarazada o con hijos muy pequeños. Hoy en cambio sólo engendra 2 o 3, y como el matrimonio dura unos 45 años, la mayor parte de su vida adulta no está pues ya ocupada con la maternidad, por lo que se comprende la cada vez mayor incorporación a otros tipo de actividad social.
- Invención de la juventud. Cuando la vida activa de aquella mitad de los nacidos que conseguía llegar a los 15 años apenas podía esperar a prolongarse más de 25 o 30 años, se comprende que el aprendizaje comenzara pronto, siguiendo cada cual el oficio paterno: de la niñez se pasaba sin transición a la vida adulta. Hoy en cambio hay tiempo para prepararse para una vida activa de una duración casi duplicada, que por otra paila exige más preparación técnica, que de ordinario ya no pueden dar los padres. En estas condiciones, los países industrializados han reinventado para casi todos los adolescentes un período que antes era propio sólo de las clases dirigentes: «la juventud», período que se quiere presentar como biológico y «natural», pero que su misma aplicación a grupos de edad muy diferentes, entre los 12 y los 30 años, en diferentes países, muestra su carácter artificial y social. El exceso de población y consiguiente escasez de empleos llevan a prolongar ese período de preparación mucho más de lo que exigiría el aprendizaje de las técnicas, abrumándoles con exigencias de conocimientos superfluos y con exámenes y oposiciones que antes estaban reservados a los aspirantes a mandarines; todo lo cual está muy conscientemente planificado para impedir que esos «jóvenes» no puedan competir con los adultos por los puestos de trabajo y de poder. Bajo especiosos halagos, como antes a la mujer por su «feminidad», la sociedad exalta la «juventud» de las nuevas generaciones para mantenerlas discriminadas.
- Aparición de la «tercera edad». Respecto a los «jóvenes» lo que se ha hecho ha sido inventar un nombre para un grupo de edad, por ejemplo de 15 a 24 años, que antes no sólo ya existía, sino que era mucho más numeroso en proporción (un 20% de la población en las sociedades tradicionales y hoy en los países subdesarrollados) a lo que hoy es en los países industrializados (sólo un 14%). Pero respecto a los mayores de 65 años se ha dado por el contrario en los países industrializados una multiplicación de esos grupos de edad, hasta un 15% o algo más del total de la población, y no sólo del dos al cinco por ciento como en los países subdesarrollados o en los países de antaño. Los errores respecto a este grupo de edad de mayores son especialmente graves en sí y en sus consecuencias. No se ha querido comprender el hecho, por lo demás palpable y evidente, de que el alargamiento de la vida ha sido en realidad una prolongación de la juventud biológica, y que los «viejos» de hoy tienen una vitalidad y conservan una juventud que no poseían antes hombres y mujeres 20 o 30 años más «jóvenes», pero en realidad envejecidos por privaciones y enfermedades hoy desaparecidas en el mundo industrializado.
Aquí también, el exceso de población posibilitado por ese mismo alargamiento de la vida ha fomentado esa falsa clasificación de los hoy mayores como si fueran los antiguos viejos (en realidad, envejecidos), para discriminarlos, jubilándolos como «inútiles», como vimos se ha discriminado también a los denominados «jóvenes» para mantenerlos asimismo fuera de los puestos de trabajo y poder, exagerando su inmadurez y necesidad de prolongada preparación.
El exceso cuantitativo de vidas, numéricamente contadas, lleva a perjudicar la calidad de vida de todos, y a discriminar de modo especial ciertas etapas de la vida por las que hoy todos o casi todos debemos, y queremos, pasar: no sólo la de los «jóvenes» -a la que vimos antes no llegaba la mitad de los nacidos y hoy en cambio alcanzan casi todos-, sino también la de la nueva y joven «vejez», ya que si antes sólo un 3% llegaba a los 65 años, hoy en los países industrializados llegan a ella más de los tres cuartos de la población, e incluso entonces les queda en promedio más de 15 años de vida. Fomentar o incluso sólo tolerar las causas de esa discriminación constituye por lo tanto una manera increíblemente inadecuada de prepararse para esa última etapa de una vida que hemos alargado pero que aún no sabemos aprovechar bien en muchos aspectos.