«Vete hijo» o «vete papá», he ahí el dilema

La traducción española de -Yo, tu padre•, de Christiane Collange está propician­do la reflexión en torno a las relaciones familiares. Collange dice que, en la actual crisis económica, los hijos, que no encuentran trabajo, se aferran al nido hasta pasados los veinte e incluso treinta años, y dan por sentado que sus padres deben sacrificarse indefinida­mente por ellos.

Hay que analizar en su contexto este tema tan importante como apasionado. Aunque la actual crisis económica y cultural lo ha agudi­zado, su base es biológica. Antes, hace más de un siglo en Europa, decenios en España, el promedio de vida de las personas era de 30 años, Hoy es 75. De ahí que el hijo tuviera en promedio 16 años cuando moría uno (el pri­mero) de sus padres, y 32 cuando moría el segundo. Hoy, en cambio, la muerte del pri­mero de las padres no se da hasta cerca de los 60 años del hijo.

En aquellas circunstancias históricas en que se formaron nuestras costumbres: morali­dad, legislación, etc. El conflicto entre gene­raciones se resolvía de forma biológica, por la muerte de los padres, excepto en los raros casos de extrema longevidad de éstos, lo que originaba tensiones y aún tragedia que nos recuerda la literatura de la época. El hombre medio, agricultor en ocho o nueve de cada diez casos, veía en efecto morir a uno de sus padres en su adolescencia, edad en que se casaba, siendo pues dos contra el progenitor sobrevi­viente que, aunque fuera el padre, debía ceder entonces el mando de la casa y el campo a la nueva pareja que eran, no sólo más en número, sino más fuertes físicamente, ya que la decadencia comenzaba entonces muy pron­to, en torno a los 30 años de edad. Recordemos también que en el campo no había un desem­pleo declarado y total, pues todos podían contribuir a aumentar el producto global, aunque hubiera tantas personas que los rendimientos por trabajador fueran decrecientes. Estos datos objetivos nos muestran que el problema es mucho más vasto… y recíproco. No es sólo que los hijos hoy no quieran independizarse y marchame, sino que los padres tampoco les dejan el puesto de trabajo y de alojamiento como antes.

La solución no puede ser individualista y egoísta. Ni los padres pueden decir sin más: -Vete, hijo• (muérete de asco), ni, por supues­to, los hijos deben, con chantajes también autodestructivos, decirles: -Vete, papá» (muérete). En las familias con bienes eco­nómicos la solución puede ser fácil: repartir antes de la muerte de los padres (que vimos llega 30 y más años después) parte de la herencia, de modo que padres e hijos tengan lo suficiente, y puedan vivir sin estorbarse, inclu­so en casas separadas.

No se resuelven las cosas enfrentando a las generaciones, dando la razón a padres o hijos, favoreciendo a uno de los dos egoísmos forja­dos y enfrentados por ese sistema, sino toman­do conciencia del cambio biológico que se ha dado y tomando las medias obvias para ade­cuarse a él.

Este tema es de especial importancia para nuestro país, porque aunque las madres y padres estén todavía menos conscientes que en Francia de la explotación de que son víctimas, no tanto por los hijos cuanto por la sociedad con ocasión de esos hijos, esta explo­tación es aún objetivamente muy superior a la que existe en Francia. Baste recordar que el número de hijos tenido por la generación anterior, de 1955 a 1975, hizo aumentar en diez millones el número de españoles, lo que pesa en modo aplastante hoy sobre las fami­lias y el país, sin que esto sea por supuesto culpa de esos hijos.