Poco a poco, los españoles vamos dejando una mentalidad agresiva que exalta a quien utiliza su cabeza, no para dialogar y convivir mejor, sino para embestir y liquidar al prójimo. como varonil deporte y «fiesta nacional». Pero todavía queda mucho por hacer, como muestra el que en un solo día, el 9 de septiembre, tres grupos hayan apelado a la «dialéctica de la bomba», a la «razón de la fuerza», menospreciando la fuerza de la razón para intentar imponer su concepción moral, religiosa o política.
La condena de estos atentados y la compasión por sus víctimas inmediatas es tan general como superficial e ineficaz, porque se atribuyen a «cuatro locos» y no se quiere tomar conciencia de sus raíces en el conjunto de nuestra sociedad, que mantiene aún una mentalidad de intolerancia de la que surgen de modo espontáneo y periódico esos frutos mortíferos. No será pues posible encontrar una solución mientras no reconozcamos de verdad las raíces absolutistas de las que esos exaltados, embriagados por su aparente papel de libres protagonistas, no son en realidad sino meros ejecutores, verdugos que a su vez son víctimas.
Una de esas bombas explosionó en una librería barcelonesa, que vendía material «pornográfico». No importa el hecho de que en España, como en otros países, haya disminuido la criminalidad sexual desde ese «destape», ni que en general los sexólogos reconozcan el papel curativo de ese material erótico respecto a los complejos que ensombrecen la vida de tantas personas y familias. Se sigue defendiendo, hasta la muerte… del otro, la insanidad e inmoralidad de esa «pornografía», con un sadismo increíble, del que no es responsable sólo la ultraderecha: incluso el Gobierno «socialista» ha reinstaurado la censura, con las salas X, y tiene pues su cuota de responsabilidad en la represión sexual que esos ultras llevan a sus últimas consecuencias. Otras de esas bombas ha estallado en un cine de Valencia, en el que se proyectaba la película «Dios te salve, María», de Godard. En nuestra modesta pero, como espectador y religiólogo, documentada opinión, el film debería ser alabado por los círculos católicos, como ocurrió hasta que se impusieron las corrientes más integristas. Estas ven en toda glosa o semejanza al dogma católico, no ya, como tantos santos padres, una «anticipación» o «preparación evangélica», sino una «burla satánica» del
cristianismo: y como los neoconversos emperadores romanos enviaban «legiones contra las piedras» para destruir los templos de otras religiones, estos integristas envían hoy bombas contra los cines. Responsables últimos de esas bombas son también todos los que todavía son incapaces de respetar otras concepciones religiosas distintas de las que les inculcaron. Y aquí entran quizá la mayoría de los españoles, a pesar, a pesar de que conocen tan mal su propia religión y la practican aún menos. O quizás por eso, porque el fanatismo es hijo de la ignorancia culpable y de la mala conciencia que ésta engendra, lo que provoca estallidos «compensadores».
La tercera y última (por ahora) bomba explosionó en Madrid al paso de un microbús de la Guardia Civil. Reivindicada en este caso por ETA, muestra una vez más que los extremos se tocan, y que hay que juzgar por lo que se hace, por los métodos empleados, más que por principios aparentemente distintos de «derecha» o «izquierda». Aquí también la responsabilidad salpica a una porción mayoritaria del pueblo español: tanto a los que no son capaces de comprender una unión que no sea unidad uniformadora, artífices o cómplices de una «política de integración» tan generosa que admite a todos… con tal que se asimilen y se hagan un calco de uno mismo, liquidando a los demás, como a quienes creen que sólo pueden ser ellos mismos separándose y menospreciando a sus vecinos, hasta matarlos sin remordimientos.
Tres bombas, tres explosiones de intolerancia mortal, moral. religiosa y política. Tres manifestaciones de que hay que hacer todavía mucho para llegar a una sana y fructífera convivencia. sólo posible si renunciamos a la ilusión de conseguirla a base de perseguir la intolerancia ajena, sin ver los estragos que esta epidemia está haciendo en nosotros mismos. Así, por ejemplo, si el lector de este artículo no sólo disiente de las consideraciones del autor en temas de moral, religión o política, sino que se siente indignado y «violento» respecte de él, no lo dude: sea cual sea su ideología, y aunque teóricamente quizá pueda tener más razón que él, en todo caso padece de esa libre mortífera que aún prolifera (estalla en tan distintos lugares) con tan variadas excusas, pero con gran eficacia fratricida en nuestro país.