Nada más inmoral ni criminal que crear unos chivos expiatorios, unas minorías «despreciables», para que las mayorías puedan sentirse moralmente superiores y consolarse así de sus propias frustraciones. Eso hizo Hitler con las razas «inferiores», los fundamentalistas religiosos con los que no lo son, etc. Entre nosotros todavía funciona el fundamentalismo sexual. Hasta ayer (¿ayer sólo?) el desprecio de la aplastante mayoría «normal» llevaba al suicidio al que se descubría ser un «pervertido» homosexual. Estos días constatamos ya varios suicidios de compradores de cintas de video de pedofilia en Francia, muertes contempladas con un sádico regocijo moralista por una sociedad occidental que tolera -sin tomar esas o más drásticas medidas- el sufrimiento y aún muerte, con vejaciones sexuales incluidas a veces, de muchos de niños en el Tercer Mundo.
La represión excesiva de un instinto en algunas personas facilita la represión de los instintos en todos, como saben muy bien las ideologías represivas y analizara W. Reich. El terrorismo antisexual reinante intenta, como antes en sus campañas contra la homosexualidad, la «prostitución» o la «pornografía», condenar ahora a la minoría erótica marcada como pedófila, identificándola con los bajos fondos o con la explotación económica de odiosas minorías privilegiadas, con la violencia más brutal e incluso con el asesinato (conexiones que pueden darse, y más por la marginación aquí impuesta, y deben por supuesto ser solucionadas de verdad). Contra esa mistificación antisexual que acaba alienándonos a todos, hay que tener en cuenta algunos hechos, que ningún sexólogo objetivo pone ya en duda:
- Todos, niños y mayores, tenemos instintivamente tendencias sexuales hacía todos; todos somos, en palabras aún moralistas de Freud sobre los niños, «perversos polimorfos».
- Dado por supuesto, como exige hoy nuestra sociedad (al revés de lo que se admitía en otros tiempos y en otras sociedades) el que no deba permitirse ninguna expresión física a ese instinto universal y por tanto natural, el empleo de vídeos, revistas, etc. pedófilas sirve para ayudar a cumplir esa prohibición actual de relación corporal entre niños y mayores, en lugar de a transgredirla. En efecto: las estadísticas, desde Dinamarca hasta España, han mostrado la disminución del número de delitos sexuales a medida que ha ido aumentado la difusión de la «pornografía». Nada más insensato -ni inmoral- que la política empleada en Gran Bretaña: secuestrar la pornografía… y usarla después para curar a los -gracias en parte a ese ambiente de represión- delincuentes sexuales. Pero mientras que a otras minorías eróticas ya no se les considera como «pervertidos» ni «enfermos», a los pedófilos, como vemos, se les rechaza a muerte hasta por utilizar sustitutos como la «satisfacción vicaria» por imágenes.
- Es puro terrorismo antisexual el mezclar demagógicamente como iguales las distintas actividades pedófilas, e incluso las que no lo son, como su sustitución por la «pornografía», ya citada, o la relación con «niños» de edades, como los doce años, que muchas grandes civilizaciones, y la nuestra hasta ayer, consideraba como capaces de matrimonio. Tampoco se pueden comparar los simples tocamientos o caricias con las relaciones coitales «completas» y reproductivas. Y son radicalmente distintas en casi todos sus términos las relaciones pedófilas de uno u otro tipo sin violencia y con violencia. También hay también un cambio cualitativo capital entre la menor o mayor violencia (violación) y un posible homicidio e incluso asesinato.
SÓLO EL DEBIDO RESPETO A LAS MINORÍAS EROTICAS ASEGURA EL DE TODOS