El artículo LA NORMALIZACION LINGUISTICA del catedrático de Barcelona Jesús Mosterín, de ser escuchado, mejoraría incalculablemente nuestra convivencia.
Es obvio, como dice Mosterín, que la libertad y democracia ganadas en el campo del pluralismo religioso se han perdido en gran parte al trasladarse ahora la opresión de los autoritarios al campo lingüístico.
Catalanes nativos y por los cuatro abuelos, como yo, que, por distintas circunstancias, nos expresamos en castellano, aprendimos con entusiasmo el «catalán», por ser ese entonces el lenguaje de la libertad contra la opresión franquista. Después hemos visto con enorme desengaño que ese «catalán» se ha convertido a su vez en instrumento del imperio, o subimperio, de los autoritarios barceloneses, y del lamentable cortejo de lacayos que siempre intenta medrar a la sombra del poder, explotando a los más débiles. ¡Pobre país aquel cuyos dirigentes, por intereses inconfesables, ponen su «alma», su importancia, en chapurrear el latín del modo más distinto posible de sus conciudadanos y vecinos!
Y escribo entre comillas lo de «catalán» porque esa adjetivación es muy cuestionable. No sólo nace de una imposición «normalizadora» de la burguesía barcelonesa, sino que la mayoría de quienes lo hablan no son catalanes, sino de otras regiones del Estado y de fuera de él. Más aún: a pesar de la actual violencia con que se impone, todavía son más en Cataluña los que se expresan mejor en la otra lengua que en ese «catalán».
Nuestra historia catalana de los últimos siglos nos ha llevado, en un destructivo círculo vicioso, a confundir el patriotismo con el pesimismo, el victimismo y el masoquismo. Quizá la más grave manifestación de esta tendencia derrotista sea el insistir hasta ese punto en expandir e imponer esa de nuestras dos lenguas, en un momento en que la técnica y la evolución social nos permitiría comunicar más con el resto del Estado y los muchos países que emplean la otra. No podrían castrarnos más brutalmente nuestros peores enemigos, cercenando nuestra influencia cultural y económica. Por ello, por propio interés, y no sólo por la injusticia que supone para con muchos conciudadanos, la llamada «normalización lingüística» constituye hoy nuestra mayor auto-mutilación, que se está realizando con el regusto masoquista y suicida que tan lamentablemente nos caracteriza.