Sexología española a debate

Estos días se celebra el Primer Congreso Nacional de Sexología en Madrid, como prepa­ración del Congreso Mundial de Bombay, en noviembre. Este hecho nos invita a pensar sobre ese tema, aunque entre nosotros el sexo no se haya tenido en general como tema de refle­xión, y menos científica, sino como un instinto irracional («animal») o, a lo más, un arte aplicado, o un subcapítulo de la moral, relacionado con el sexto mandamiento del Decá­logo.

La sociedad española ya no cree hoy en su mayoría que hablar del sexo sea algo pro­pio de «curas»; pero todavía recurre demasiado a curanderos y «aficionados», desde depor­tistas y artistas hasta literatos y políticos, mientras que con frecuencia ni se le ocurre invitar a un sexólogo cuando hay mesas redondas u otros programas relacionados con el sexo.

Esta ignorancia social de la sexología y de los sexólogos es resultado, en parte, de épocas en las que lo sexual sólo se podía tratar de paso, y como accidentalmente, escu­dándose en otros temas y por boca de personajes conocidos con otros motivos. Incluso después de 1975 los gobiernos no se han distinguido por su liberalidad sexual, cediendo sólo a regañadientes ante la presión popular contra la censura, como UCD al «tolerar» el destape y despenalizar los anticonceptivos. Pero incluso el PSOE, que en ocasiones apoya pequeñas iniciativas de estudio y educación sexual, ha restaurado la censura cinematográ­fica, con las llamadas salas X, continuado con la desatención anticonceptiva en-Va Segu­ridad Social, y rehúye el proporcionar una educación sexual adecuada. Apenas es necesario aludir aquí que no hay una alternativa política a la vista, pues el programa sexual que ofrece el señor Fraga es tan pintoresco que encuentra    un masivo rechazo aun dentro de su mismo partido. Poco brillantes son pues las expectativas de un conocimiento (y prácti­ca) sexual más adecuados que puedan servir de base social y estímulo a la sexología cien­tífica

En ese contexto desfavorable, la sexología se desarrolla con lentitud, también por problemas achacables a los mismos sexólogos. La falta de espíritu asociativo, puesta de manifiesto crudamente al desaparecer el enmascaramiento centralista, hace que las Socieda­des Sexológicas, reducidas al ámbito autonómico, sean, como éstas, más antinómicas que autonómico y, por tanto, raquíticas y estériles. Incluso dentro de las zonas de mayores recursos se multiplican las asociaciones creadas… para no asociarse con otros. Esa pertinaz disgregación conlleva la falta o pequeñez de las bibliotecas y bancos de datos, de recursos de todo tipo, y debilita el notable esfuerzo de algunos. Los resultados de las investigaciones son poco conocidos. Ni siquiera existe una revista sexológica de ámbito «estatal» que sintetice la actividad científica en España y en el extranjero.

Esperemos que este Congreso sea una oportunidad aprovechada de toma de conciencia por parte de los sexólogos, para aunar sus esfuerzos; del Estado, para asumir su papel; y de la sociedad española en su conjunto, para ponerle un poco más de seso al sexo, me­jorar su conocimiento erótico y evitar así tantos problemas como le crea un instinto to­davía más cegado que ciego.