En un mundo profundamente puritano, la sexología nació en el siglo XIX con la «e> tusa» de curar las disfunciones y aberraciones sexuales, como vemos en la obra de Kraff-Ebbing. Y son bien conocidos los problemas a los que tuvo que enfrentarse S. Freud, a pesar de su puritanismo personal y profesional, su lenguaje esotérico y metafórico, etc. Baste recordar la anécdota, presentada como muestra de la incomprensión que exista ante el psicoanálisis, según la cual, cuando en 1919 Freud buscó un local para su seminario psicoanalítico en la Clínica Hayek, su director le advirtió que no fuera para «sexología aplicada». Anécdota tanto más significativa cuanto que fue narrada, muchos años después, por W. Reich, el máximo representante en la época de la aplicación práctica de la sexología, que terminaría sus días en prisión por la invención y comercialización de una máquina orgánica.
¿Qué diríamos de un economista que en sus obras tuviera que defenderse de buscar su interés económico; o que tuviera a gala el mantenerse puro, alejado de empresas, bancos o gobiernos, a cuyos dirigen tes calificara sin más de avaros o aventureros. Sin embargo, esta es todavía la actitud práctica de la generalidad de los sexólogos respecto a las industrias y ser vicios relacionados con el sexo en su aspecto comercial.
Es verdad que dentro del campo de la educación sexual se han hecho loables esfuerzos en dirección a la práctica, en la línea del «Sensitive Training» y los Cursos de Crecimiento Erótico, así como en el campo de la Planificación Familiar, de las enfermedades de transmisión sexual, etc.; y que en terapias se han empleado en algunos casos asistentes sexuales y otras aplicaciones prácticas. Pero no se puede progresar indefinidamente en esos aspectos más bien teóricos y clínicos de la sexualidad sin enfrentarse a los demás.
Por ello proponemos ahora el que, sin abandonar el campo educativo y terapéutico, se dedique gran parte de los esfuerzos de la sexología a mejorar otros aspectos de la sexualidad, como los que han si do asumidos por la llamada industria del sexo: desde los más abstractos, como películas y revistas eróticas, hasta los más encarnados, como los masajes y la mal Ilamada prostitución. Es decir, esforzarse por conectar y mejorar aquel tipo de actividades sexuales por cuyo disfrute se paga en modo directo, a diferencia de aquellas otras actividades sexuales, como las internas de una pareja, casada o no, por las que se suele pagar mucho más, pero indirectamente, por lo que no aparece su cotización en el mercado (como tampoco, en otro terreno, el trabajo del ama de casa).
La conexión, mediante una asesoría adecuada, con esa industria del sexo, permitiría que la sexología entre en la gran corriente del mercado, responda a la demanda de productos y servircios sexuales de una parte cuantitativa y cualitativamente muy importante de la población. Ahí la sexología pondrá a prueba su solidez, su capacidad de satisfacer práctica y realmente a esas necesidades sexuales.
La sexología ya está preparada en muchos aspectos fisiológicos, sanitarios, psicológicos, etc., para ofrecer un plan de mejoras a las distintas -esferas de la industria del sexo; pero no tiene todavía la experiencia de integrar esos distintos aspectos y ofrecerlos de modo que sean aceptables y aplicables por los actuales empresarios de la industria del sexo. Más aún: para tener éxito en su nueva tarea, la sexología no sólo deberá establecer relaciones más estrechas con disciplinas tales como la antropología, sociología, economía y política, para no hablar de las ciencias de la comunicación, psicología general, etc., sino que, a partir de sus experiencias prácticas, por prueba y error, tendrá que insistir en ciertos aspectos de la fisiología, higiene o psicología sexual hoy no tan desarrollados como lo que de hecho requiere el público.
Una nueva y mejor práctica no pue de ni surgir, ni menos aún triunfar, si no es en estrecha conexión con una nueva y mejor teoría. Para tener éxito, el movimiento en pro de una sexología más aplicada deberá tener una filosofía lo más liberada posible de los restos de puritanismo que todavía hoy influyen en los mismos sexólogos. Quienes opten por ser pioneros de este movimiento deberán sentir profundamente (no sólo decir, o incluso creer) que el placer sexual es algo realmente bueno, no sólo tolerable. Que el placer, lejos de ser siempre egoísta, es un elemento imprescindible para una fraternidad capaz de unir a las personas en la satisfacción, y no sólo en el sufrimiento, porque no se puede amar a los demás «cuerpo y alma» si no se le ama sin reservas como a sí mismo, también «cuerpo y alma».
Para llevar a cabo esta nueva tendencia se podrá crear Gabinetes de Sexología Aplicada, que estudien en cada país la legislación, costumbres sexuales y situación actualizada de las distintas formas de la industria del sexo; y que, mediante un equipo interdisciplinario, pueda ofrecer un plan de mejoras para un determinado sector de esa industria. Y en esos primeros tiempos no sólo habrá que trabajar más para vender ese nuevo producto, y recibir una menor compensación económica por un mayor esfuerzo, sino que habrá que tener un cuidado especial en la elección de los clientes, para que la experiencia no falle por factores ajenos a esa asesoría sexual, como sería una mala presentación general o un precio excesivo del producto o servicio en cuestión.
Concluyamos insistiendo en nuestro convencimiento de que hay que pasar de una sexología excesivamente observadora; curativa, individualista, académica y sublimadora a una sexología más activa, preventiva, social, popular y placentera. Aplicando una famosa expresión, nos parece que hasta ahora los sexólogos se han dedicado fundamentalmente a interpretar el sexo, mientras que ahora, ya, se trata sobre todo de transformarlo. Y esto, aplicando otra conocida frase, no sólo hará «un mundo más seguro para el placer», sino un mundo mucho más placentero, donde el sexo y los verdaderos sexólogos obtengan la consideración que les corresponde.