Sexo y política el caso Clinton

El equipo directivo de la nueva etapa de la revista me ha encargado inaugurar este nuevo espacio, destinado en modo especial a las colaboraciones de los socios; amable invitación que hago extensiva cordialmente a todos.

Estimo interesante reflexionar aquí sobre un reciente ejemplo concreto de la conexión entre sexo y política que deja pequeño el rapto de Helena de Troya o la nariz de Cleopatra: ahora tuvo implicaciones realmente mundiales el intento de Clinton de (según una síntesis critico-festiva) tapar los problemas de su «paquete» con paquetes-bomba a Irak.

El hecho se hinchó, sin duda, no sólo por ese intento de taparlo bélicamente, sino por múltiples otros factores, cuya importancia varía según los autores: 1) Una conjura de los republicanos. 2) Enemigos externos. 3) Puritanismo yanqui, que sólo se atreve a hablar de sexo cuando tiene una excusa política o religiosa. 4) Mayor emancipación de la mujer, que no permite ya que los jefes las «usen con naturalidad», como antes, etc.

Como el SIDA destapó en parte en ciertos ambientes el hablar de homosexualidad y coito anal, este asunto ha hecho público en parte también la «innombrable» felación. Y ha sido también interesante la enérgica afirmación de Clinton y los suyos de que eso «no es una relación sexual», lo que la aleja de las condenas que a las relaciones sexuales, entendidas como coito, dan los códigos morales y legales (y, en el caso de Clinton, la acusación de perjurio por haber jurado que no había tenido «relaciones sexuales» con Mónica Lewinsky). En esta época de superpoblación y SIDA resulta positiva una clara distinción entre otras prácticas sexuales y el coito.

Se ha señalado también la mayor distinción y hasta separación que el público estadounidense ha hecho ahora entre la vida pública y privada de su presidente. Es evidente. Y positivo, como en otros casos, mientras subsistan unos códigos religiosos, morales y «civiles» tan opresivos e injustos con la vida sexual, familiar, etc. Pero esto no debe hacernos olvidar que esa distinción es, en cierto modo, artificial y forzada, y que hay que luchar por una sociedad que sea legal, pública y abiertamente tan libre que no haya que recurrir a esa relativa esquizofrenia para defender los derechos del individuo.

El «ejemplo» de Clinton muestra asimismo hasta qué punto el poder corrompe más cuanto más personalizado, incontrolado. Como el de un gobernante semidemocrático y semi-patriarcal sobre su «súbdita»; y de un presidente con demasiados poderes internos y externos sobre grupos y países no suficientemente unidos y fuertes como para resistir sus posibles abusos. Conforme denunciaban algunas pancartas de protesta ante la embajada estadounidense en Madrid: «Acosador acosado acosa a Irak» y «Clinton: haz el amor y no la guerra yo hagas la guerra por haber hecho el amor!».