Desde lo abrupto del suelo peninsular (e insular), que obstaculiza las comunicaciones, hasta el carácter autoritario y centralista de sus gobiernos, incluso predemocráticos, hay una serie de causas que explican el exacerbado individualismo o anarquismo solipsista, a lo Stirner, del pueblo español. Siéndole difícil coordinarse con los demás, cada español tiende a ser un guerrillero en la guerra y un «partido único» en la precaria paz. Pero las transformaciones técnicas actuales superan los determinismos geográficos, y el contexto sociocultural europeo y mundial hacen cada vez más anacrónico y contraproducente el histórico y montaraz individualismo hispano.
Veamos, por ejemplo, cómo actúa ese individualismo ante el problema de la OTAN. Aparte de la valoración intrínseca del mismo, es lamentable la división que se da hasta entre quienes están por una u otra opción. Entre los pro-OTAN, baste aludir a las controversias entre el PSOE y AP. Entre los anti-OTAN, resulta elocuente el ejemplo de un ingenuo que, habiendo vivido en países de tradición democrática, propuso realizar actos comunes anti-OTAN con personas de otras ideologías distintas; sus críticos le tacharon de loco o de infiltrado. ¿Qué habrían dicho, si hubieran visto desfilar juntos al KKK y a los grupos negros para reclamar medidas que ambos consideraban oportunas, como ocurrió en los Estados Unidos? Esa unión, por circunstancial que sea, y precisamente por eso, multiplica la eficacia de la acción de ambas partes. Pero aquí no hay cuestión que nos parezca más importante que rechazar, como incapaces de querer nada que pueda ser bueno, a nuestros adversarios políticos.
Otro «ejemplo» de sectarismo nos lo ofrecen con toda candidez unas declaraciones de Kika Muñoz, de la Secretaría de la Mujer del PSOE, a propósito de la Conferencia de Nairobi sobre el decenio de la mujer. En vez de desear que todos los grupos sociales se preocupen de la mujer, y hubiera en la conferencia representan-tes de muy distintas tendencias políticas (como las hubo, de otros países), esta «feminista» declaró que en Nairobi hubo 46 españolas y que «notamos con alegría que no había ninguna mujer de derechas». Aun aparte de lo poco representativo que eso es del conjunto de las mujeres españolas, ¿cabe manera más clara y lamentable de declarar que lo que le interesa no-es la promoción de la mujer, sino de su partido, al que, por lo demás, con ese sectarismo, en vez de servir, desprestigia?