Sancho Panza visto por Don Quijote

La fama que circunda al «Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha» nos abruma e intimide cuando se trata de acercarnos a él. Un poco como nos sucede con la misma Biblia, mil tradiciones, interpretaciones y leyendas se interponen entre él y nosotros, brindándonos sendos caminos tara necear a descifrar su personalidad; caminos que si parecen sencillos y la repetida propaganda nos ha hecho familiares, fácilmente nos impiden una recta visión.

¿Qué no se ha querido encontrar y secar del Quijote? Notemos por ejemplo, como verdadera curiosidad, la obra de Louis Philippe May «Un fondateur de la libre-pensée: Cervantes (essai de déchiffrement de Don Quichotte) en donde sostiene nada menos que Dulcinea encarna le imagen del ser más perfecto «que por tanto debe existir», y que Cervantes quiso combatir en ella la prueba experimental de Anselmo, que por ser un «curioso impertinente» y buscar una nueva prueba acaba desesperado…

En realidad lo mejor seria, como se ha propugnado con la Biblia, volver en cuanto es posible a las fuentes o, como dice un autor contemporáneo, esforzarse por leer el (uijote como una obra reciente, un «best-seller» 1962, para captar con toda la frescura y llaneza posible su mensaje.

En obras de la magnitud de la presente la elección de un buen punto de vista desde el que juzgarla es algo de una importancia fundamental, sin lo que la atención se pulveriza en mil detalles inconexos. Evidentemente el punto vista más completo es que el corresponde subjetivamente al autor, y que se manifiesta objetivamente en el protagonista de la narración. Protagonista que si muchas veces es una persona, otras lo constituye todo un grupo, una idea, c incluso un animal o un paisaje. ‘Puede pues el lector errar al elegir el centro de interés, y esta elección desenfocada del protagonista le lleva naturalmente a interpretar torcidamente ya la abra, ya la intención de su autor.

Concretamente en nuestro caso parece que se ha cometido un error de ese genero centrando la acción en la personalidad de don Quijote y dejando a Sancho como mero satélite de importancia cincuenta veces inferior. Sin embargo, la crítica moderna vuelve en general contra es interpretación y concibe mas bien la obra celo un sistema dual de estrellas. Así D. Miguel de Unamuno: «Don Quijote y Sancho marcharon juntos y mezclados: pero si se fundieran en uno ¡qué portentoso espíritu no sumiría de tan sublime fusión!». Y Julian Marías, en el prólogo a la «Biografía de Sancho Panza’ de H. R. Romero Flores (que utilizamos ampliamente en nuestro trebejo) insiste explícitamente en ello: «El personaje principal del Quijote no es Don Quijete, es la pareja, es Don Quijote y Sancho, personaje dual, esencial amistad desnivelada y, por eso, dinámica».

A este respecto es curioso señalar el intento de interacción de ambas psicologías en el mismo personaje -dejando todo dualismo simplista- que he realizado en un genero cal humilde hoy como lo fueron en sus dios las novelas de caballería : y más tarde las de capa y espada, el creador de la figura caballeresca del «Coyote’.

De lo expuesto se deduce cuan apropiado sea el tema propuesto para hacer un estudio sobre la obra de Cervantes: «Sancho lanza visto per Don Quijote», puesto que engarza diametralmente los dos personajes centrales de la novela. El tema es al mismo tiempo arduo, a primera viste diríamos casi desesperado: pues que se trata no ye de juzgar un personaje, ni siquiera de procurar adentrarse en el juicio que de sí mismo pueda hacerse, sino de juzgarlo en función de la mentalidad de otro coetáneo, a quien por tanto no podemos entrevistar para que nos aclare su actitud, y que, por a añadidura, tiene bien ganada fama de locura, fama que parece manifestarse en los diferentes juicios que prefiere sobre Sancho y que fácilmente podrían agruparse en columnas anti-ticas: «asno eres y nene has de ser» (11,108) y «Sancho bueno, Sancho discreto, Sancho cristiano y Sancho sincero» (11,9).

Afortunadamente buenos maestros guiarán nuestros pasos en tan ardua labor, no solo orientando nuestra búsqueda en el enfoque del tema general, sino haciéndonos considerar esta relación en su aspecto histórico, dinámico; el comprender su sentido nos dará la clave para solventar la paradoja de las aparentes contradicciones en los juicios del hidalgo sobre el villano. Naturalmente que esta orientación no es de una uniformidad matemática, pero las circunstancias particulares nos proporcionarán en cada caso la explicación complementaria que necesitemos.

Cuando Don Quijote tras su primer malhadado intento de salida se decide se buscar un escudero, contrata a Sancho con la misma resignada repugnancia con que el alma de tan platónico considera al cuerpo del que no puede prescindir. Su primera impresión, tan difícil de borrar, es la de tener que haberse con un villano ignorante, rústico, interesado. Y evidentemente hay en tal concepto mucho de verdad. Más un rasgo fundamental que por ser interno pudiera pasar desapercibido debería llamar nuestra atención e impedirnos dormitar sobre una concepción negativa de Sancho: Sancho tiene fe en Don Quijote. Evidentemente no cree en cada una de las locuras de su amo, pero si en aquella misma idea fundamental de la Caballería andante que guiaba al hidalgo manchego. Y fue precisamente aquella fe la que le elevó y salvó de la vulgar medianía a que parecía estar condenado para siempre, incorporándolo de lleno a la epopeya quijotesca.

Esto no quita que Sancho viera las cosas en modo muy distinto que su amo; tiene los ojos abiertos y no ignora que el vulgo tiene a Don Quijote por grandísima loco y a él por no menor mentecato (II,2), pero esto no hace sino aumentar su mérito: Unamuno lo ha visto muy bien: «El bueno de :ancho… fue grande, porque siendo cuerdocrey6 en la locura ajena, am6 al loco y le siguió cuando otros locos no le hubieran seguido, porque cada loco con su tema…»

En toda época el contacto prolongado entre dos personas diferentes unidas por las circunstancias ocasiona una influencia recíproca; el mismo Napoleón llegó a sentir en medio de su vida de triunfos y su trato cortesano la influencia de su guardaespalda negro. La influencia es aún mayor cuando la soledad y la desgracia se dan cita para influir en ese contacto. No es pues aventurado pronosticar quo, aun aparte de que el desvío mental del hidalgo lo hacia idas necesario aún, el Caballero de la triste figura no se hubiera unido tan estrechamente a su escudero en circunstancias más propicias para su género de vida.

Sí: en un primer periodo ambos se esfuerzan en guardar las distancias para mantener sus respectivas personalidades. D. Quijote no deja de hacer notar a Sancho su desconocimiento de las reglas de caballería, su rusticidad y villanía, como motivo que le impide reconocer el valor de sus hazañas y calificarlas de locura. Y esta dialéctica se va haciendo más enconada precisamente cuando se va dando cuenta del peligro que corre de sucumbir ante el sentido común y el saber vivir de Sancho.

El escudero por su parte afirma con brío que «Sancho nací y Sancho pienso morir» (II,2) y «advertid, hermano, que yo no tengo don, ni en todo mi linaje le ha habido: Sancho Panza me llaman a secas, y Sancho se llamó mi Padre y Sancho mi agûelo y todos fueron Panza, sin añadiduras de dones ni donas»(II,40).

Sin embargo, a pesar de todas esas protestas de fidelidad a sí mismo, cada uno de ellos, a medida que el tiempo y las adversidades van consolidad su amistad, siente a través de la confianza y el cariño del otro la verdad encarnada en su actitud, y consiguientemente la va asimilando. Dice Romero Flores: «Entre las diferentes impresiones que la lectura del Quijote proporciona, esta de percibir cómo se va produciendo la reciproca influencia entre amo y criado es indudablemente la más sabrosa». Don Quijote va admitiendo, a regañadientes y con disimulo primero, con toda naturalidad después, prudencia y el buen sentir de Sancho, no sólo hasta ver las ventas como ventas (II,24), sino incluso, por desagracia, hasta huir dejando al buen Sancho en mala situación y querer después justificarlo (2,28). Extremo ciertamente lamentable, pero es difícil realizar en tan gran cambio un perfecto equilibrio. Aquí hay que admirar sobre todo el aprecio y solidaridad que le mostró Sancho (2,7; 2, 14, etc.) que consiguió el milagro de allanar la diamantina dureza de Don Quijote a considerar el modo de vida de su escudero, y poco a poco amoldare a él. Ejercicio tanto más lento y doloroso cuanto que coincidía en buena parte con el reconocimiento de su locura, de lo errado de sus empresas, con la necesidad de concluir sus andanzas. Auténtica conversión que, repito, sólo pudo obtenerse cuando «ancho hubo probado que reconocía a su vez la grandeza del ideal caballeresco que lo había provocado.

El cambio de Sancho es más visible y profundo, transparentándose a lo largo de las páginas todas de la obra cervantina, especialmente en la segunda parte. El bachiller Carrasco y su misma mujer, Teresa Panza, notan asombrados su transformación. Incluso Don Quijote, a pesar del trato cotidiano, no puede menos de decirla un c5a: «Cada vez, ancho, te vas haciendo menos simple y más discreto» (2,62) a lo que responde con todo justicia cancho que lo debe a su trato.

Y tanto progresa en tan alta y asidua escuela que no solo va adquiriendo una visión más alta y desinteresada de la vida, sino que de vez en cuando se deja llevar por impulsos verdaderamente quijotescos. Sancho terminará siendo «el mejor discípulo de don Quijote» (Romero Flores).

Realmente la inmortal obra de Cervantes es un ejemplo insigne -aunque esto haya sido desgraciadamente poco notado- de sincera y profunda amistad. Cuando Sancho partió a gobernar la ínsula arataria «Don Quijote sintió su soledad, y si le fuera posible revocarle la comisión y quitarle el gobierno, lo hiciera» (II, 44). Otras veces pone vivamente delante de los ojos a Sancho su solidarida de «juntos salimos, juntos fuimos y juntos peregrinamos; una misma fortuna y suerte hemos corrido los dos» (2,2) Y si en este punto la cortesía del caballero tiende primero, como es de rigor, la mano el rústico escudero, este no deja de sentirlo vivamente y estrecharla, con protestas de fidelidad primero -«no se dirá por mí, señor mío, el pan comido y la compañía deshecha» (2,7)-, y luego en un creciente compañerismo total, hasta llegar a hablar de «nuestras hazañas».

Esta revalorización creciente par parte de Don Quijote de la figura de Sancho encierra, a mi parecer, el más profundo simbolismo de la obra. Aunque, como todo genio, Cervantes no alcanzara a coaprender el alcance de su intuición, Don Quijote parece encarnar el espíritu medieval, que paulatinamente se va viendo constreñido a admitir lo material y sensible, en virtud de un movimiento histórico que se remonta a épocas prerrenacentistas; y si bien a veces intenta aún como Don Quijote aventuras descabelladas -recuérdese el idealismo alacrán-, poco a poco debe ir completando su personalidad hasta construir un nuevo y mejor equilibrio interior. Une evolución social sigue a este cambio de mentalidad, con una revalorización de los estamentos humanos en donde prevalece el trabajo material, es decir, una revalorización del pueblo, movimiento social cuyos altibajos reflejan, por ejemplo, la revolución francesa y la lucha de clases.

Mírese por ello desde este formidable movimiento ideológico y social en que estamos envueltos el símbolo magistral e iluminador que en su género nos presenta el ingenioso hidalgo Don quijote de la Mancha. Ojalá aprendieran las élites, aunque fuera movidas por la necesidad como él, a convivir y escuchar los pueblos, sin conducirlos a descabelladas empresas. Así el hombre recobraría el equilibrio entre su espíritu y su cuerpo, y la paz social entre la élite y la masa; fin que a pesar de las tristes experiencias contemporáneas quizá no esté muy lejano; la misma revalorización de la figura de Sancho nos proporciona sin duda en ese sentido, desde el campo literario, un signo esperanzador.