20000513. Ruido torturador y homicida.
Estamos seguros de que no se permitiría que hubiera quienes, por dinero o incluso por diversión, envenenaran la comida de nuestros vecinos o les privaran de ella. Sin embargo, todavía se permite aquí envenenar y privar de lo que es aún más necesario, cuya carencia mata mucho antes que la falta de alimentos: el sueño y descanso. Más aún: la tortura por ruido es mucho más dolorosa, y lleva mucho más rápidamente al desequilibrio y a la locura, que la ocasionada por la desnutrición.
Sin embargo, burlándose de las leyes, vemos que muchos (ir)responsables siguen sordos a las quejas de las víctimas de esa tortura. Tal, por ejemplo, es el alcalde Álvarez del Manzano, que no sólo faltó a la solemne promesa que al respecto hizo al asumir el cargo, sino que ni siquiera pudo dar datos sobre el cumplimiento de su bando contra el ruido, porque no se preocupó nada de hacerlo respetar.
No es, pues, de extrañar, que Madrid tenga desde hace tiempo un insano, inhóspito y bochornoso récord mundial de contaminación acústica. Y si el abuso de decibelios es siempre molesto y nocivo para la salud, incluso en casos puntuales y esporádicos ¿qué decir cuando lo es para muchos y permanentemente, como los grupos de vecinos de bares de copas, aeropuerto, etc., que no pueden escapar a ese tormento a ninguna hora ni en el fondo de sus hogares? ¿Dónde están los jueces que actúen con la rapidez y eficacia que requiere el caso contra esos torturadores y sus cómplices?
20000715. La Cruz Roja evita signos ideológicos.
Hay que felicitarse de la creciente renovación de una de las primeras y más importantes ONGs, la Cruz Roja. Después de ir depurando su carácter militar, y gubernamental que resultaban cada vez más incompatibles con su esencia, su mismo éxito en el espacio y en el tiempo le está llevando a superar hasta su mismo emblema.
En efecto, la archiconocida cruz roja, sacada de la bandera suiza, símbolo de neutralidad en aquella época, ha ido chocando contra los mismos ideales de fraternidad cuando, al extenderse a países musulmanes y otros, la cruz tuvo un significado de desunión, surgiendo la Media Luna Roja, la Estrella de David Roja, etc. Para solventar esa dispersión contraproducente, la organización ha propuesto sustituir la cruz por un rombo rojo, en cuya parte inferior se podrán seguir poniendo, durante algún tiempo al menos, esos otros símbolos, no sólo distintos sino, demasiadas veces, empleados como elementos antifraternales de división.
La eliminación final de símbolos de propaganda ideológica permitirá finalmente a la Cruz Roja ponerse a tono con los tiempos, que piden una laicidad intra- e interestatal, que termine con las guerras pseudo religiosas que han teñido de demasiado rojo demasiadas veces el mundo. La verdadera religión, la interior, la mística, une a los hombres; la religión manipulada por ambiciosos en búsqueda de poder multiplica los credos, las organizaciones eclesiásticas, las mutuas excomuniones, las guerras fratricidas que toman el nombre de Dios en provecho propio. «¡Dios lo quiere!»: los cruzados, como antes vemos en el Antiguo Testamento y después en no pocos musulmanes, -¡y todavía algunos quieren resucitarlos en ocasiones!- un ejemplo inolvidable de orgullosa inhumanidad.
20001130. Eutanasia.
Contra lo que piensa y siente la mayoría de los católicos, y del mismo clero, que creen en un Dios que es Padre, amoroso, preocupado por nuestra felicidad, el Vaticano sigue apostando por una concepción cruel y sádica de la divinidad. Como en su día prohibió, la vacuna antivariólica, la anestesia y el parto sin dolor, como contrarios a la voluntad divina, como un contra-dios, ahora sigue esforzándose en mantener leyes inquisitoriales que nos impidan morir en paz, hasta a los moribundos presos de dolores intolerables e incurables.
Frente a la libertad ponderada reconocida por Holanda en esas circunstancias sobre la propia vida, el Vaticano clama que la eutanasia voluntaria va contra la dignidad humana… que identifica con no tener voluntad ni libertad propia, ser esclavos de su imagen tiránica de la divinidad, que ayer mismo le llevaba bendecir a tantos tiranos “por la gracia de Dios”, y resistirse también a condenar, como ya habían hecho casi todos en Europa, la esclavitud, “querida por Dios, un don suyo para santificarnos por el sufrimiento”.
Anclados en un bárbaro pasado, esos jerarcas eclesiásticos siguen siendo servidores serviles de un Yahvé que ordenaba matar hasta las mujeres y los niños de quienes no pensaran como ellos; profesionales del integrismo, sin familia y sin piedad, predicadores de la muerte aún cuando se disfrazan hoy de defensores de la vida, intentan imponernos intelectualmente, y hasta por la fuerza de las leyes, incluso a los no creyentes, su caricatura dolorosa y peligrosa, realmente indigna e inhumana, de una vida y religión dignas de ese nombre.