Reflexiones sobre la educación sexual

Se suele entender por educación sexual la información verbal dada sobre temas relacionados con la sexualidad. Esta restricción a lo verbal corresponde a una sociedad puritana como la nuestra, que ha hecho que el sexo sea secreto, invisible. Pero incluso aquí la parte más importante de la educación se encuentra no tanto en palabras cuanto en actitudes y comportamientos respecto a lo sexual. En ese sentido completo, sin duda, » no existe la posibilidad de no dar una educación sexual» desde la primera infancia (Seward) por parte de todos cuanto rodean al niño.

Lo mismo se puede decir de la educación en general, en la que se engloba la sexual.

Recordemos que, en su conjunto, «la educación es el proceso del robustecimiento del Superyo» (Freud) de los «ideales sociales» (Durkheim), de los «modelos culturales» (Ruth Benedict) de cada sociedad. La educación, tanto por su contenido como por los métodos empleados para inculcarla, depende del tipo de sociedad al la que se quiera amoldar al educando. Resulta tanto más larga y difícil cuanto más compleja y antinatural sea la sociedad y el grupo sexual, racial o económico correspondiente. De ahí que sea mucho más complicada la educación de un futuro astronauta que de un pescador de caña.

En este sentido, la educación sexual será tanto más fácil e inmediata, natural, cuanto menos intereses alienantes dominen en esa sociedad, buscando mantener su dominio mediante los mecanismos sexuales como los demás. La vida sexual es pues mucho más natural, inmediata, en una sociedad no patriarcal que en otra que lo sea, y que incluso vaya añadiendo a esa las contradicciones de clases, razas, etc. Estas últimas no sólo niegan hasta la misma existencia del placer sexual a la mujer, sino también el de las clases bajas, «embrutecidas», que viven en «promiscuos, como las fieras». Dando un paso más, las sociedades con esclavos -con frecuencia, de otra raza- les niegan legal y prácticamente el ejercicio de una sexualidad humana.

Dado el alto grado de alienación, de antinaturalidad, de estas últimas sociedad, se comprende el interés que tiene para ellas el comenzar pronto una doma de los instintos «desviados», es decir, no enderezados naturalmente hacia su estructura autoritaria y negadora del placer.

Los niños son vistos por los pensadores que defienden esos sistemas sociales como pequeños bárbaros, cuya ansia de gozar, si no es contrariada, terminaría arruinando su sistema, basado en la acumulación de un esfuerzo cuyos frutos no son consumidos «por ahora» sino vicariamente, por sus elidís. El ansia espontanea de saber de los niños amenaza también, con su tendencia racionalista, al sistema autoritario existente, basado en mandatos indiscutibles.

Esta necesidad para la sociedad explotadora autoritaria de acostumbrar a sus súbditos a privarse del placer y del espíritu crítico se manifiesta de modo particular en lo referente a la vida sexual. «Un niño con completa libertad de movimientos y una sexualidad natural resistirá espontáneamente la influencia de las ideologías ascéticas y autoritarias» (W. Reich). Para evitarlo, desde su más tierna infancia, cuando todavía resulta fácil, observa Freud «se prohíben o se hacen desagradables casi todas las actividades sexuales infantiles». «Bueno es tener el yugo desde la juventud», enseñaba la Biblia.

Ese yugo educativo, insistamos en ellos, consiste en gran parte de prohibiciones sexuales. Educar equivale, a veces incluso etimológicamente, a castigar, frustrar, y a frustrar sexual. Sólo los mentalmente castrados «por el reino de los cielos»-el ideal cultural- serán los eunucos seguros que podrán cuidar los harenes de bienes de consumo para las elidís, sin utilizarlos en provecho propio.

Los encargados de castrar de ese modo a los futuros ciudadanos-eunucos son fundamentalmente los padres, y secundariamente los maestros. Sin duda, esta operación, por mucho que se le quiera adornar, resulta odiosa, y los padres la realizan excusándose «por el bien de los hijos» a fin de que no desentonen y resulten unos inadaptados en una sociedad emasculada. «La intimidación y la atrofia sexuales constituyen, junto con el despertar en los niños del temor de la autoridad por sus propios deseos, pensamientos y actos sexuales, el núcleo del aparato psíquico con el cual la familia somete a la juventud» (W. Reich 1932 V).

Los padres se convierten así en auténticos espías y carceleros sexuales. Y a quienes estas palabras resulten fuertes, recuerden que lo fuerte son los hechos. No sólo ha llegado a ser en ocasiones relativamente frecuente que los padres encierren literalmente en sus casas por esos motivos a sus hijos(as), sino que llegan a vigilarlos ahí día y noche, para evitar hasta que se masturben, alcanzándose extremos como atar el pene y amputar el clítoris femenino, los vestidos especiales, fijar los brazos a la cama, etc.

Goethe observa que, como los ratones «en las casas bien regidas y ordenadas los niños 1..3 están atentos a todas las grietas y agujeros por donde puedan llegar hasta alguna golosina prohibida, y la saborean furtivamente, con cierto temor voluptuoso, que constituye gran parte de la dicha infantil». Para tapar esas «grietas y agujeros» que den acceso al placer, lo mejor es que los hijos ignoren hasta su ubicación, y se exalta «esa santa ignorancia de la infancia, la única ignorancia sin duda que sería criminal eliminar, que todos respetan y sobre la que vela temerosa como sobre un tesoro la madre» (F. Bastiat) Con la excusa de evitar hasta los «malos pensamientos» (sexuales) ese sistema educativo tiende a eliminar cualquier tendencia reflexiva y crítico: «Todo lo que estimule la introspección y reflexión sobre sí es malo. Hay que reducir pues al mínimo el trabajo sedentario» (L. W. C. Dougall, 1937) y fomentar la superficialidad y activismo de los «scouts».

Como no basta el silencio, se promueve positivamente la mentira a la infancia, «por su bien». Con Platón, defendían esas mentiras Goethe y mil otros pedagogos puritanos posteriores. No importa que esas mentiras generen desconfianza del niño hacia sus mayores y lo persuadan que no puede conocer bien las cosas más interesante. Al contrario, conviene que el futuro esclavo no piense en el por qué de las cosas, y que entre hijos y padres no haya una confianza que les una, sino que todos, atomizados, no puedan oponerse al opresivo sistema imperante; más aún, reclamen su intervención como imprescindible para resolver sus interminables conflictos.

El papel represivo de los padres despierta en los hijos una animosidad que se manifiesta, por ejemplo, en esfuerzos por espiar e impedir en lo posible una vida sexual normal en sus padres; tendencia muy reforzada en los sistemas políticos autoritarios, que la utilizan en provecho propio: «Deja que tu hijo te disuada de ser un pecador /…/ Se debe un máximo respeto al niño» decía ya Juvenal. Y Nietzsche lo subrayaba: «Sólo el tener hijos hace al hombre continuo, coherente y apto para el renunciamiento: es la mejor educación: siempre son los hijos los que educan a sus padres».

Esa fuerte y específica manifestación del complejo de Edipo es lógica consecuencia del anterior complejo de Layo o, si se quiere, «complejo de Abrahán», por el que el padre se muestra dispuesto a sacrificar, al menos sexualmente, a su hijo, castrándolo, al menos espiritualmente, para seguir las órdenes del Ideal social. Por supuesto, el origen último real del conflicto no son ni los hijos ni los padres individuales, sino ese sistema alienante que hace que «los enemigos del hombre sean los de su casa», generando tanto el complejo de Abrahán como el de Edipo. Lejos de lamentar realmente esas luchas intrafamiliares, las fomenta, para que la sociedad familiar entera reproduzca y prepare a aceptar como natural el que en la sociedad global haya quienes manden con máxima autoridad y otros que obedezcan con total sumisión, quienes prohíban el placer y quienes lo acepten.

En la gran mayoría de los casos, sin embargo, los hijos varones (incluso los más rebeldes, en una etapa posterior de mayor «madurez») agradecen, «bien educados», ese proceso castrador de los padres que los han «preparado para la vida». Más todavía las hijas, que consideran mejor no saber nada hasta después de casarse, según reflejan las encuestas de países que aún conservan casi intactas esas tradiciones, como Colombia).

Subrayemos, por último, la importancia que en nuestros días tiene el papel de castrador-vicario que, respecto a los padres, tiene el maestro. Ya Juvenal decía que al buen pedagogo hay que «exigirle sea como un padre para todos esos niños, eliminando los juegos deshonestos, las libertades que se toman los unos con los otros», y todavía en nuestro siglo muchos han sido los pedagogos que han considerado como parte fundamental de su cometido ese papel represor de los instintos sexuales, terminar hasta con la curiosidad infantil. Ante esta posición, que criticaba en Salkind, W. Reich se preguntaba retóricamente: «¿Cómo puede haber confianza y respeto mutuo entre los niños y los educadores si no se entiende a la juventud en uno de a sus más agudos problemas?» Pero es que, insistamos, el interés de la sociedad alienante no es el de crear confianza, sino desconfianza; no unión, sino desunión; no conocimiento; sino ignorancia. De ahí que nos parezca desafortunada la formulación de H. Ellis: «De todos los instintos humanos, el de reproducción es el único que permanece en su estadio primitivo y no ha sido educado». Al contrario: la des-educación sexual está muy, demasiado planificada por la sociedad autoritaria, como consta por los testimonios que hemos presentado.

Este papel de domador y castrador de los instintos del maestro, para hacer que el toro bravío pase a ser buey resignado al yugo, está magníficamente expresado y milenariamente realizado también por el «Maestro» de Oriente, Confucio, quien pone como ideal humano la castración: «Tres cosas le están prohibidas al hombre noble: en su juventud, antes de que se realice su equilibrio corporal, el comercio sexual…».

En nuestros días, lo que se suele llamar educación sexual, combatida por los reaccionarios más cerriles, es aceptada y utilizada por otros conservadores para acomodar la represión sexual al nivel revisionista adecuado. Aunque en los últimos lustros la situación ha mejorado en muchos países, y en particular en España, en ocasiones todavía sigue siendo demasiado actual lo que denunciaba Barnes: «En lo referente al sexo, la gran mayoría de las conferencias sobre higiene en el promedio de los colegios se puede comparar plenamente al dar cursos de economía doméstica con lecciones dedicadas sólo a describir los horrores de la indigestión». A. Ellis denunciaba lo mismo fuera de la escuela, quejándose de que los no puritanos tenían tan poco acceso a los medios de comunicación de masas estadounidenses como el demócrata a la prensa de un estado totalitario.

ALGUNAS REFLEXIONES RELACIONADAS O RELACIONABLES CON LA EDUCCION SEXUAL. RECOPILADAS EN 1995 POR MARTÍN SAGRERA

«El impedir la educación sexual no evitará que se ejercite el sexo, pero ciertamente impedirá que sea un sexo responsable» nos dijo una estudiante. (Comisión USA, 1972, página 136)

«Pocas obras ‘pornográficas’ pueden haber hecho tanto daño psíquico como la literatura sobre la higiene y la ‘vida pura’ que se solía distribuir entre los escolares» (Comfort 1962, 97)

El desprecio de la sexualidad es un crimen contra la vida. Nietzsche.

Hablan dos niñas: -Yo ya sé cómo se hacen los niños – Pues yo ya sé como hacer para no hacerlos (Simplicíssimus, en Hildegard 1931, 180)

Siendo usted tan enemigo de la coeducación, quizá no debería usted haber cometido la imprudencia de tener hijos e hijas. Máximo, 1972, 114.

«Nos enseñaron a odiar el propio cuerpo, a temerlo, a ver en su desnudez rojeces de Satanás, repeluznos de Luzbel, frondosidades infernales» F. Umbral.

Repugna, indudablemente, la idea de permitir a la ciencia mezclarse en nuestros impulsos personales más íntimos.

Pero su intervención sería mucho menor que la religiosa, que viene tolerándose siglo tras siglo» Bertrand Russell, 260.

Un niño con libertad de movimientos y una sexualidad natural resistirá espontáneamente la influencia de las ideologías ascéticas y autoritarias (W. Reich, c. XIII) No es posible no dar educación sexual. Casi todos los niños reciben muy pronto impresiones sexuales que colorean de modo perdurable sus actitudes (Seward, 166)

La verdad es que hubiera preferido que me educaran sexualmente a que me- enseñaran logaritmos. porque de los logaritmos hago tan poco uso… Perich 1970, 37.

Decir que los niños vienen de la cigüeña lleva a crear hostilidad contra los mayores que engañan. Los dos puntos capitales del programa pedagógico actual son el retraso en la evolución sexual y el adelanto de la influencia religiosa. Y después queremos que se llegue a que prime la inteligencia. Freud 1927, 54.

El niño aprende que interesarse por las cosas interesantes está prohibido, y deja el instinto científico de investigación por culpa de los tabúes sobre el conocimiento de lo sexual (Russell, 1929, 83).