Reequilibrio Norte-Sur

Los cambios realmente profundos modifican radicalmente el lenguaje. Recordemos, por ejemplo, la larga y aún tan imperfecta transformación del sexismo existente en la adjetivación de los seres, y la primacía en la concordancia que la gramática patriarcal otorga siempre al género masculino.

Con más razón si cabe ha de cambiar nuestro lenguaje respecto del «Tercer» (!) Mundo. Nuestra civilización «occidental y cristiana» ha ido siendo criticada no sólo en su primera denominación, sino incluso en la primera, que parecía natural, meramente geográfica. Pero ya no es «la hora del occidental», concretada en el meridiano de Greenwich, invención del imperialismo inglés. Los asiáticos se niegan a ser considerados «orientales», etc.

Esa revisión «meridiana» del lenguaje no es con todo la más necesaria, porque en esa división no hay un «Imperio del Centro» (China), un ombligo del mundo (Roma), como tantos pueblos han creído ingenuamente ser. Mucho más importante que la modificación del esquema Oriente-Occidente (denominaciones en sí mismas bastante inocuas) es la desmitificación de la división Norte-Sur, hoy empleada para diferenciar los países en vías de superdesarrollo de los países en vías de subdesarrollo.

En efecto: esa su adjetivación como Norte y Sur está cargada de un enorme contenido valorativo: a) en lo social están los de arriba (altezas) y los de abajo; en lo moral se oponen las altas miras a las bajezas); en lo religioso, el cielo bueno triunfa de lo inferior, infernal); incluso en lo geográfico, hay que orientarse con el norte, etc.

Todos esos esquemas se han combinado y reforzado entre sí, e incrustado en el lenguaje, llevándonos así a hacernos creer -a nivel inconsciente, precrítico, y por tanto muy eficaz- que la división Norte-Sur es «natural», moralmente justa, querida por Dios, prácticamente inmodificable. ¿Caben términos más favorables para el «Norte» y más perjudiciales para el «Sur»?