El escándalo que ha despertado en Inglaterra el saber que la Reina tenía varios parientes desconocidos, o dados por muertos, pero en realidad «escondidos» en manicomios, ha desempolvado el viejo problema de las monarquías y sistemas feudales y aristocráticos en general.
La tendencia de los gobernantes, para mantener su poder, ha sido siempre el casarse sólo dentro de su nobilísima estirpe, con los de su «sangre azul». Esa endogamia llegó hasta el incesto, que encontramos en los reyes de Egipto, Perú, etc.
Desde el punto de vista biológico, el incesto multiplica el potencial de la herencia genética existente. Si es buena, tenemos los «pura sangre», que conocemos en caballos, perros, etc. Si es mala, multi-plica los defectos físicos y psíquicos. Sin duda, la selección natural elimina a muchos de los defectuosos. En la especie humana, sin ,embargo, una serie de conductas ha permitido la sobrevivencia de muchos tarados, máxime en las clases altas, mejor alimentadas, vestidas, alojadas, etc. En los últimos siglos, los avances en las condiciones higiénicas y médicas, de los que los nobles fueron los primeros en aprovecharse, aceleró paradójicamente su extinción como clase dominante, al multiplicar el número de sus tarados, desacreditando así más aún ese sistema de elegir gobernantes «por herencia», por «C», «creyendo en la virtud milagrosa del líquido seminal», en expresión de Peguy.
La nueva clase dirigente, la burguesía, después de criticar el sistema de gobernar por herencia biológica (que Hitler intentaría resucitar a nivel colectivo con el mito de la raza aria), aplicó otro modo de transmisión: la herencia, no ya biológica, sino económica. Las enormes riquezas acumuladas por los multimillonarios fueron legadas, a veces en su casi totalidad, a uno solo de sus hijos. Pero, por lo general, y a pesar del esfuerzo de tradicionalistas como Le Play para -fomentar esos repartos desiguales, esa reconstrucción feudal del «hereu» catalán (explicable en el campo para evitar el minifundio) fue considerada antidemocrática y prohibida o limitada por ley en los regímenes capitalistas.
Con todo, el sistema de herencia económica fue, y aún es, un elemento importante en muchos países para impulsar a la acumulación de capital, buscándose uno para cada uno de los propios hijos. De ahí que los socialistas, desde sus inicios, se opusieran a este sistema de herencia económica, sosteniendo que bastaba modificarlo para acabar con el capitalismo.
La herencia tiene ya en el capitalismo un papel menos importante, por la inflación, por la edad más tardía en que llega a los hijos, debido al alargamiento de la vida de los padres, y por otras causas. Pero no deja de seguir teniendo bastante importancia, ligada a la «herencia educacional», de formación, y al apoyo social que los padres dan a sus hijos. En la España actual, el Gobierno socialista intenta recortar aún más la herencia económica, con drásticos impuestos. Pero empieza a formar por su parte una «nueva clase dirigente», que puede reconstruir, en cuanto le permitan las circunstancias, un nuevo tipo de transmisión del poder político por vía genética, una nueva aristocracia, ahora de «sangre roja», o pretendidamente tal.