«EL TIEMPO» del miércoles 4 de octubre ha publicado una caricatura de Merina representando al «tío Sam» prometiendo dólares: a una América Latina representada por una niña de menos de la mitad de tu estatura, con la leyenda «Ahora, que si eres una buena niña y no creces».
Dicha caricatura es, no solo una exageración de la realidad -lo que es permisible en el género- sino una deformación total de lo hechos, pues en realidad Latinoamérica crece a un ritmo más del doble del de los Estados Unidos, y su estatura, es decir, su población, ha superado ya a la de ese país; pero se comprende que el caricaturista no habría podido reflejar la seria realidad demográfica sin dar al traste con el carácter humorístico-demográfico de su dibujo.
Personalmente yo estoy seguro que Latinoamérica tiene muchas y muy graves quejas que presentar a los Estados Unidos: para no mencionar otras -a mi juicio no menos graves- toda la ayuda económica que de él recibe no es sino una parte ínfima del beneficio que ese país saca en ese mismo tiempo al sur de Río Grande, y que por lo tanto se puede mirar con legítima desconfianza a tal «ayuda» y sufrir difícilmente el que esté acompañada de condiciones, lo que hace que parezca aún más generosa y gratuita. En cae sentido mi simpatía va por completo al caricaturista.
Pera precisamente porque hay tantas y tan graves razones de queja real respecto a nuestras relaciones con lo Estados Unidos, resulta nocivo, a mi juicio, at cada uno de los poquísimos puntos en que su actuación es, a pesar de ciertas modalidades, fundamentalmente justificable. En efecto el tamaño de una población está lejos de ser un problema «interno», como decía una editorial del periódico de esa misma fecha. Antes, por el contrario, es un problema que debe preocupar a los países vecinos tanto al menos como el problema de armamento , ya que una nación superpoblada con relación a sus recursos acabará por tomar una posición agresiva. Aún está reciente la política de «espacio vital» de Alemania, Italia y Japón. El multiplicarse excesivamente no es pues solo un pecado de imprevisión para con los hijos, sino también para con los vecinos, y ya la Biblia lo condenaba explícitamente en este sentido «Dice el Señor Dios: porque te has multiplicado más que las naciones que, te rodean… por eso dice el Señor: Yo también/como las naciones que te rodean/estoy contra ti» (Ezequiel 5,78)
Así pues, atacar la política de los Estados Unidos en este punto es una actitud que, aunque explicable en el contexto global, resulta en este punto errónea. Los Estados Unidos tienen el derecho, y el deber para con sus hijos, de preocuparse del crecimiento de sus vecinos. Por lo demás, notemos que en este punto como en ninguno otro quizá ellos predican con el ejemplo, reduciendo su propia natalidad.
En el fondo de esta protesta contra la intervención de los Estados Unidos está frecuentemente, al menos implícito, la idea de que una vez que se sea mucho más numerosos que ellos se les podrá imponer condiciones: pero esta es una idea anacrónica de lo que constituye hoy le fuerza de las naciones: el número de habitantes sólo cuenta en este sentido si contribuye a crear una economía próspera, capaz de crear ingenios bélicos adecuados. Y es un hecho que ye hoy casi nadie se atreve a discutir que el ritmo actual de crecimiento de nuestros países es un obstáculo grave al desarrollo, como subrayó una vez más el Dr. Lleras Restrepo en su charla a la nación ese mismo la 4 de octubre más aún; no sólo «la multiplicación desordenada de la población, desborda todos los recursos disponibles» y obliga a comer literalmente el capital ya existente, sino que esa comida hay que comprarla nada menos que a los mismos Estados Unidos, con lo que la dependencia a su respecto aumenta cada año en América Latina. La India, que es un ejemplo evidente de cómo un mayor número de población no basta vera imponer condiciones -pues tiene más del doble que la América Latina- muestra también cómo por el contrario este crecimiento poblacional le ha llevado alimenticiamente -como les niños- de los Estados Unidos. Y el acercamiento de Rusia a los Estados Unidos coincide extrañamente con sus importaciones de trigo para su población creciente…
Las justas reivindicaciones de los Países pobres respecto de los ricos no deben ser la del pobre que se esfuerza por tener un hijo cada año para hacer difícil le ayuda del rico; sino que ellos deben aprovecharla, potenciándola con su austeridad propia en todos los campos, pare poder salir adelante hasta estar en condiciones, llegado el memento, de poder exigirles todo lo demás que les deban. Esta es la única actitud digna, y la primera, aunque explicable, es vergonzosa y como propia de un niño que creyéndose -aun con razón- víctima de una injusticia, se hace él mismo más daño aún, justificando con su pataleta irracional la necesidad de une tutela aún injusta, en nuestro caso colonialismo político o económico. Porque, digámoslo sin embajes, es vergonzoso que en nuestros seises no seamos capaces de realizar una otra tan elemental, tal humanamente necesaria, como la de adaptar la natalidad a las nuevas condiciones creadas por la limitación de la mortalidad infantil.
Tenemos esculpida en bronce le palabras de Bolívar. «Solo el puedo conoce su bien», pero aún hay muchos que se niegan a escuchar la voz de lo padres y madres colombianos, expresados inequívocamente en les encuestas de opinión pública, y les impiden conocer y poseer los medios prácticos y eficaces para ejercer esos derechos fundamentales del hombre y de la mujer contemporáneos, cuyos defensores están a veces perseguidos como se persiguió a los de los derechos de 1799, hoy esculpidos en nuestros muros.
Privados de esos derechos elementales, miles de madres de una ya numerosa progenie mueren al abortar millones de futuros seres, negándose, aún a riesgo cierto de sus vidas, a colaborar a las privaciones, falta de cuidado y educación en que en tales circunstancias ellos inefablemente se encontrarían. Millones de hogares se dividen aún entre las necesidades del amor y las de una maternidad responsable, opción trágica que la humanidad apenas conocía cuando la mortalidad infantil impedía le formación de familias numerosas y que hoy podrir ser plenamente evitada con una regulación racional de la natalidad.
La insistencia de los Estados Unidos en este problema toca esa llaga dolorosísima de nuestra vida social; pero en lugar de rebelarnos ante ese de desvelarse en público de nuestra tara, deberíamos reconocerla, y vencer todos esos intereses antidemocráticos y antieconómicos que en nombre de ideologías de derechas y de izquierdas, nacidas en otra s épocas y en otras tierras, y apoyadas aún hoy eficazmente desde el exterior, perpetúan y aumentan, al ritmo catastrófico de la explosión demográfica, los sufrimientos del pueblo colombiano. Luchar por eso es el único patriotismo auténtico que conozco. Lo demás es un sacrilegio que profana los sentimientos más nobles del hombre, exigiéndole, como hemos visto, auténticos sacrificios humanos en aras de ídolos, que son, por añadidura, extranjeros.