Mujeres Sacerdotisas

Hay cosas que resultan impensables, un verdadero solecismo idiomático, para nuestra mentalidad tradicional. Entre ellas se encuentra la de que las mujeres puedan ser sacerdotes. Es algo tan consubstancial a esa visión religiosa judeocristiana la virilidad del sacerdote, que ni siquiera se ha tenido que prohibir de modo explícito lo contrario. Algo así como el incesto, que en muchos códigos ni se ha prohibido explícitamente, dando por supuesto que no se podía realizar, ni aun concebir, crimen tan nefando: «ni se nombre entre vosotros». El sacerdote, imagen y semejanza de Dios, no podía ser concebido, como El, sino en forma masculina.

Sin embargo, un movimiento secular está poniendo en entredicho el valor sagrado y absoluto de lo masculino, identificado durante milenios con todo lo positivo, fuerte y bueno, como lo femenino era con todo lo negativo, débil y malo. Ya no se concibe a la mujer como fuente y casi encarnación del pecado. La misma divinidad no está ya representada con atributos exclusivamente masculinos, sino que se la espiritualiza y asexual, por lo que ya no repugna que sea servida por mujeres. Dentro de la orto­doxia católica, éstas empiezan ya a ejercer funciones litúrgicas, todavía subordinadas a las masculinas, pero sin estar ya absolutamente excluidas como antes de las ceremonias del culto, al menos como parte activa de ellas. Algunas feministas católicas reclaman el sacerdocio, y no hace mucho una de ellas, norteamericana, pasó a las vías de hecho y pretendió oficiaruna misa en la misma Basílica de san Pedro, en el Vaticano.

En otras civilizaciones Menos patriarcales hay sacerdotisas, como hay sacerdotes. Y en distintas confesiones cristianas las mujeres han ido adquiriendo un progresivo protagonismo en la esfera cultual, hasta recibir de pleno derecho el sacerdocio.

Este movimiento puede encuadrarse en el acceso general de la mujer a profesiones reser­vadas a los varones, máxime cuando estas profesiones, por no estar bien remuneradas o consideradas, ya no son tan buscadas por el sexo masculino.

Estos días hemos visto cómo incluso en la Iglesia de Inglaterra, que es de las más próximas, ideológica y litúrgicamente, a la católica, se ha admitido también a las mujeres en el sacerdocio, no sin provocar algunas fugas de varones escandalizados, como e obispo anglicano de Londres, a confesiones más tradicionalistas, incluida la Iglesia católica.

¿Quiere esto decir que nunca veremos una sacerdotisa católica? Por mucho que esto escandalice a algunos, no puede excluirse esa posibilidad si se hace una exégesis ade­cuada del Nuevo Testamento. Más aún, mirando a largo plazo, cabría predecir el que llegará un momento en que el nombramiento de una Papisa no resultara ser ya un hecho escandaloso de una Iglesia corrompida, como pretendían los anticlericales respecto de la mítica Papisa Juana, sino que sea interpretado entonces como el coronamiento de una lucha multisecular de la caridad cristiana por enaltecer a la mujer, superando el estado de indignidad al que el patriarcado maniqueo pagano la habla sumido durante tanto tiempo. Interpretación que quizá no resulte del todo exacta desde la pura objetividad histórica, pero que, como tantas otras, se impondrá fácilmente, por dejar en buen lugar a los protagonistas de esa curiosa historia.