20000517. Yate en que naufraga su dueño.
Algunos, profanos o interesados, tacharon entonces de exagerados a los comentaristas políticos; pero los hechos posteriores mostraron hasta qué punto fue a la vez causa y símbolo del alejamiento de Felipe González respecto a la ciudadanía el que se embarcara y se fuera de paseo en el yate Azor. ¿Cómo no recordarlo ahora, cuando vemos embarcarse ahora en un nuevo yate, doblemente más lujoso que el anterior, y cuyo mismo nombre revela y reafirma su lamentable origen real, “Fortuna”, a Juan Carlos I?
A medida que la ciudadanía va conociendo los detalles, van aumentando las muestras de rechazo a todos los niveles, desde la pancarta en la manifestación del primero de mayo madrileño –modesta, pero significativamente destacada por la mayoría de las televisiones- hasta el titular a toda página de un gran semanario de actualidad, muy ligado a uno de los dos grandes partidos estatales: “El Rey, mal aconsejado”, refiriéndose a lo del yate, a la nueva mansión para el Príncipe –casi otros mil millones a pagar por todos, además de los que cada año nos cuesta la casa real-, y al reciente e impolítico acercamiento del rey a la nobleza.
Decía Buda que si una balsa nos había ayudado a cruzar un río, no por eso teníamos que cargar para siempre con ella, por agradecimiento. Los servicios prestados durante la transición por la monarquía, -cumpliendo con su deber-, no deben hipotecarnos para siempre; máxime si esta carga se va agravando tan irracionalmente. Nada más natural en la normal evolución de los pueblos que el que cambio, de modo que lo que en un momento fue conveniente, pueda después, acelerado incluso por determinados comportamientos de las personas, resultar contraproducente.
20000521. Yate.
Quizás el Día Mundial sin Tabaco sea el momento para decidirnos socialmente a enfrentarnos, con hechos bien conocidos, cifrados y probados, al problema que ha dañado la salud y teñido de luto a más familias españolas; entre ellas, la mía.
Nadie nace fumador. Las tabacaleras no habrían conseguido imponer por tanto tiempo su manipulado ”tabaco” (en realidad una droga de diseño que agrava su adicción y dañinos efectos) sin una propaganda obsesiva, cuyo monto económico, incluso el legal y oficialmente reconocido, llega a duplicarse de un año para otro.
Con ese dinero las Tabacaleras han podido corromper a personalidades prestigiosas por sus logros deportivos o su posición social, para que pongan en sus vehículos propaganda de sus marcas; por ejemplo, “Fortuna”, induciendo así, máxime a los más jóvenes, fáciles víctimas de su admiración hacia esos famosos, a convertirse en tabacodependientes.
La solución del problema no está en prohibir la distribución de tabaco, “prohibicionismo” contraproducente e incluso inhumano respecto a los muchos adictos que no pueden dejar esa esclavitud (característica en parte no menos siniestra que sus fatales consecuencias para la salud), sino en eliminar cuanto antes esa criminal propaganda del tabaco, denunciando ya a sus cómplices, esos envilecidos hombres-anuncio, sea cual sea el nivel al que se encuentren.
20000620. Yate corruptor.
Este año, si no por otras causas, España será famosa por haber, por la vía elocuente de los hechos, oficialmente botado, si no votado, la ley del embudo. De ordinario, la corrupción en las altas esferas es más grave, pero más ocultada, lo que disminuye algo su pésimo -económica y moralmente- ejemplo multiplicador. Sin embargo, cuando el «regalito» es realmente regio, de varios miles de millones, equivalente a varios años de los ya nada desdeñables ingresos del funcionario, y ese donativo está pagado a escote por empresarios que dependen del agraciado, ya no se puede tapar el cielo con la mano.
En efecto: no se trata en este caso de un grupo religioso, que puede regalar su peso en oro, una verdadera fortuna, a un jefe por la gracia de Dios, impecable, incluso hereditario, como el Aga Kan; acto del que sus creyentes puede hasta enorgullecerse con cierta lógica, como una prueba más de que su gran fe supera cualquier raciocinio. Un régimen democrático se basa en la razón, y regalos de esas características, lejos de servir para mantener a flote el prestigio del cargo -como se pretende aquí para intentar justificarlo- lo desprestigian, así como al conjunto de las instituciones que lo toleran, sin tener el valor de denunciarlo.
20000621. Tabaco y yate.
Su gesto generoso me ha convencido, y desde ahora me convierto al capitalismo. Porque si un montón de empresarios mallorquines ha sido capaz de regalar, cada uno de ellos, cien millones de pesetas sin segunda intención (¡sería una corrupción… regia!) para que pueda salir a flote el monarca gracias a su nueva FORTUNA ¿qué no serán capaces de darme a mí, cuando me esté ahogando en deudas hipotecarias o desempleo?
Ningún otro sistema es capaz de engendrar actos tan altruistas. Sólo algún mal pensado -¿republicano, comunista incluso? – podría poner pegas a este majestuoso regalo, o insinuar que le huele mal el tan adecuado, hasta económicamente, nombre de FORTUNA. ¿Acaso (por pura casualidad, sin duda) no utilizan también FORTUNA tantos españoles para evadirse de sus problemas terrestres, aunque sea de una manera bastante más modesta e insana?
20000703. Encuesta sobre los republicanos.
En una democracia reviste especial gravedad el intentar falsear el estado de la opinión pública, manipulando los datos de las encuestas. Un diario capitalino, que no suele pasar por monárquico -lo que hace más creíble y dañino su montaje- pretende vendernos, en titulares de primera página e interior, como conclusión de una encuesta, el fenómeno de «Los últimos republicanos», como si éstos fueran pocos y estuvieran desapareciendo, cuando la realidad de los mismos datos indica todo lo contrario.
En efecto: a pesar de que toda la propaganda oficial ha sido siempre -durante el franquismo y después- en contra de la república, y del oportunismo sistemático de los pocos grupos que se declaran republicanos, más de la cuarta parte de los que se definen al respecto lo hacen a favor de la república. Más aún: la tendencia de esa importante minoría es a aumentar, no a disminuir, como prueba el mucho mayor número de republicanos que se da entre los más jóvenes y entre los que tienen mayor instrucción. En el mismo sentido hay que interpretar el que haya dos quintos que piensan que hay que reducir más aún las competencias del rey, contra tres quintos que piensan lo contrario. Por último, y bien claro, y entre casi todos los encuestados, hay ya un empate técnico entre los que creen que la monarquía tiende a desaparecer, 42%, y los que opinan no nos encontramos ya de hecho entre los últimos monárquicos, 44%.
Tergiversar la opinión pública en temas tan importantes no es sólo moralmente condenable sino, gracias a la misma libertad de expresión de otros medios de difusión, inútil e incluso contraproducente.
20000709. A Rosa Montero.
Te adjunto una serie de cartas y carteles que he redactado -con distintos nombres- en relación al yate real FORTUNA, una vergüenza nacional de máxima categoría (y hay tantas…). El asunto me tiene tan deprimido que aprovecho la ocasión de hacer una campaña de información sanitaria en Méjico, para irme hasta primeros de septiembre, a ver si se me pasa esa mala Fortuna…
P. D. Recuerdo con especial satisfacción lo que escribiste con motivo de la visita del personaje PUTIN. Estuve en la manifestación ante el Ministerio de Asuntos Exteriores, con una pancarta: «Ruin con Putin «libertad de expresión»: disidentes a prisión». La apatía general en España ante ese otro tema también es «demasié».
20000715. Rey mago, no.
Se puede añorar en cierto modo la «inocencia» de la niñez, pero no se puede llegar a ser adulto sin renunciar a creer en los regalos del ratoncito Pérez o de los Reyes Magos. Todo regalo, dicen los antropólogos y el sentido común, pide un retorno, tanto mayor cuanto menos inmediata y aparente sea esa contrapartida. Por eso los estadounidenses exigen una autorización para que sus dirigentes puedan recibir un regalo superior a diez dólares. Cuanto más cuando, como en estos días, se regala a un dignatario una verdadera Fortuna, cuyo montante oficialmente reconocido es tres veces superior a los mil millones que ya pagamos cada año entre todos al Jefe de Estado el conjunto de los españoles.
Urge, pues, poner en orden nuestra propia casa, para poner en claro ese «regalo», tan poco creíble para un adulto como el de los Reyes Magos. Es necesario para que este ejemplo tan negativo, viniendo desde tan alto, no nos cueste mil veces más, moral y económicamente. Urge, asimismo, yendo a la raíz de tan grave problema, profundizar en la democracia, asentar jurídicamente la indispensable universalidad de la ley, sin excepción alguna, acabando con la antidemocrática «irresponsabilidad» del jefe supremo, triste herencia de un vergonzoso servilismo ante el caudillaje que, en aquellos tiempos de la transición, los redactores de nuestra Constitución no fueron capaces de superar.
20000715. Rey mago, no.
Se puede añorar en cierto modo la «inocencia» de la niñez, pero no se puede llegar a ser adulto sin renunciar a creer en los regalos del ratoncito Pérez o de los Reyes Magos. Todo regalo, dicen los antropólogos y el sentido común, pide un retorno, tanto mayor cuanto menos inmediata y aparente sea esa contrapartida. Por eso los estadounidenses exigen una autorización para que sus dirigentes puedan recibir un regalo superior a diez dólares. Cuanto más cuando, como en estos días, se regala a un dignatario una verdadera Fortuna, cuyo montante oficialmente reconocido es tres veces superior a los mil millones que ya pagamos cada año entre todos al Jefe de Estado el conjunto de los españoles.
Urge, pues, poner en orden nuestra propia casa, para poner en claro ese «regalo», tan poco creíble para un adulto como el de los Reyes Magos. Es necesario para que este ejemplo tan negativo, viniendo desde tan alto, no nos cueste mil veces más, moral y económicamente. Urge asimismo, yendo a la raíz de tan grave problema, profundizar en la democracia, asentar jurídicamente la indispensable universalidad de la ley, sin excepción alguna, acabando con la antidemocrática «irresponsabilidad» del jefe supremo, triste herencia de un vergonzoso servilismo ante el caudillaje que, en aquellos tiempos de la transición, los redactores de nuestra Constitución no fueron capaces de superar.
20001121. Caducidad de la monarquía.
«Las instituciones perecen por sus victorias» Desgraciadas aquellas que, incapaces de realizar su cometido, o de reconocer los límites de su misión, sobreviven a su época, causando graves daños al cuerpo social o, perdiendo su valor y dignidad, como monstruosos restos objeto de curiosidad turística.
Pocos negarán el carácter benéfico que en determinados momentos tuvo la instauración o restauración de ciertas monarquías; pero no menos clara es su acelerada desaparición en el mundo entero ante el sistema democrático, con el que resultan cada vez más incompatibles y anacrónicas, excepto en pocos y temporales casos, que no hacen sino confirmar la regla. La gratitud a la balsa que nos ayudó a pasar un río no debe llevarnos a cargar después con ella.
La conmemoración de los veinticinco años de restauración de la monarquía debería servirnos, aprovechando el obvio balance a que invita, para estimar mejor sus límites y alternativas futuras. Sería lastimoso que esperáramos a que una excesiva obsolescencia y los males consiguientes llevaran un día a rechazarla de nuevo de un modo violento y costoso. Esperemos una actitud más sensata y madura por parte de todos, con una transición gradual y consensuada, de lo que tenemos, por fortuna, variados y exitosos precedentes en que inspirarnos.