Expansión poblacional y política: hechos y perspectivas.
Los Estados Unidos son la nación moderna cuya población he crecido más deprisa, como ye notaran N. Smith y Malthus. En 200 anos su población se he hecho casi otras tantas veces mayor: de poco más de un millón en 1770 a más de doscientos en 1970. En cualquier régimen. una expansión poblacional tiende a le expansión política. Cerrada le Frontera interna, los Estad. Unidos presionaron fuera. El T. Roosevelt de la «gran familia» contra el mítico «suicidio ele la raza», fue también lógicamente el del «gran bastón»; racismos y fascismos posteriores en Europa no lo harían mejor. Ya Tocqueville notó en 1&35 cómo el ritmo de crecimiento poblacional estadounidense, como el ruso, I. llevarían e querer dominar cada cual medio mundo cuando tuvieran una población parecida a la presente.
En efecto: para mantener y elevar el nivel de vida de sus pueblos, estos países, que tienen aún el mayor ritmo de crecimiento poblacional entre los países industriales, han de recurrir progresivamente a la explotación de su Oeste y Este, interno y externo. Cada norteamericano gasta en recursos naturales como 25 o 30 indios (I.. 11. Dey). Luego, desde el punto de vista de los recursos naturales, le explosión poblacional estadounidense es hoy le más grave del mundo, relativa y aun absolutamente, porque siendo menos del diez por ciento de le población, consumen más de la mitad de le producción mundial.
En alimentos los Estados Unidos no han presionado aún tanto como Japón o Inglaterra, que deben importarlos masivamente. Pero para algunos productos escasos hay ye un «Banana Empire», y e-arios imperios más del azúcar, café, etc., sacando alimentos de pueblos hambrientos, como los imperialistas del pasado, y en forma cada vez más grave, por el aumento interno y ext.no de le población. Toda explosión pololo. dona!, fomentando le escasez alimenticia, refuerza d imperialismo y, en el caso especial de los Estados Unidos, único país industrial gran exportador también de algunos alimentos, le permite también afianzar con ese exportación su política expansionista a costa de los países chantajeados por le amenaza de carestía o hambre; no solo Puerto Rico o la India, sino incluso Rusia o la China, en donde la visita de Nixon fue precedida de la compra masiva de trigo norteamericano. El informe Peley, que declaraba en 1952 que los Estados Unidos, 8% del territorio y 9,5 % de la población mundial, consumían el 60% de la producción mundial, «salva titularse «Recursos para le libertad», y H. Cabal Lodge diría que «una Norteamérica sin gran Abundancia de recursos naturales no sería la Norteamérica de le democracia». Pero un pueblo que oprime a otros no puede conservar tampoco largo tiempo una democracia interior. Y si el empobrecimiento de los otros pueblos les hace hoy, como veremos, más débiles, quizá un día no lejano se invente y difunda un arma de destrucción mundial con la que el país más débil y miserable pueda apuntar hacia «arriba», pues el desespero de su abyección le haga indiferente y aún deseable el morir matando en la última «vendetta» de le especie… Tal espíritu se encuentra hoy a veces en China, y si Mao protestó con razón contra el querer achacar Aehrson le revolución china e le explosión poblacional (como hoy dicen los lumpenrevolucionarios), sí cabe afirmar con Einstcin y B. Russell que la explosión poblacional (en cualquier parte) es más dañina que le atómica, e la que por teneduría vemos impulsa.
¿Fe en le técnica? La creciente «diferencia en desarrollo».
El enorme avance tecnológico. en los Estados Unidos como en la Unión Soviética, exige, no sólo un volumen mayor de materias primas, sino también una variedad creciente ele ellas. En los Estados Unidos se reconoce oficialmente que faltan 53 productos indispensables. consumidos en gran cantidad, que se encuentran «casualmente» en el Congo, Vietman. etc., y es a los que hay que tener fácil e indiscutido acceso (ye Eisenhower, 1.1.1953). Más técnicas, más consumo exigido por ella, más colonias para procurarlo, más armamento para mantenerlas, más población exigida o suscitada por esa industria, y de nuevo más técnica para mantener esa población (interna) y ese armamento: otro círculo vicioso de expansión poblacional imperialista, que conocen hice los países satélites soviéticos, y más a veces los de los Estados Unidos, precisamente por el mayor novel general de vida del país-patrón. Ya los rendimientos decrecientes, comunes a todo sistema (Malthus), o su expresión capitalista, le baja de la tasa del beneficio (Marx), agrava (intensificándola, no liquidándola) la presión imperialista. Las expectativas crecientes, mayores aún en los países desarrollados que en los otros, equivalen a otra explosión poblacional (Bouthoul), multiplicando sus efectos nocivos.
«Paciencia, la técnica arreglará todo, y a su turno se desarrollarán ustedes» predican embaucadores tontos útiles. Imposible. Le tendencia es incluso contraria: «Si todos estuvieran el nivel de vida norteamericano, habría que producir cien veces más hierro, cobre, plomo, sine, etc., y las reservas no son inagotables» (L. Johnson). La escasez mundial de recursos revela brutalmente el antagonismo creciente entre los países desarrollados, a quienes la misma técnica impide en modo creciente suavizar su explotación (cabe tener un caballo menos en su carro, pero no un avión sin gomas) y los países subdesarrollados.
Como las observaciones de los cuerpos celestes fueron fruto de clases ociosas por su imperio sobre in-números esclavos, y les permitió, con sus calendarios agrícolas, mantener y ampliar sus regímenes teocráticos, así los satélites artificiales del cielo, fruto de la explotación al Este como al Oeste, de los países salé. lites reales, constituyen también u. oportuna sangría para evitar su rebeldía, y dan al mismo tiempo armas —militareis y tecnológicas — para defensa de sus amos. Una vez más, se impulsa a los hombres o mirar al cielo para robarles la tierra.
Malthus se oponía a la «división del trabajo» imperialista de Ricardo por fomentar ésta una gran población . el país industrial, que quedaría sin empleo al industrializan. el agrícola. Ahora la «diferencia en tecnología» en tan grande que no corre peligro la primacía. Si Harold Wilson se quejaba de la esclavitud industrial de Europa respecto de los Estados Unidos, dependiendo técnicamente de ellos, ¿qué será del resto del mundo? Hoy, a nivel mundial, el mo nopolio del desarrollo técnico protege el monopolio del poder político y económico. aumenta en vez de disminuir la «diferencia en desarrollo», como dentro de un mismo país aumenta el poder patronal que amenaza con la automatización a los grupos asalariad. rebelde, (Ure), obligando por su ritmo acelerado de invención a una reconversión constante, inhumana en su ritmo, como denunciara ya Sismondi.
Capitalismo e imperialismo: subconsano de bienes, ultraconsumo bélico.
Como otros países capitalistas, los Estados Unidos ven agravado el problema por otro factor importante. El capitalista sólo se arriesga si va a sacar plusvalía del trabajador, de modo que .te no puede comprar. k después la parte de producción que tampoco consume el capitalista, y que hay que vender a terceros para la necesaria acumulación (los beneficios de loa monopolios estadounidenses, por ejemplo, aumentaron de 1933 a 1962 el doble que I. salarios). ¿Qué hacer cuando están saturadas los mercados exteriores solventes, para que no haya crisis de superproducción, como la de 1929? Entonces F. D. Roosevelt, como Keynes, proponía se hiciera un «Welfare State», pero este tropieza con los intereses privados (Sweezy), que actúan contra ese «dumping». Entonces salvo de la crisis el apelar al consumo destructor de la guerra, que, callen-te o fría, trajo la prosperidad y la mantiene, no ya «matando su mandarín» (Balzac), sino su coreano o vietnamés… y de propina a los jóvenes norteamericanos (molestos competidores de loa viejos) invertidos en ese negocio. «La intensificación de la guerra creó un millón de empleos en dos años», era el titular del N.Y. Times del 14-1X-1967. ¿Quién será tan asocial que pretenda liquidar tan fenomenal negocio… estacional, que se llevó el 57,20 % del presupuesto regular desde 1946, según notaba entonces el senador Fullbright; presupuesto miliar que en 1973, mas la «paz», ha aumentado, preparándose pues mejor ese nuevo Moloch para devorar más víctimas humanas?
Otra alternativa a la crisis de superproducción es el aumentar el número de consumidores: «más niños significa más negocios»; pero corno, según vimos, esos nuevo productores reciben proporcionalmente incluso menos aún por su trabajo (su abundancia les hace competir entre sí, la inflación poblacional lleva a la desvalorización del hombre por el hombre), la crisis se presentará después más fuerte; el capitalismo refuerza así la tendencia de toda «explosión de bebés» imperialista a producir una «explosión bélica», que a su vez pide más carne de cañón (Knutaky), otro circo-lo bien vicioso del desarrollo… imperialista. Políticamente, la guerra se incuba en los vientres de las madres ultra fecundas (Margaret. Sanger), como económicamente la sobreabundancia de vientres llenos lleva a la de vientres vacíos, aún en otra clase o país.
La explosión urbana de la civilización: densidad, represión sexual y agresividad.
Nos encontramos aquí de nuevo con un hecho ecológico, infraestructural, independiente de la ideología y sistema social. La civilización, que en su sentido estricto nació con la ciudad, corre peligro de perecer por exceso, por encefalitis, como tantas especies que desarrollaron demasiado deprisa. Los estudios de crecimiento de vegetales y animales muestran que su proliferación es uniformemente acelerada en un primer período (rendimientos crecientes), pero después es uniformemente decreciente, terminando la curva de desarrollo en una asíntota al «techo» poblacional máximo, habida cuenta de alimentos, espacio, etc. En laboratorio se puede eliminar el recurso raro «alimemto» e incluso el «espacio», ampliándolos proporcionalmente al número, pero aún así, aunque sea más tarde, se presenta el mismo fenómeno. El freno a ese ritmo excesivo del desarrollo poblacional se realiza en los animales por medio de nuevas conductas: creciente desprecio y violación de las hembras, aumento de la homosexualidad, desaparición del amor materno, insomnio, nerviosismo y lucha de todos contra todos hasta la muerte. Estos han sido también los fenómenos que se han manifestado y arruinado tantas civilizaciones humanas del pasado. El rápido aumento de densidad urbana no deja tiempo al organismo para acomodarse a las nuevas costumbres, aunque RO hubiera problemas económico-alimenticios (la «variable inalthusiana»); es decir, el ritmo de cambio no permite que se acomode al mayor sedentarismo, ambiente artificial y nuevas regulaciones de la vida sexual y de las relaciones generales con los demás (Pearl, Calhoun).
Las ciudades crecen hoy día a un ritmo doble a seco del de la población. No sólo los problemas estrictamente económicos, sino los de contaminación del ambiente, transportes, comunicaciones psíquicas y X sueles, se intentan resolver ahí con medios muy artificiales y desadaptados a la realidad, nueva incluso para los ciudadanos nativos. Entonces se engendran progresivamente revueltas de plebes como la romana, que renuncian a su libertad —ya perdida, en empleos parasitarios terciarios de un Estado «creado para esos que están de más» (Nietzsche, Parkinson)— entregándose a emperadores (Führer, «Duce socialista» o Presidente), con los que se lanzan desde esas metrópolis a conquistar y explotar el rato del mundo, edificando Finpire Stwes. El censo de 1960 mostró la saturación en el crecimiento de las grandes urbes estadounidenses, que «coincidió» con la agravación de su imperialismo.
Las burocracias que crea la ciudad hacen también perder la libertad en el propio país. La creciente frustración general y sexual (que revelan los índices de suicidio, locura y criminalidad sexual de todas las grandes ciudades del mundo) lleva a concepciones pesimistas, desde el Eclesiastés hasta Freud, quien cree que el hombre odia a le civilización y es un lobo para el hombre («pecado original»), sin comprender que eso se debe en buena parte, como prueban los experimentos antecitados, a su proliferación a un ritmo que les hace desadaptados a cualquier sistema social: ni los capitalistas ni los comunistas hubieran cometido tantos crímenes si el ritmo de crecimiento de sus respectivos grupos no les hubiera empujado tanto a ello. Hay diferencias importantes según las marcas, pero a una velocidad excesiva cualquier vehículo acaba por fallar y provocar catástrofes. Critíquese en buena hora los defectos del automóvil de la competencia, pero póngase límites a tina carrera poblacional criminal y a veces suicida.
En 1781, T. Jefferson notaba que «cuando empecemos a amontonamos unos sobre otros en grandes ciudades, como en Europa, nos corromperemos como en Europa, y empezaremos a devoramos unos a otro, como allí sucede». ¿Vencerá definitivamente Hamilton a Jefferson? En 1961, J. F. Kennedy decía que nuestra generación será quizá le última que podrá planificar libremente su crecimiento. Para defender le libertad y le democracia real en su base mis estricta y elemental, cualquiera que sea el objetivo que des. pues se le quiera dar, frenemos, en el mundo moderno la explosión urbana, progeso… en opresión, frenan. do, entre otras cosa, su fuente infraestructural principal: el desenfrenado aumento de población. El control natal no es una panacea pare otros problemas, pero tampoco hay sustituto para él. Y hay que hacerlo ye, no con medios frustrantes o utópicos como el matrimonio tardío de Malthus o mistificantes «sublimaciones» freudianas, lo que perpetuarla por ese concepto le agresividad opresiva de las ciudades sexual. mente frustradas, sino por medios anticonceptivos, que permiten «hacer el amor y no le guerra», mientras que sin anticoncepción, «Venus trae a Marte», la cigüeña engendra águilas guerreras.
Con le «Comisión sobre Crecimiento de Población» (1970-1972) del Congreso estadounidense, propugnamos la estabilización de la población, el facilitar el acceso a los distintos tipos de control natal a todos, «incluso» a los jóvenes, y el fomentar una «conciencia poblacional», ya que las encuestas demuestran que son muchos los que no conocen ni aproximadamente su número y poquísimos consideran ser un problema grave el crecimiento poblacional dentro de loa Estados Unidos.
Cuidémonos también de le «invasión vertical de los bárbaros» (Rathenau), de le «rebelión de las masas» (Ortega y Gasset), de las plebes parasitaria, destructoras de le civilización. En los Estados Unidos, algunos lumpenrevolucionarios quisieran hacer esas revueltas manipulando minorías que luchan por su justo ascenso, como los católicos o los negros o los «hispanos», incitándoles a una proliferación incontrolada. Esos demagogos no ejercen una gran influencia real sobre la natalidad de «sus» grupos, pero su vocinglería politiquera mantiene actitudes en ellos y crea reas dones también en otros que son contrarias a esos mismos grupos discriminados (una población creciente puede permitirse el lujo de escoger, discrimar la gente) y a Ia paz mundial. Valga esto particularmente particularmente de todas las mujeres, «mayoría discriminada», que tradicionalmente, con su aceptación pasiva del patriarcado, engendraban los numerosos hombres que les hacían «superfluas» en el mercado del trabajo, administración, política, etc. Iniciado ce parte como una reacción a una nueva marginación por le «explosión de bebés» tras 1945, el nuevo feminismo estadounidense va comprendiendo mejor el acondicionamiento poblacional de sus reivindicaciones, y esto le ayuda poderosamente a consolidarlas.
En los países subdesarrollados: debilidad y «coacción»
Antes, cuando le vida era precaria, el aumento de población dependía de la buena alimentación, higiene, vestido, alojamiento, etc., que ahorraba vidas, y constituía el mejor índice de desarrollo (A. Smith, Rousseau). Hoy los Duvalier «permiten» duplicar. Haití en 28 años, porque les sirve para mantenerlo con esa proliferación en le pobreza, ignorancia y debilidad. A veces parece que los explotadores quieren el control natal: son viejas tácticas de camuflaje, que aquí, por tantos prejuicios precríticos en sus mismos críticos, tienen gran éxito. Pero no hay que guiarse sólo por declaraciones, sino analizar las acciones. Oligarcas e imperialistas dirán a coro que quieren el desarrollo económico de sus pueblos, pero se guardarán muy bien de colocar su ayuda en inversiones estratégicas, que pudieran crear un desarrollo con el que se escape el pueblo e su control. Por eso el imperialista le interesa que el oligarca derroche el dinero: el buera político, desarrollista, sería malo para el país ya desarrollado, que se alía al «bueno» (para él) en una santa alianza para el subdesarrollo. Con. forme a esta táctica general, dicen que quieren el control natal, pero emplean los métodos clínicos, tan eficaces… en teoría, que jamás en le práctica han conseguido ser mayoritariamente empleados hasta esta década ni en los países desarrollados, y menos aún realizaron nunca le transición demográfica de ningún país.
Cuando los oligarcas y los imperialistas se disputan el botín, los oligarcas buscan el apoyo popular, y se proclaman nacionalistas (!). En este campo dicen que se quiere obligar el control natal desde el exterior. Pero los coaccionados (y nunca mucho, pues. no hay fuertes divergencias entre imperialistas y oligarcas) son en todo caso ellos, cuyos intereses siempre son, y a veces más que otros, antagónicos s los de «sus» pueblos; porque los pueblos en talas las encuestas declaran en todos los países muy mayoritariamente querer el control natal, y por tanto no pueden estar presionados a hacer lo que ya están ‘deseando poder conseguir… El mito de la «coacción» tienen con todo cierta popularidad, porque se considera a los pobres como degradados, pecadores (Cal-vino), sensuales, incapaces de autocontrol, y se proyecta esto más aún en les razas y países «tropicales». No: «sólo el pueblo conoce su bien» (Bolívar), y lejos de oponerse al control natal, ve pronto les ventajas que éste presenta para llevar una vida económica, sexual y generalmente más sana.
Puesto que a los oligarcas e imperialistas les parece hoy útil la proliferación de los pueblos pare mantenerlos pobres, ignorantes y dependientes, sus «fracasos» en planificación familiar como en desarrollo económico son en realidad sus grandes triunfos, y fácilmente se «resignan» a ello (Nixon), quedando regiones enteras corno «reservas de indios» (A. Huir. ley), de mano de obra barata, «el producto más interesante del Perú», como decía un inversionista (?) yanqui, hasta el punto que a veces se le importa, todo entero, en coyuntura favorable, como a los «portorican boys», «espaldas mojadas» mejicanas. Las países al sur de Río Grande, corno antes algunos Estadas de la Unión, son hoy verdaderos criaderos de esclavos, y los imperialistas sólo se oponen a una proliferación tan grande que dañosa la calidad de esos «instrumentos vocales» (Aristóteles). Tras haberse «comido» en su crecimiento a los indios sé. atadas, como predijera Malthus, el «destino manifiesto» el sueño panamericano es ahora no el eliminar, sino el utilizar los «indígenas sedentarios», apreciando aún a esos países según las posibilidades de «encomiendas» (Mas Weber).
¿Qué hacer?
Hay pues que realizar pronto el control natal también en los países subdesarrollados, ayudar a loa pueblos oprimidos y mantenidos aquí como en otros campos en la ignorancia y política contraria a sus interesen. Después estarán ya demasiado débiles para que esta medida sea liberalizadora, y finalmente los mismos opresores lo llevarán a cabo por medios bárbaros, cuando no corra ya peligro su dominio, pero sí puedan salir perjudicados sus intereses económicos por la miseria total, improductiva.
El control natal tiene un valor táctico especialísimo por su rentabilidad en función de los recursos disponibles. Resulta hoy de particular importancia la difusión masiva de conocimientos y, si hay recursos, la instauración de redes, comerciales o no, de distribución de instrumentos anticonceptivos no clínicos (condón, óvulos, etc.), insistiendo en los más simples (esponja, retirada, lavado), que si en teoría son menos eficaces, en la práctica lo han sido más, por hacer independiente al pueblo de su situación económica para adquirirlos de las redes de distribución y asequibilidad a los médicos o clínicas, circunstancias obstaculizables por los gobiernos opresivos.
Quien suscribe quiere subrayar que, aunque no convenga la noticia a ciertas firmas farmacéuticas, el hecho es que los medios no clínicos de anticoncepción son mucho más empleados, incluso en los países desarrollados. Por eso él ha comenzado una campaña para difundirlos aún más en varios países, y para adelantar esa y otras tareas afines solicita la colaboración (intelectual, personal, económica) de cuantos comprendan la importancia del problema. Advierte también que, a pesar de múltiples intentos de colaboración con diferentes organizaciones tradicionales de planificación familiar, esta (privadas y públicas) han resultado ser excesivamente burocratizadas y comprometidas para realizar una acción radical, es decir, una que vaya a las raíces del problema. Recuérdese que, en los mismos Estados Unidos, Margaret Sanger hubo de dejar, «por extremista», la organización de control natal que fundó. No pase aquí como con el tiempo, «de que todo el mundo habla, pero nadie hace nada por arreglarlo». No basta conocer e interpretar los datos de población, hay que cooperar por cambiarlos. Más aquí que en la R.A.E. debe poder decirse que «nunca tantos debieron tanto a tan pocos». El enrolamiento está abierto a todos los niveles. Hay es urgente, mañana será demasiado tarde.