Los curadores de la epidemia del tabaquismo

Una serie de empresas, como las financieras, cuyo fin real es aumentar indefinidamente los beneficios de unos pocos a costa de muchos, incrementando así la pobreza, marginación, drogadicción, enfermedad y muerte, deben maquillar esa realidad creando fundaciones en que algunos cómplices o (mejor, por ser más convincentes, eficaces) unos ingenuos «tontos útiles» puedan paliar algunos de los daños ocasionados y prevenir reacciones sociales contrarias a sus dañinos intereses

Es el clásico «hacer el hospital… después de haber hecho los pobres». En esas instituciones filantrópicas, hospitales, hospicios, etcétera, hay limosneros caritativos que solucionan algunos problemas… del capitalismo, curas y monjitas abnegados que consuelan y ayudan a seguir soportando males enviados por esa «mano invisible de la Providencia», médicos y enfermeras bondadosos y abnegados que hacen olvidar la crueldad de la «naturaleza» e incluso y de algunas personas.

Sólo cuando la situación se agravaba mucho, como en las epidemias, -ocasionadas por lo general por escasez de alimentos y guerras provocados por la codicia de unos pocos poderosos- el pueblo se insurgía contra aquellos intermediarios que se enriquecían demasiado visiblemente de las circunstancias, como curadores y curas, profesiones tantas veces confundidas en la misma persona como enfrentadas por la obvia competencia entre sus gremios-.

La más poderosa mafia internacional de la droga, la de las tabacaleras, ha seguido esa estrategia para ocultar sus mortíferos efectos: Ha tapado con oro de «limosnas» la boca del clero (que en otras épocas llegó a excomulgar a los fumadores), y ha puesto a su servido a gran parte de la clase médica, que no sólo ha sido (y aún es en ciertas partes) triste «ejemplo» de esa drogadicción, sino que ha sido comprada también con caritativas donaciones, becas y estudios e investigaciones de todo tipo… incluso sobre la nocividad del tabaco… debidamente amañadas y publicadas para tranquilizar a los fumadores incautos. Presionadas por las circunstancias, hoy las tabacaleras fomentan de muchos modos incluso el número de médicos dedicados a «curar e! tabaquismo»… que constituyen hoy uno de los pilares fundamentales de su macabro negocio.

En efecto: ¿qué mejor contrapeso a la creciente conciencia de los daños de esa epidemia que la existencia de centros muy bien dotados y médicos muy eruditos que parecen demostrar que el tabaco no es un problema tan grave como se dice, porque tiene una cura segura, eficaz, e incluso, incluso rápida y fácil. Por supuesto, por no interesar a las tabacaleras ni a esos curadores, se minimiza el «detalle» de que los «curados» son una mínima parte de los tabacoadictos de cada país, de que la cura es muchas veces muy costosa en muchos aspectos, de que la recaída es frecuente y de que el número de fumadores sigue aumentando y se multiplicará a nivel global en pocos años, por lo que dichas clínicas y sus especialistas no sólo son la solución al problema sino que, objetivamente, independientemente de su voluntad individual, están siendo un elemento muy importante de su propagación.

¿Quiere decir esto que no se debe cuidar y, en lo posible, curar a los tabacodependientes? Por supuesto, rotundamente, no. Pero el que hoy se esfuerza por liberar a un esclavo del tabaco sólo dejara de ser cómplice del reforzamiento de la tabacalera esclavista si dedica una parte importante, y no menos seria y profesional de su actividad, a la prevención de ese mal, luchando contra las circunstancias que favorecen la difusión de esa drogadicción incluidos los «laboratorios» y «farmacias» de esa droga letal. El pretender limitarse, cómoda y proficuamente, a «curar» a las víctimas, y dejar, aunque sea «por falta de tiempo», la prevención sólo para los «políticos u otros, le convierte irremediablemente en cómplice, en parte importante del problema y no de su solución.