«Se empieza escribiendo un concepto con mayúsculas, y se acaba matando en su nombre». Confieso que la primera vez que leí esta frase de un conocido autor, me pareció exagerada. Pero, a la reflexión, he tenido que darle la razón. El singularizar, el priorizar un concepto, el hacerlo mayúsculo, el gritarlo —que todo eso viene en el fondo a ser parecido-, es un mal asunto.
En efecto: cuando Yo escribo siempre «Yo» con mayúscula, y «tú» con minúscula, eso huele, con razón, muy mal; y eso es lo que hacen, y han contagiado con su mala costumbre a tantos, los individualistas ingleses. Y es útil empezar reconociendo la paja en ojo del vecino; recordemos ahora que también nosotros ponemos con mayúsculas nuestro nombre y apellidos, sin falsa humildad. No nos importa escribir con minúscula sobre el «dios» de los griegos, Zeus, pero, poca broma, nuestro «Dios» se tiene que escribir con mayúsculas (aunque éstas ni siquiera existieran en tiempos de la «Biblia»); y algunos de los nacionalistas, esa religión moderna, son capaces de agredirte, y no siempre sólo verbalmente, si no escribes con mayúsculas el nombre de su respectiva Nación.
Se le da una importancia mayúscula, se substantiviza, se absolutiza un concepto, y se acaba ofreciendo sacrificios humanos en el altar de esa divinidad, aunque se trate nada menos que de la Diosa Razón: la Libertad, Igualdad e incluso Fraternidad… ¡o la muerte! ¡Jesús con estos animales racionales, lo que —como decía Oscar Wilde tras sufrirlo tanto- es al menos la definición más prematura que pueda concebirse!
El lenguaje reproduce, con la tremenda eficacia de lo que se hace de modo inconsciente, como natural y necesario, una determinada filosofía, nacionalista, sexista o de cualquier otro tipo. Esperemos que acabe triunfando un mundo realmente más fraternal, más relativista, más pacífico, que renuncie a ese funesto invento de escribir con mayúsculas, un auténtico error mayúsculo e incluso, como vemos, tan contraproducente. Su
supresión ayudaría a disminuir el número de crímenes integristas, e incluso las pesadas y nocivas horas hoy empleadas en aprender y practicar esa duplicación mayúscula de nuestro abecedario.