Lamentables partos múltiples

Con pocos días de dife­rencia nacieron unos quinti­llizos en Barcelona y unos sextillizos en Alicante. No es rara casualidad, sino efecto de un medicamento aún mal regulado, que produce resul­tados que, en ocasiones, son sin duda excesivos; al menos para los deseos de los intere­sados, ya que la madre de los quintillizos declaró que, cuan­do se enteró que iba a tener cinco hijos le sentó «como un jarro de agua fría», aunque, como «es una sufridora» —en expresión de su madre, ahora abuela múltiple— tuvo tiempo durante su embarazo de resig­narse y «llegar quererlos». Esos partos múltiples son también excesivos desde el punto de vista médico, puesto que, aún con el uso de modernas técnicas sanitarias, a los pocos días han muerto ya la mitad de esas débiles criaturas; a comenzar por los varones, cuya mortalidad in­fantil, e incluso la embriona­ria, es mucho mayor que la mortalidad de las mujeres, lo que pone de manifiesto cuál es el verdadero «sexo débil». Sin embargo, los partos múltiples no han sido consi­derados siempre lamentables desde el punto de vista social. De hecho, han sido lógica­mente bien recibidos en la sociedad en expansión, o con una gran mortalidad por hambres, epidemias o gue­rras. Muy cerca de nosotros, los fascismos los acogían con entusiasmo, como prueba de la «virilidad de la raza», como antes se les declaraba a veces ser prueba de una «especial bendición de Dios». En sentido contrario, las so­ciedades en que había exceso de bocas veían una maldición divina en esta multiplicación de las mismas, e incluso con­sideraban a las madres como tienen camadas múltiples), pecadoras por adulterio (y hace poco se ha confirmado la posibilidad de parto múlti­ple de distintos padres) o excluían a los mismos geme­los achacándoles «contactos incestuosos» en el vientre materno.

Sin estas últimas excusas pseudomoralizantes, la cre­ciente superpoblación mun­dial hace que la gente «ya no sonría como antes» a las familias numerosas. Por su­puesto, la reacción ante el parto múltiple es algo dife­rente, por su carácter invo­luntario, y se mira con una cierta simpatía de conmise­ración a las víctimas de ese «accidente». Porque, en una sociedad como la española, con tanta crisis, paro, emi­gración y hacinamiento, el parto múltiple es, como para la madre antes citada «un jarro de agua fría». Recor­demos aquí el irónico «éra­mos pocos y parió la abuela». Con todo, perviven todavía reflejos natalistas de otras épocas. Así, cuando murió el varón de los quintillizos, sus padres no excluyeron el te­ner en el futuro un nuevo embarazo. Como cuatro hijos es el doble de la media espa­ñola actual, y como la clase profesional elevada y el ori­gen catalán de esos padres les sitúa por debajo de esa media nacional de hijos, habrá que achacar esa reacción de que­rer tener más de cuatro hijos al reflejo machista de querer tener como sea (se trata de una «madre sufridora») un hijo varón; motivación que lleva. aún algunas parejas a superar el número previa­mente deseado de hijos, y cargar a su familia, y al país, con una cantidad de personas superior al que dicta la pru­dencia.