Se han hecho públicos los problemas que debe afrontar una hermana de Fraga, que ha impartido unas clases de educación sexual que no se ajustan a las conocidas concepciones de su hermano de que sólo las feas usan el top-less y el que tiene el SIDA se lo merece.
Aunque, por supuesto, se dice que se le ha incoado expediente sólo por haber utilizado para dar esas clases el tiempo destinado a otros temas: a nivel social, no empieza ya a dar vergüenza el discriminar por ideologías.
Sin embargo, a nivel familiar, todavía es frecuente la costumbre de discriminar y reprimir explícitamente en función de las ideologías. Como en los «buenos tiempos» dé la última (esperemos) guerra civil, todavía hay familias en las que sus’ miembros se sienten orgullosos de expulsar de su trato, de «no hablarse» incluso con sus propios hijos, padres o hermanos, porque éstos piensan le modo distinto sobre la sexualidad, el divorcio, el aborto, la religión, la política y otros aspectos de la vida.
¡Qué lejos estamos aquí de aplicar el criterio de que «el. hombre vale más que sus principios», «el mundo es bella porque es variado» o «en la variedad está el gusto». Criterios que admitimos, a lo más, cuando se trata de principios… de los demás, dado que tenemos tanta tendencia a menospreciarlos como a idolatrar los nuestros.
Como prueban estas mismas tendencias, no podemos negar que, a derecha e izquierda, subsisten semillas de intolerancia y fanatismo que han llevado en ocasiones a renegar de los propios padres o hijos, e incluso matarlos. Pero tampoco faltan importantes elementos que, debidamente desarrollados, puedan favorecer la convivencia y llevar a reunir a tantas familias españolas, hoy ideológicamente divididas.
Recordemos, en el campo tradicional, las repetidas. advertencias del evangelio: «No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados», o. «el que de vosotros esté sin pecado tire la primera piedra». En la izquierda debería regir el relativismo que ésta dice profesar, el reconocimiento de la limitada capacidad que tienen las personas para modificar una conducta modelada por la naturaleza y la sociedad, y no achacarles una absoluta e ilimitada responsabilidad por ser distintas de lo que esa izquierda cree debieran ser hoy.
«Todo es según el color del cristal con que se mira», e incluso en las familias en principio más unidas hay diferencias genéticas —incluido el sexo— y diferencias ambientales que, en esta época de profundísimo y rápido cambio social, pueden distanciar mucho las opiniones de sus miembros, aun cuando éstos no se hayan dispersado en el espacio, ni se encuentren separados por el largo intervalo de tiempo que hay entre las generaciones, lo que lógica-mente multiplica. las demás diferencias ya señaladas.
Pero esa diversificación natural no tendría, de suyo, que enfrentar a las familias. ni causar conflictos entre sus miembros. Podría ser, por el contrario, una fuente de enriquecimiento de todos sus componentes, que a través de la comprensión y amor a aquel de entre ellos que ha modificado su conducta, podrían, si no cambiar ellos también —puesto que han vivido sus mismas experiencias—sí al menos «familiarizarse» con nuevos aspectos de la vida, ampliar sus horizontes, entender, aceptar y disfrutar mejor del mundo en que de todos modos les ha tocado vivir.
Esas familias comprensivas, tolerantes, abiertas, salen mucho mejor libradas, incluso en el plano material, de los cambios económicos y políticos. Recordemos que, antes, las grandes familias nobles se «dividían» artificialmente, hasta por sorteo, en las guerras civiles, para que quedaran siempre algunos en el campo del vencedor, que pudieran ayudar a los demás; hoy, la alternancia en el poder de distintos colores políticos hace aún más necesario y útil, para los individuos, las familias, y el mismo país, una mayor tolerancia y convivencia ideológica entre los distintos miembros de una misma familia.