La manipulación del aborto por la iglesia católica

Ciertas tribus suramericanas marcaban a los suyos, a los elegidos, con deformaciones craneales. En otros continentes, con dolorosísimos tatuajes y otras mutilaciones. Mas sutil, la Iglesia católica optó por la castración «sólo» espiritual de los suyos. Y la profunda marca que sus pastores hacen en su rebaño no es sólo sexual, sino también económica (prohibición de las riquezas antes, del préstamo a interés después, más tarde condena del capitalismo, del socialismo, etc.) y política (anatema, hasta el siglo veinte, de la democracia y república en favor de las monarquías de derecho divino, por ejemplo). Ahora la jerarquía católica ha inventado una marca más (deformante, antinatural, como todas) para separar, poseer, dominar a los suyos, y con ellos, si puede, al resto del mundo: su nueva doctrina sobre el aborto no tiene otro origen real que esa odiosa manipulación.

En efecto: la Iglesia católica quiere legitimar hoy en gran parte su pretendida superioridad moral mediante su lucha singular contra el aborto, al que equipara al asesinato, terrorismo, etc. Pero es un hecho que también ella admitía el aborto realizado durante las primeras semanas de embarazo hasta que Pío IX, en 1869, impuso su prohibición absoluta. Luego, o bien la Iglesia católica ha sido durante diecinueve de los veinte siglos de su existencia cómplice de un horrendo crimen, y no merece, pues, el crédito que reclama para sus criterios, o no hay tal crimen en el aborto.

Más aún: ni siquiera hoy la jerarquía católica cree de verdad que el feto sea ya una persona. Lo prueba, con la irrebatibilidad de los hechos, su comportamiento: Ahora sabemos que en las primeras semanas de embarazo la mitad de los fetos abortan espontáneamente; si esos fetos fueran ya personas, al no estar bautizadas, sus almas, según la doctrina católica, no podrían ir al paraíso. Para no privar a la mitad de las personas de ese bien supremo, el católico tendría el deber ineludible de bautizar en la vagina, bajo condición de que exista, al posible óvulo fecundado, o feto, después de cada acto sexual. El que no lo haga, e incluso pueda considerar esto como una exageración ridícula, demuestra en pura lógica que también el católico cree en el fondo que es ridículo el supuesto de que ese feto sea ya una persona. Quizá alguno objete que en los últimos años la Iglesia católica está abandonando la creencia en el Limbo; pero el argumento sigue siendo válido para el período anterior a esa liquidación ideológica; y esa misma profunda variación en el campo específico de la Iglesia católica, el religioso, hace más vana, incluso ridícula, su orgullosa pretensión de magisterio y obligatorio para todos en el terreno moral.

Concluyamos denunciando ese desesperado intento de la jerarquía católica de mantener su poder sobre las consciencias, trasladando los multimilenarios mitos del más allá al período anterior al nacimiento. Ya que hoy la gente no cree que haya almas en el Limbo (para no hablar del Purgatorio, etc.) esos pastores espirituales intentan sacar provecho de proteger las almas que ahora dicen existen en estado pre-natal. Y para que se crea esa nueva fábula, siguiendo la descarada técnica propuesta por Platón, aterrorizan con esos fantasmas a los niños, y prohíben después a los adultos dudar de ello bajo amenaza de tormentos eternos.

Deformar y esclavizar así las conciencias, creando un grupo de aterrorizados seguidores, que se consuelan de su estado diciendo que su cautiverio es la verdadera libertad, y pretenden ser así superiores a los demás, imponiéndoles cuando pueden el mismo yugo ¡eso sí que es un crimen de lesa humanidad!