La invasión de la barbarie

Estos días sufrimos nada menos que una nueva invasión, peor que la de los bárbaros: la de la barbarie. Los bárbaros, recordemos, eran en realidad pueblos nómadas, pastores, residentes en zonas periféricas a aquellas en que se pudo desarrollar la agricultura intensiva, con su consiguiente explosión poblacional, que dio origen a las primeras ciudades, la «civilización». Los nómadas fueron, pues, pueblos «atrasados», que periódicamente, aprovechando sus caballos y su disciplina paramilitar impuesta por su nomadismo, invadían las civilizaciones, en busca de botín y, en el fondo, de superar su complejo de subdesarrollados. Ejemplo muy conocido de pueblo nómada beligerante es —a través de la Biblia- el del pueblo judío contra los cananeos y otros pueblos agrícolas de su entorno. Otro ejemplo de resonancia intercontinental es el del pueblo árabe; y la lucha entre ambos pueblos es aún hoy devastadora.

Más reciente, en Estados Unidos, las regiones semidesérticas del (sur)Oeste fomentaron la recreación de culturas que exaltaban al ‘vaquero», rudo, ‘Viril», belicoso, que se dedicaba a la política para invadir y conquistar —más o menos democráticamente- al resto del país y del planeta. Como ayer Johnson, hoy la última y peor encamación de ese fenómeno es el cowboy Atila, Bush, que en los pocos meses que lleva de mandato ha hecho honor a ese apelativo. Porque donde pisa no vuelve a crecer la hierba, (ruptura del acuerdo anticontaminación de Kioto, violación de Alaska, etcétera). Bush ha mostrado también sus intenciones belicosas escala planetaria (sistema de ‘escudo» de misiles de largo alcance y rechazar el control internacional de armas bacteriológicas y nucleares), como ya antes, feroz, había firmado más condenas de muerte que ningún otro gobernador en Estados Unidos. Más aún, Bush, como el bárbaro rey germano Atila, podría decir «siento algo en mi interior que me lleva a destruir Roma»: ha recortarlo brutalmente la solidaridad, dentro y fuera de su país, con los más pobres, los jubilados, los enfermos —curiosa manera de interpretar su promesa de una política de «compasión»,- y restado apoyo estatal a la sanidad y hasta a la investigación médica, provocando un rápido rechazo en su mismo país y en el mundo entero.

La primera llegada a Europa y España de este nuevo y peor Atila es una ocasión única para defendemos, mostrando nuestro rechazo a quien se ha apoderado del poder en Washington por métodos tan tortuosos, y con ayudas tan claras como las de las petroleras y las tabacaleras, cuyo hombre de paja perfecto, por su mentalidad de cowboy, constituye, según indica hasta su nombre de ‘bush», hierbajos. Este robot, manipulado por las más nocivas multinacionales, utiliza su reciente poder político para imponemos su (in)cultura, debilitando e incluso haciendo desaparecer -si no nos oponemos enérgicamente a sus ataques- hasta las más elementales y preciadas conquistas de nuestra civilización.