La extraña familia del ministro

Con este título se ha publica do un artículo sobre los incidentes que tuvieron con la autoridad, al intentar hacer valer su parentesco con el ministro del Interior, su hermana, al circular en dirección prohibida, su padre, al intentar tomar el metro con un pase caducado, y su madre, al agredir a quienes demolían construcciones ilegales en sus tierras.

En mi opinión, sólo por un gran optimismo se puede calificar de «extraño» ese comportamiento, que por eso reproduzco entre comillas. En nuestra mentalidad tradicional, el ejercicio del poder era (y aún es) sinónimo de privilegio a todos los niveles. De modo que el recibir un trato igual al de los demás venia a significar un insoportable menosprecio a la propia categoría, que debía ser reafirmada precisamente con esas trasgresiones. Al límite caricaturesco, recordemos el caso del chófer de un ministro, que tuvo que ser des-pedido, porque consideraba indigno de su cargo el detenerse en los semáforos.

En las democracias más duras, por convicción o por temor al escándalo, se suelen evitar esos enfrentamientos, y se conculca la ley de tapadillo, limitándose a situaciones muy proficuas. Pero es quizá excesivo el pedir esa rápida adaptación al padre del ministro, vizconde de Barrionuevo y hombre de orden, que declara: «Estoy con los que mandan». Y, claro está, quiere sacar los dividendos lógicos de esa postura, aunque sea con algo tan simbólico como con un pase de Metro… de 1957. Si esto no funciona, e incluso causa escándalo,‘ pensará «noblemente» este vizconde almeriense, es que ya no hay autoridad (es decir, «clase», privilegio), o bien atribuirá esa «persecución» a elementos hostiles al régimen hoy imperante.

En resumen, los conflictos de la familia Barrionuevo no son extraños, sino típicos de una sociedad como la nuestra, ella sí todavía en parte extraña y diferente, que ha conservado largo tiempo, mediante contrarreformas y cruzadas, un espíritu tradicional que ahora, al tener que abrirse a la modernidad, se ve obligada a cambiar a un ritmo tan rápido que provoca continuos roces. El comprenderlo puede ayudarnos a evitarlos o, al menos, tomarlos con un poco más de paciencia e incluso, en ocasiones, con una pizca de humor. Martín Sagrera