Lidia Falcón critica con razón en un artículo (8-X-1984) las violencias sexuales de algunos padres con sus hijos. Pero en vez de reclamar la aplicación real y ejemplar de la legislación vigente sobre la violencia contra las personas, exige la reimplantación de la represión sexual contra todo incesto.
Su insistente confusión entre lo sexual y lo violento es inaceptable en una abogada. En su desmesura, acusa a los legisladores españoles de ser «culpables» de esas violencias y de ser unos monstruos sexuales a los que, dice, habría que investigar.
En esta línea policíaca y demagógica, tras intentar confundirnos mezclando la violencia y el sexo en el incesto, se horroriza de que España sea lo los pocos -«no recuerdo ninguno más» llega a escribir-, que no consideran delito el incesto.
No son tan pocos esos países; refresquemos la memoria de la abogada que ni para escribir sobre ese tema jurídico ha procurado documentarse: algunos países europeos tienen una legislación como la española (Luxemburgo, Portugal, Turquía); otros sólo penan el incesto cuando hay ofensas a menores (Francia, Bélgica, Holanda); otros, como ya la ley romana y Estados Unidos, sólo prohiben los matrimonios incestuosos, etc.
Vemos pues que no sólo no son pocos los países que no condenan el aspecto sexual, no violento, del incesto, sino que entre ellos se encuentran muchos de los que van a la cabeza de la reforma legal humanitaria en el mundo.
También en relación a otras conductas la tendencia moderna, más sana y equilibrada (según los médicos, psicólogos, etc.) es no penar ninguna conducta sexual hecha sin violencia a otros. La represión de cualquier conducta sexual no violenta tiende en efecto a envenenar toda la vida sexual. En el caso del incesto, ya Kinsey advirtió cómo sólo muy pocos casos llegan a ser denunciados, y que esos son los que más daño hacen de ordinario a todos los implicados, por el mecanismo sociolegal que entonces se desencadena. Y Ullerstam muestra cómo una prohibición legal del incesto, además de ser injusta por alcanzar a muy pocos de los implicados, puede ser utilizada como chantaje o venganza de un cónyuge con otro que simplemente se hubiera mostrado desnudo o acariciado normalmente a su hijo.
Por todo ello, muy bien está la actual legislación española. Lo que ocurre e5 que los izquierdistas españoles están en su gran mayoría aún demasiado empapados de la represión sexual tradicional , por lo que reciben con alborozo cualquier excusa para seguir condenando lo que antes consideraban malo por razones consuetudinarias o/y teológicas. Recordemos el sospechoso entusiasmo de tantas feministas españolas contra el coito o los anticonceptivos («manipulación del cuerpo por las multinacionales» o «por la CIA»), o su rechazo apostólico de la «pornografía».
Total, que para liberarse de verdad, el español de a pie, que no se contenta con sublimar creyéndose libre por ponerse una etiqueta de «pro-ge», todavía está tentado de responder como la famosa niña de los años cincuenta, cuando le preguntaban que qué le gustaría ser: -«¿Yo? ¡extranjera!».