La guerra mundial

Los atentados en Nueva York y Washington del 11 de Septiembre 2001 son sólo el espectacular inicio de un ataque que amenaza ser mucho mayor en el futuro, con armas químicas, bacteriológicas, nucleares, etc., si no erradicamos de raíz sus causas profundas. De nada serviría eliminar a los talibán y a Bin Laden (antes entrenados por la C.I.A. y calificados por Reagan de «combatientes por la libertad» contra los soviéticos) si se siguen manteniendo, e incluso agravando, como ahora, las condiciones que han hecho aparecer estos y otros muchos «hijos extraviados» del Norte… educados por él y herederos de sus peores métodos.

En efecto: si hay que fechar en el 11-S esa primera respuesta violenta del Sur -en forma de terrorismo, dado el actual aplastante poderío bélico del Norte, que imposibilita una guerra «clásica»-, no podemos olvidar, si queremos comprender y solucionar esta crisis, que la previa y mil veces más sangrienta y destructora agresión del Norte al Sur empezó ya hace siglos, agravándose tras la segunda de las guerras llamadas «mundiales» (en realidad, europeas, en gran parte debidas a disputas por repartirse del Sur). Los mismos EE. UU., herederos del Imperio inglés como ese lo fue del español, han intervenido militarmente 86 veces en 43 países, sólo en el siglo veinte y descontando esas dos guerras «mundiales». Tras 1945, los EE. UU. orquestaron en beneficio propio una aparente «descolonización», que permitió prescindir de toda la responsabilidad política del Norte respecto del Sur, creciendo cada día más desde entonces, según cifras oficiales de la ONU, la «libre» explotación del Sur por el Norte. Nunca ha habido en el mundo tanta desigualdad entre los países, tantas personas tan pobres y hambrientas. Ambiente explosivo en el Sur que lleva cada vez más a seguir a líderes que propugnan soluciones suicidas y contraproducentes, como la de Bin Laden.

La situación se ha agravado mucho -hasta el estallido del 11-S… y lo que nos espera, si no reaccionamos- cuando los grupos más siniestros de los EE. UU., (partidarios de la pena de muerte, del armamentismo, etc.), junto con las multinacionales más contaminantes (petroleras, tabacaleras, etc.) han conseguido imponer con chanchullos y por la mínima un presidente integrista, típico producto del salvaje Oeste tejano. En pocos meses, con una celeridad y destructividad sin precedentes, este «cowboy Atila» ha roto los más cruciales tratados internacionales destinados a preservar nuestro ya tan gravemente contaminado planeta y los más elementales derechos humanos, desencadenando así esa reacción terrorista desesperada. Más aún, G. Bush intenta encima «remediarlo» echando gasolina al fuego, con una fanática «cruzada», empleando el inhumano macroterrorismo de la guerra y la más incivilizada represión policial dentro y fuera de sus fronteras. Crea así, en su ansia de poder, una espiral de creciente e incontrolable violencia que amenaza, por sus actos o por los que provoca en el contrario, las vidas, derechos y libertades de todo el mundo, con la excusa de «terrorismo», como antes de «comunismo» o de «anarquismo».

No se puede defender la democracia negándola con los hechos. Por medio del integrismo de G. Bush, Bin Laden está consiguiendo destruir lo mejor de la cultura occidental: los derechos humanos, la libertad. Como denuncia la periodista afgana N. Pazira: «Bin Laden y Bush son dos fascistas que quieren imponer su violencia al resto de la humanidad». ¡Defendámonos!