Los ataques contra el tabaco no son nuevos. Muchos fueron los moralistas que combatieron «esa costumbre salvaje adoptada por la civilización». Quevedo llegó a afirmar que los americanos se habían vengado ampliamente de los conquistadores, matando más con el tabaco y sus estornudos que los españoles con sus mosquetones, «de más limpio y glorioso morir». El Papa amenazó con excomunión a los fumadores: a el zar, con mutilación de la nariz y deportación a Siberia; los turcos, con pena de muerte.
Tales excesos crearon una corriente contraria de exaltación de lo censurado. El fumar se prestigió como desafío a la autoridad tiránica, religiosa o civil; después fue signo de emancipación de los jóvenes y, por último, de las mujeres. Se le buscaron incluso cualidades terapéuticas contra las epidemias y pestes. En la práctica, servía de cortina de humo para ahogar los malos olores de los cuerpos sucios y ambientes apestosos. Freud llegó a proclamar que el tabaco era «la única excusa del error de Colón, al descubrir América.
En el siglo XX ha desaparecido la creencia en las virtudes terapéuticas del tabaco para prevenir epidemias. Tampoco es ya importante su función como tapadera de otros olores.
La permisibilidad de las autoridades ha liquidado su papel emancipador. Por el contrario, está cada día más clara su nocividad para la salud, no sólo del fumador, sino del «inocente espectador». Los datos al respecto se acumulan, se multiplican y se retuerzan en los últimos tiempos.
El director general de salud estadounidense, C.E. Koop, acaba de declarar que el tabaco provoca cada año la muerte de 50,000 personas en su país, y acelera la muerte de 350,000 personas más, constituyendo el riesgo individual de muerte más Importante. No es que el tabaco sea ahora más nocivo, sino que lo fuman en mayor cantidad, más personas, que estas personas viven hoy más años, de modo que se pueden manifestar mejor en ellas los efectos del tabaco, y que hoy también se identifican de una manera más precisa ion efectos mortíferos de la nicotina. alquitrán, etc.
El problema es aún más grave que el del alcohol, no sólo porque suele haber muchos más fumadores que bebedores, y ‘los efectos nocivos del tabaco se manifiestan desde el primer cigarrillo, sino porque el fumador duna la salud no sólo propia, sino de cuantos le rodean, a comenzar por su cónyuge e hijos, como han comprobado numerosos estudios en distintos países.
En Gran Bretaña se calcula que los fumadores llegan a provocar la muerte de mil «fumadores pasivos» al año.
Si al bebedor se le prohíbe conducir un vehículo, con el que puede hacer daño a otros, ¿no es lógico que se prohíba al fumador el fumar en lugares públicos, en donde siempre perjudica la salud ajena? Una argumentación análoga está a la base de una creciente limitación, hasta el prohibicionismo absoluto, del uso del tabaco en público. No se trata ya de un nuevo puritanismo negador del placer, sino de una reacción sanitaria (algunos dirían simplemente sana) que antepone al placer irrestricto de uno el derecho a la salud de los demás; diríamos que hoy no se niega el derecho al «vicio»… siempre que sea «solitario»; se admite el «suicidio» (más o menos lento) del fumador, pero no el que éste se convierta en homicida detrás de la ‘columna de humo de su cigarrillo. La lucha es dura; objetivamente, es mortal, pues son muchas miles, millones a
escala mundial, las vidas que están en juego, por uno u otro bando. Las multinacionales de la droga tabaquil procuran retrasar la toma de conciencia del problema en los países que todavía no han tomado medidas serias para restringir su adicción, y promueven campañas multimillonarias en pro de un consumo «racional» y «ecológico» del tabaco. Esto explica el alarmante aumento del consumo de tabaco en países como España. y, en el área suramericana, Brasil y Uruguay. El efecto boomerang es completo. El tabaco vuelve a su lugar de origen, multiplicando su efecto empobrecedor y mortífero. No sería, por supuesto, ni eficaz ni justo el limitarse a meras campanas prohibicionistas, aunque sean sanitarias y laicas. Hace falta también una alternativa social, un mundo más amable y equilibrado. en el que no constituya una tentación casi Irresistible para huir de esa vaciedad del sistema, de ese «olor a podrido del reino de Dinamarca», el entregarse a drogas tan nocivas para la salud e incluso tan poco gratificantes en definitiva como el tabaco.