Género – 2005

20050222. Los culpables del aborto.

                         Manipulando las estadísticas se puede se puede demostrar lo que se quiera. Por ejemplo: se acaba de presentar “el primer estudio que identifica los factores determinantes para recurrir al aborto en España”, con un gran titular a tres columnas en un diario madrileño: “El empleo es el factor que más influye en España en la decisión de abortar”.  Dado que nadie sensato desea incrementar el número de abortos, el lector tiende a concluir que “es matemático” que el empleo femenino lleva a abortar.

                        Sin embargo, si tenemos en cuenta que hoy más de la mitad del salario de las parejas jóvenes, las que están en edad de tener hijos, está hipotecado por la compra de su piso, el titular más concreto y verídico debería ser: “El pago de la hipoteca de su piso es el factor que influye más en la decisión de abortar”; pero como esto no conviene a las poderosas inmobiliarias y entidades financieras,  ni a las autoridades que debieran haber puesto coto a esa multiplicación tan injusta de los costos de la vivienda, se tiene el valor de hacer recaer la responsabilidad sobre la misma víctima, la mujer –y el varón- que tienen que trabajar más de media jornada para pagar esos precios tan injustos de su vivienda. Cornudos y apaleados.

20050303. Parir, paridad y parida.

                               Sobre el transcendente tema de “Los límites de la ciencia” en la reproducción, incluida la gestación subrogada (“madres de alquiler”), estoy de acuerdo con lo que dijeron casi todos los contertulios de TV2, el dos de marzo; aunque, precisamente por eso, para que quedara aún más afirmada la postura mayoritaria, hubiera sido mejor que el seleccionado para ser “el malo de la película”, J. Navarro, no fuera tan malo, tan incapaz de defender la tesis minoritaria. Y, sobre todo, sin que valgan excusas –“un hecho vale más que diez mil palabras”-, me pareció fatal el que a estas alturas, y en un medio de difusión estatal, y en un tema que les concierne tanto como a los hombres, y a veces sólo a ellas, como la gestación, no hubiera entre los seis ponentes –para no hablar del moderador, el presunto principal responsable de ese des-”Enfoque”, Pedro Piqueras- ninguna mujer.

                                 No estoy por las paridades absolutas, mecánicas, que en ocasiones atentan contra la eficacia, la libertad y hasta contra el sentido común, pero llegar a estos extremos de excluir la voz de las mujeres cuando se trata de gestar y parir es una parida antológica.

20050308. Vaginitis social.

                               No he participado, por primera vez en muchos años, en la manifestación del Día de la Mujer Trabajadora en Madrid, porque es el año en que se ha aprobado la primera ley sexista… a favor de ciertas feministas radicales, no de todas las mujeres, cuya lucha por la igualdad esta nueva ley tanto perjudica, haciendo creer que son todas las mujeres las que quieren ahora imponer a su vez su propia dictadura.

                             Así pudimos ver a dirigentes de estos corpúsculos extremistas haciéndonos entonces desafiantes en el mismo Parlamento su inequívoco signo hembrista, el de la vagina, no menos democráticamente obsceno que el signo fálico de los machistas. Este año, una manifestación por una justa igualdad entre los sexos, como debería ser la del ocho de marzo, tendría que haber denunciado esa dañina “vaginitis social”, reivindicando con la inmensa mayoría un “¡Sexismos, no!”

20050405. Inmovilistas conservadores.


                                   ”¡Dichoso usted, señor congresista, que todavía conserva intactas las mismas ideas que tenía cuando estaba en el regazo de su madre!”, le felicitaba irónicamente en el hemiciclo del Parlamento argentino un colega menos inmovilista.  Prácticamente todos hemos abandonado la idea antigua de que en el semen masculino hay ya un “hombrecillo”, y que todo derrame es, pues, un homicidio, aunque sea involuntario, “argumento” que durante tanto tiempo sirvió para prohibir con pena de muerte eterna la masturbación.

                                    En forma parecida, hasta el siglo diecinueve el Vaticano opinó que no habría “hombrecillo”, embrión, ni por tanto, pecado, en abortar hasta los 40 días de la concepción (ochenta, si era “mujercilla”, más torpes, ya se sabe). Aún en estos días, el portavoz de los obispos españoles insiste en su campaña que “Todos fuimos embriones”.  Gran noticia. Mucho mayor sería el que proclamara   con los hechos que todos hemos evolucionado, mental y moralmente, y, además se preocupará mucho más que de los embriones, de salvar las personas hechas y derechas de la explotación, la miseria, la opresión…, para que no les pueda acusar de nuevo el Maestro de ver al embrión en vientre ajeno (femenino, de nuevo) y no la viga violadora en el propio.