«La primera víctima de las guerras es la verdad». Y, en primer lugar, sus verdaderas causas y objetivos, que son, y porque son, lo que más importa conocer para pararlas y remediarlas. Como directamente perjudicados, los españoles sí sabemos que la falsa atribución del hundimiento del buque Maine a España sirvió de pretexto a los Estados Unidos para comenzar su imperio, con los restos del nuestro. Pero el temor a ofender al después amigo todopoderoso y ocupante con sus Bases militares de nuestro mismo territorio peninsular hace que todavía se suela creer aquí —como en tantas partes, por parecidos motivos- que la entrada de EE UU en la Segunda Guerra Mundial, que consolidó su imperio mundial, se debió a la «sorpresa» de Pearl Harbour. Y eso, tras 60 años del hecho, cuando múltiples y sólidos datos, incluida la retirada «casual» de sus mejores buques, muestran hasta qué punto aquel ataque terrorista -sin previa declaración de guerra- fue permitido, y tantos bienes y personas fueron sacrificados ya entonces por Roosevelt por «el bien superior» de los EE UU.
Como hubo japoneses en Pearl Harbour, también en el 11-S hubo aviones con terroristas, esta vez islamistas, cuya misión fue también facilitada por el asombroso menosprecio por parte de las autoridades de las advertencias del servicio secreto, por la ausencia ese día —en lejanas maniobras- de los aviones que pudieran haberlos interceptado, faltando también en ese momento «por casualidad» algunos de los más distinguidos dirigentes con oficinas en las Torres Gemelas. En modo especial, por más que se intentara después eliminar toda evidencia, sustrayendo las cámaras de vigilancia externas, las grabaciones existentes prueban, «more geométrico», que en el primer hueco abierto en el Pentágono no cabía en modo alguno un avión, ni había restos de ninguno, no cabiendo pues tampoco en modo alguno la explicación oficial. Este hecho, por si solo, demuestra hasta qué punto hubo un montaje previo, que aprovechó el plan de los terroristas, aunque éstos, al menos en parte, pudieron ser conscientes del juego y aceptar el desafío con esperanza de ganarlo. El hecho es que se dejó y hasta facilitó, el que pudieran llevar «milagrosamente» a cabo tan gigantesca salvajada. Esta sirvió de coartada, como inmejorable «casus belli», para emprender una guerra de conquista y ocupación de las mayores reservas mundiales de petróleo. Esto es absolutamente necesario, como subrayan desde hace tiempo los más agresivos halcones de Washington, para que los Estados Unidos puedan en los próximos decenios mantener su hegemonía, cuando las economías china e india, para no hablar de otras, superen ampliamente la estadounidense. Esta posesión estratégica del petróleo explica la concentración en el Medio Oriente de la continua presión bélica impulsada por la industria de armamentos, el peligrosísimo «complejo militar-industrial» tan clara como ineficazmente denunciado ya por el mismo Eisenhower.
Aunque esta hipótesis es coherente con comportamientos bélicos anteriores, y la única que puede dar razón tantos hechos «inexplicables», resulta psicológicamente demasiado dura y comprometedora para poder siquiera plantearla -lo que implica necesariamente aquí pedir cuentas-ante el señor de horca y cuchillo, e incluso de cuchara económica, que es hoy el gobierno estadounidense para casi todo el mundo. Hay que ser realmente un «desesperado», como lo es el tantas veces amenazado de muerte por el imperio presidente venezolano Chaves, para atreverse a romper el tremendo silencio sobre el 11-S a escala de la política internacional, según acaba de hacer ahora. Sin embargo, los múltiples, serios y convergentes datos que apuntan a esa conjura en el 11-S por parte de esa banda de halcones están a la luz del día, presentados ya hace tiempo en un Congreso público en el mismo Nueva York por eminentes profesionales de las disciplinas implicadas: militares, ingenieros, arquitectos, químicos, etcétera, y pueden consultarse en múltiples documentos y páginas de Internet, como wvvw.reopen911.orq.
Los subsiguientes atentados masivos que han continuado la espiral de muerte y guerra desencadenada a partir del 11-S han tenido un efecto particularmente desastroso en España. Aquí, en efecto, la existencia de un previo terrorismo de ETA al que en sus primeras horas casi todos atribuirnos el atentado, dio paso después a las pistas y reivindicaciones islamistas, por datos que fueron sistemáticamente menospreciados, como sabemos, por un PP que se aferró a la hipótesis de ETA para intentar ganar las elecciones del 14-M. Al perderlas, el PP – y sus voceros mediáticos- siguen subrayando los fallos de la interpretación oficial, la «islamista»; pero en lugar de apuntar más alto, lo que les resulta imposible, dada la especialísima alianza creada por Aznar con Estados Unidos, sustituyen esa denuncia de los halcones belicistas estadounidenses por la tan inverosímil hipótesis de ETA; mientras que el Gobierno de Zapatero, por múltiples razones, tampoco puede desvelar del todo los sucesos del 11-M, incluyendo la «mano invisible» que desde arriba manipuló también aquí a los terroristas islamistas. Otros países han sufrido físicamente grandes atentados, pero han continuado sin demasiados daños su vida social; pero en España el atentado del 11-M está debilitando asimismo de modo incalculable nuestra vida política y social, hasta el día que nuestro pueblo y sus dirigentes se decidan a dejar de sacar provecho partidista de la tragedia y enfrentar juntos el conjunto del problema, procurando de verdad hacer justicia de esos criminales, sean quienes sean, que se atreven a matarnos y dividirnos para dominarnos mejor.