El otro Maragall

Yo traduje con placer los versos del otro Maragall, el inspirado, sobre Cataluña; ahora constato con enorme disgusto que cada vez es menos necesario traducir el pensamiento de este Maragall político. De aquel nacionalismo defensivo del primer Maragall, que yo compartía plenamente, por ser entonces sinónimo defensa de nuestra propia identidad y derechos humanos, este Maragall ha pasado, bajo falsa capa de izquierdismo, a un nacionalismo exclusivista, insolidario, racista y xenófobo, mucho más peligroso y dañino aún que el de los actuales nacionalistas a cara descubierta, que nunca hubieran conseguido lo que este caballo de Troya está haciendo para destruir nuestra convivencia.

Objetivamente y largo plazo, no importa demasiado si lo hace por pura insensatez e irresponsabilidad o por doblez y maquiavelismo, o, probablemente, por una fuerte dosis de ambas, lo que refuerza su poder destructivo. En favor de la primera hipótesis está la locura de pretender estos días «cambiar de caballos en mitad del río», reformar su gobierno en plena crisis del Estatuto. O la gravísima acusación de corrupción, del «tres por ciento», soltada como al pasar contra el anterior Gobierno de Cataluña, en plena discusión en la crisis por el derrumbe del barrio del Carmel, y retirada sin pudor alguno, ante la amenaza de CiU de no colaborar más con él, unos minutos más tarde, lo que por sí sólo dice mucho, demasiado, de la, al menos, superficialidad e irresponsabilidad del personaje.

Pero no menos fuertes son las pruebas a favor de la tesis de su doblez y cinismo, casi sin precedentes, como dos hechos, cuyo significado profundo ha sido poco considerado hasta el presente, por miedo a no ser «políticamente correctos». El primero, es cómo Maragall tapó la boca a un padre que en el funeral por la muerte de su hijo el 11-M pedía responsabilidades a Aznar; ahí mostró Maragall hasta qué punto, despiadadamente, se identifica y solidariza espontáneamente con los de arriba, incluso del partido contrario, como Aznar, y menosprecia a los de abajo, incluso víctimas tan dignas de compasión como aquel hombre. Otro suceso, más conocido, pero «sólo» en su aspecto de evidente menosprecio a los sentimientos religiosos de la mayoría de los ciudadanos, fue la célebre foto en Jerusalén apoyando a Carod Rovira con corona de espinas. «Dime con quien andas y te diré quién eres»: la gran sintonía, personal y política, de ambos, revela ya meridianamente lo que en realidad es Maragall; pero esa la burla de ambos a su propio papel político específico, el del «victimismo» nacionalista, muestra que no creen, que se ríen de su nacionalismo reivindicativo ante «Madrid», mera máscara que emplean para conseguir mayor poder personal esos cínicos que, en vacaciones, se despojan burlonamente de su disfraz.

Con esa personalidad íntima, y con esas facultades… irresponsables, no es difícil comprender el modo que este Maragall tiene de gobernar, ni el Estatuto que ha preparado para hipotecar y perjudicar gravemente nuestro futuro, que los catalanes realmente amantes de nuestra tierra y no cegados por el miedo o mezquinos intereses —y más, si cabe, los desterrados por ese nacionalismo excluyente, como un día por el de Franco- tenemos una imprescindible obligación de denunciar.