El origen social de las pensiones

El problema de las pensiones agita y divide hoy la opinión pública y al mismo partido del Gobierno. Conviene pues aclararlo, recordando sus orígenes y evolución, para comprender mejor su naturaleza. Antes, los ancianos ejercían casi siempre alguna actividad económica, al menos en la artesanía doméstica y cuidado de los niños; su escaso número de su pronta muerte minimizaba también su posible peso económico, asumido por las familias. Pero la industrialización acabó con la artesanía hogareña, y los niños fueron educados en la escuela, con lo que los ancianos perdieron su ocupación tradicional. Por otra parte, la mejora de las condiciones sanitarias multiplicó su número y sus energías: habrían podido permanecer pues más tiempo en plena actividad económica, pero precisamente entonces la sociedad les fue obligando a retirarse, cuando menos lo necesitaban y querían, para dar paso a Otros más jóvenes, que ahora también sobrevivían en mayor número por esas óptimas condiciones sanitarias.

Las pensiones actuales son en parte subvenciones que el Estado da a ciertos productores para que no lleven al mercado su fuerza de trabajo y, fundamentalmente, son la devolución que les hace de aquellos capitales que les ha obligado a formar con cuotas extraídas de sus salarios, impuestos, etc. Por tanto, los jubilados son, en general, acreedores a una pensión «completa», que han ganado con su duro trabajo de por vida, pagándole de sobra por anticipado. No deben pedir, sino exigir lo que no es una caridad, sino la devolución del capital acumulado por su trabajo y «cristalizado» y encarnado en todo lo que hoy es la sociedad: su gente, que han engendrado; su cultura, que han elaborado; sus bienes de producción y de consumo, que han construido y conservado, etc.

El derecho a una pensión digna alcanza también a aquellos a los que el sistema no ha dado los medios adecuados para acumular para su vejez, o han visto arruinadas las empresas y oficios en que ejercieron su actividad laboral, en sectores en los que se cotizaba poco, o nada, para la jubilación (campesinos, servicio doméstico, etc.). Esas personas no reciben hoy una pensión «regalada», que no tengan derecho a reclamar. Han trabajado tanto o más que los demás, y la sociedad de consumo se ha construido aprovechando de modo especial su duro y mal remunerado trabajo. Han sido así víctimas de un transformación social, de lo que deben ser indemnizadas.

La pobreza actual de muchos pensionistas no es pues fruto de su imprevisión; excepto en casos raros, han trabajado como hormigas. Es pues justo que con los recursos de todos se subvencionen unas pensiones dignas para ellos.