El origen sexual de los delitos

La publicación de los datos sobre la frecuencia de los deli-tos suscita siempre comentarios, que son útiles sí apuntan a sus verdaderas causas y por tanto posibles soluciones. De ahí que queramos salir al paso de un difundido artículo en el que se sostiene el origen sexual, masculino, del delito, basándose en que la mujer, «más realista», con «más sentido común», no delinque: «el delito es masculino porque es romántico, irreflexivo».

Esta teoría es en parte un remedo inconsciente de la tradicional concepción del pecado original. «El comer la manzana» ha sido interpretado con frecuencia por la tradición eclesiástica como un pecado sexual, lo que confirman, por su simbología propia, la historia de las religiones y el psicoanálisis. Este «origen sexual» del delito ha llevado a una exagerada insistencia en el pecado sexual, pasando por alto otros muchos de igual o mayor importancia. Ligado a ello, e inversa pero íntimamente relacionado con este «invento» sobre el origen del delito, se ha achacado el origen de todos los males de la mujer a Eva (Pandora, etc.). Donde hubiera un delito se tenía como evidente que había que «buscar la mujer», al menos como inductora, porque en el patriarcado la mujer no tiene poder, dinero o libertad para delinquir por su cuenta.

Ahí está, notan los especialistas, el nudo de la cuestión. Porque el delito es, por definición, una trasgresión grave del orden socialmente imperante, que exige para ser realizada un cierto desarrollo personal. Contra ciertos clichés, la verdad es que no se rebelan los más oprimidos, sino aquellos que ven frenado un desarrollo ya comenzado. El delito es paradójica-mente, como las revoluciones, un síntoma en parte positivo del deseo y capacidad de asimilación a la cultura imperante por parte de quienes así al parecer la combaten. Por imponerse una casta sin dar posibilidad ni esperanza de ascenso a las demás, había menos delitos en la India tradicional, Corno en la Alemania de Hitler o en la España de Franco. En modo paralelo, delinquen menos los inmigrantes menos asimilados, y más sus hijos, para acabar de integrarse al país.

Por supuesto, aquí, como en todo, hay graduación, y el «exceso» permanente de delitos muestra que hay problemas en la asimilación, como, en el ejemplo de las revoluciones, sería tan difícil negar que algunas de ellas tuvieran efectos beneficiosos en Europa occidental como afirmar que son buenas las ciento y pico de Bolivia. En el campo de los sexos, los delitos que van cometiendo las mujeres muestran que ya no se conforman con el papel pasivo de doméstica (da)s del harén del patriarcado tradicional. No es que antes fueran «realistas», sino que eran sumisas, aceptaban su «domesticación».