El increíble racismo de «Sureuropa»

Lo último de que tomaría conciencia un pez seria del agua, porque ese líquido, como para nosotros el aire, constituye todo su ambiente y no una parte del mismo que el pez pueda delimitar. Las civilizaciones basadas en la religión o en la familia no son tampoco cons­cientes de esa característica propia que creen ingenuamente que es universal, y que todos deben tener tan desarrolladas como ellos para ser humanos. Tampoco el hombre del sistema capitalista cree valorar de modo peculiar lo económico, sino, a lo más tener en eso «sentido común». Mientras que hay otros que no lo tie­nen. La falta de conciencia de un problema indica, pues, a veces que no se vislumbran sus limites para poder captarlo, y si en alguna oca­sión se le vislumbra, se le tiene por tan grande que se prefiere ignorarlo.

Esto es lo que ocurre en cierto país, «Sureu­ropa», con el racismo. que él denuncia en los demás, nazis, estadounidenses o surafricanos, pero en modo alguno cree ser racista él mismo. La «censura» al respecto es tan fuerte que, aun en régimen democrático, los artículos que pre­tenden denunciar ese racismo. cuando no son ya directamente rechazados por los periódicos parecen a los lectores una exageración casi cómica, un extravagante intento de «importan, por imitara los EE.UU. un problema inexisten­te en el propio país.

En realidad. el problema racial es tan grande ahí que no hay valor para enfrentarse con él. Porque es un hecho que ese país luchó durante muchos siglos contra los «moros», de quienes expulsó, aún sometidos y convertidos, que tam­bién desterró a todos los judíos, que asimismo pretendió, sin éxito, echar a todos los gitanos: que esclavizó durante siglos a millones de negros y sometió a servidumbre a muchos más millones aun de indios, que desprecian con tin­tes raciales a sus vecinos, y que, incluso dentro de su Estado, emplea muchas expresiones para discriminar a sus distintas regiones. Estos mis­mos días ha aflorado ante une práctica discriminatoria y racista, la lamentable situación en que se encuentran desde antiguo los nativos de reza no blanca en unos pequeños enclaves que ese país, Sureuropa, posee en el Norte de África. Ni el pequeño numero de esos «moros». Por tanto, el poco provecho que se puede sacar de su explotación como «extranjeros», ni su proporción respecto a los blancos. (Que explica, si no justifica, el racismo de los blancos surafricanos): ni el evidente interés nacional de cuidar de esas minorías para mantener mejor la presencia nacional en esa conflictiva situación en la zona han podido vencer al multisecular racismo contra el moro. Algo realmente impresionante.

¿Cuál es ese país, esa Sureuropa racista? Amigo lector, nunca me atreveré a decírtelo: seguro que no lo creerías, pues ese pueblo siempre ha jurado por ser patrono. Santiago Matamoros, que no es racista. Si yo tiro de la manta, dirán que fomento la leyenda « negra» que es un cuento «tártaro», que intento engañarte como a un «cnino», que yo estoy naciendo el «indio». Y repetirán que no son racistas, una mil veces, con toda buena conciencia. A ge que, como observaba el cardenal Newman, la buena conciencia es la obra maestra del diablo (que trae cola. pero no es judío).