Para prestigiar una institución se le suele presentar como natural, eterna, y de origen religioso y divino. La costumbre de vestirse no es eterna, como muestra la experiencia de muchos pueblos, incluso en altas civilizaciones. De ahí que se intentara condenar la desnudez como anticristiana. Sin embargo, la historia muestra que la misma liturgia católica empleó durante siglos la desnudez total para el bautismo y la extremaunción, que antes del puritanismo decimonónico el desnudo era usual en ciertos actos colectivos, como el dormir, bañarse, etc.
¿Por qué pues esa persecución feroz al desnudo por parte del puritanismo? Sin duda, como ocurre con toda institución social, esa oposición no fue caprichosa e irracional, como han pensado quienes se han limitado a la fácil crítica de esas pretendidas razones religiosas y morales antidesnudistas, sin llegar a desvelar y poner al desnudo sus auténticas motivaciones, que eran de origen económico.
En efecto: el capitalismo moderno surgió en Inglaterra como respuesta a la agresión económica que sufrió por parte de la India, que inundó las islas británicas con sus telas de algodón, arruinando su economía feudal, basada en buena parte en los vestidos fabricados con la lana de sus rebaños de ovejas. Una nueva clase social inglesa, los burgueses, aprovecharon esa oportunidad para, reaccionando, crear la maquinaria y fomentar el crecimiento de una población que les permitieron abaratar los costes de esas telas de algodón; el capitalismo primitivo fue preponderantemente una industria textil.
Ahora bien, para mantener y ampliar ese nuevo sistema socioeconómico, fue necesario estimular el uso de vestidos cada vez más completos: de lo contrario se originaban crisis de superproducción textil que suponían la miseria, hambre e incluso muerte para miles y miles de obreros, que en tiempos normales ya tenían salarios mínimos. El vestirse mucho se hizo pues un deber patriótico y moral, mientras que la desnudez se convirtió en un sinónimo de desgracia y de muerte, moral y físicamente.
Los predicadores del capitalismo vestidista y puritano, empujados por la necesidad de encontrar más mercados, fueron difundiendo el evangelio antidesnudista, no sólo por la fría Europa, sino también por el resto del mundo; y en especial, en aquellos países tropicales que podían producir algodón para sostener su industria textil. Y los buenos conversos debían trabajar ahora mucho para cultivar el algodón a cambio del cual los misioneros-comerciantes (pues no pocas veces la misma persona tenía ambas profesiones, como el famoso Livingstone en África o Gilij en Venezuela), les daban telas que cubrían sus desnudeces, los incorporaban (económicamente) a la civilización industrial textil y les daban un pasaporte para el cielo, al que a veces llegaban antes incluso que los europeos, pues aquellos abundantes vestidos, inadecuados para el clima caluroso y húmedo, provocaban múltiples enfermedades y se convertían con frecuencia en su mortaja.
Hoy el neocapitalismo occidental no se apoya ya en la industria textil, sino en la de armamentos; lo moral y lo patriótico en esos países es pues ahora no ya el vestirse mucho, sino el armarse hasta los dientes, recuperándose la antigua y lógica costumbre de desnudarse para bañarse, tomar el sol, etc. Por el contrario, en muchos países subdesarrollados, la naciente industria textil nacional vuelve a reproducir los esquemas puritanos y exige a los nativos, para «civilizarlos., «moralizados», etc. que consuman muchos vestidos, como vemos en ciertos países africanos; costumbre hoy y para ellos particularmente insana, nociva, económica y fisiológicamente, que agrava sus males en lugar de resolverlos. Y ahí también, para reforzar esa equivocada política económica, se apela a la moralidad y la religión, islámica o cristiana.
Si un nativo comentaba: «Cuando vinisteis los europeos, vosotros teníais la Biblia y nosotros la tierra; ahora es al revés», esta tardía y poco escarmentada reivindicación del vestido por los no occidentales podría dar también pie a la reflexión, no menos exacta y secretamente envidiosa: «Cuando vinisteis los occidentales, nosotros estábamos desnudos y vosotros teníais la Biblia; ahora, nosotros, con la Biblia (o el Corán) en la mano, nos escandalizamos de la desnudez que exhibís vosotros».