EL LENGUAJE SINTETIZA Y MANTIENE LA FILOSOFÍA DE UNA CIVILIZACIÓN, Y POR TANTO TODA MODIFICACIÓN DE CIVILIZACIÓN EXIJE UNA PARALELA MODIFICAICÓN DEL LENGUAJE. YA NO HABLAMOS COMO NEUSROS PADRES DE LIMOSNA, SERVIDUMBRE (EMPLEAD 0/AS) DE HGAR) ETC. Las feministas protestan con razón que un hombre valga más que mil mujeres: (Mil mujeres y un hombre estaban sentados»). Así lo denunciaba Nietzsche: «Estamos perdido, porque no creemos en Dios, pero todavía creemos en la gramática».
Esa modificación del lenguaje ha llegado a la misma denominación de los colectivos que, con el nombre de nacionalidades, se han convertido en la religión de nuestra época. Nuestra «civilización occidental y cristiana» hace tiempo que empezó a perder su segunda denominación. Y ahora se critica también lo de «occidental», algo que parecía estar incrustado natural, cósmicamente, en las estrellas o, al menos, planetas. Ya no es «la hora de occidental», del meridiano de Greenwich, invención del imperialismo inglés. Por comodidad se seguirá contando con ella, pero ya como acto voluntario, libre, no porque tenga que ser así. Estados Unidos ha contribuido a ese revisionismo lingüístico que en parte le favorecía, pero no como ombligo del mundo, sino como un occidente secundario: el próximo oriente para él no sería tanto un Israel, a tantos kms de sus c, — sino un extremo oriente japonés, a sólo— m kms.
No se critica de la misma manera el antropocentrismo imperialista incluido en las denominaciones «Norte» y «Sur», algo que lógicamente no interesa a Norteamérica. Sin embargo, la desmitificación de las falsas valoraciones escondidas bajo una denominación también aparentemente sólo eográfica y natural es mucho más necesaria aún, como indicamos a continuación. En efecto: el dividir el mundo en Oriente y Occidente, aparte del «delito imperialista» de haber sido decidido por occidente, no es demasiado negativo, por cuanto no hay un «imperio del Centro», como se autodenominara China y otros países: sólo había un meridiano central o inicial. Las palabras oriente y occidente tienen sentido vvalorativo especial, e incluso el oriente estaba ligado a veces a connotaciones consideradas como positivas, como el «ex oriente lux».
Sin embargo, las connotaciones Norte-Sur están están milenariamente ligadas a consideraciones valorativas en favor del Norte y contra el Sur. Máxime, en el aspecto social: los de arriba y los de abajo, alteza y bajeza, etc. Incluso geográfica, espacialmente, hay que guiarse por el Norte, que no hay que perder, y el sur está ligado a lo que se deja atrás, no hay que mirar, hay que olvidar. La importancia de esta jerarquización socio-«natural» la pone de manifiesto la misma resistencia que casi todos los lectores de esas líneas pondrán a reconocer la que la arbitrariedad de las denominaciones Norte-Sur equivale (e, insistamos, es aún mas nociva socialmente) a la de Oriente y Occidente. Sin embargo, es evidente que como basta un giro de 180 grados en el eje vertical del planeta para que Oriente esté en el lugar de Occidente, basta otro también de 180, en un eje terrestre horizontal, para convertir el Norte en el Sur.
SIN DUDA, EL GIRO EN EJE VERTICAL SE REALIZA CADA DIA, MIENTRAS QUE MÍNIMOS GIROS EN EL EJE HORIZONTAL HAN PROVOCADO CATÁSTROFES PLANETAS, A CUYA REPETICIÓN NO SOBREVIRÍA NUESTRA ESPECIE. Pero esta imposibilidad de cambio, que en un primer momento puede hacer feliz a un conservador del «Norte», deja intento el problema sobre cual es el «verdadero norte» En una visión ingenua del mundo, que aún predomina a nivel semiconsciente, las cosas estaban claras: el cielo estaba arriba, en el Norte, y el infierno abajo, en el Sur. La redondez de la tierra, aceptada con poca convicción después, modificó a regañadientes el lugar del del sur, del mal, del infierno, hacia el centro de la tierra; y se admitió que no era imposible que existieran «los antípodas», como algo raro, gente que no podían pisar fuerte, invertida.