Descripción del Marxismo

La crisis que se ha manifestado en el 28 Congreso del PSOE exige a todos los militantes un profundo esfuerzo de clarificación. Como militante de base, quien subscribe, sociólogo y pro­fesor de Ciencias Políticas, alejado 22 años del país por el franquismo, prepara una documen­tación para desmitificar las opciones (¡no sólo una!), trabajo comenzado en algunos libros, como «Mitos y Sociedad» (E. Labor). Pero el tiempo apremia. De ahí que le haya parecido útil traducir parte de un estudio sobre la significación práctica, política, del marxismo. No lo presenta como verdad absoluta (i:), pero el hecho que Roger Cailloix lo escribiera en Francia en 1950 (E. Gallimard) y por tanto no se refiera directamente a nuestra situación, quizá permita leerlo con más sangre fría y objetividad.

ADVERTENCIA

Este estudio no describe tanto al marxismo cuanto a la situación que se le atribuye. Se propone en primer lugar definir la naturaleza de los servicios que proporciona a los que lo profesan. /…/ «Sin duda es un gran honor para una doctrina el que un partido poderoso e incluso un gran Estado la reivindiquen oficialmente, reclamando incluso su monopolio. Pero es un honor costoso.. /…/»Más de uno concluirá al leer esto análisis que ataco indebidamente a grandes hom­bres. De ningún modo ¿Por qué estaría yo contra Marx o Engels o incluso contra su doctrina? ¿Acaso se está contra Copérnico, contra Faraday, o contra sus descubrimientos?» /…/ Otros -o los mismos- me acusarán ser enemigo del proletariado. La verdad es exactamente la contra­ria. Encuentro muy justificadas las -reivindicaciones de la clase obrera. No tengo miedo del socialismo y estimo además natural que el partido comunista, o la Unión soviética sigan la política que hayan escogido, con sus medios propios.

Mi intención, quizá no menos irritante, es mostrar con un ejemplo vivo lo que es la ortodoxia /…/ Mi objetivo es mostrar que una ortodoxia no es una verdad Inmutable, sino una ver­dad política, es decir, una verdad apoyada en un poder político y sometida a obligaciones po­líticas. Y me he arriesgado a ello porque me parecía que son demasiado pocos los que, entre los partidarios y adversarios de aquella que tratamos a continuación, se dan cuenta cabal del perfecto rigor del sistema y de las distintas consecuencias que de ello se deducen ne­cesariamente.»

1. CORTA HISTORIA DE UNA DOCTRINA

«Desde el comienzo, la doctrina de Marx y de Engels fue ambigua: a la vez científica y política. Ambos amaban la ciencia y la objetividad /…/ Tenían como objetivo transformar el mundo, pero les repugnaba tomar responsabilidad respecto al sentido de esta transformación: querían que estuviera dictada por la misma historia. Se las ingeniaron entonces para demostrar que ésta tenía como final ineluctable la justicia y la igualdad. Porque les parecía cándido, falaz y, para decirlo todo, idealista, desear ellos mismos la igualdad y la justicia. Se ru­borizaban de ello. Necesitaban que ellas estuvieran inscritas en el desarrollo necesario de la historia /…/ en sus distintas obras, parecen haber edificado un enorme andamio para persua­dirse que el ideal que su conciencia les manda desear no es sólo un sueño evangélico o humani­tario, una especie de residuo de la educación recibida y cuya profunda hipocresía se esforza­ban por desenmascarar. Intentaban garantizarla absolutamente.»

«Con el tiempo, como es corriente, la teoría en cuestión fue superada por la investigación científica». Los sabios son hoy día menos absolutos, más modestos. Las múltiples aportaciones han modificado profundamente todas las ciencias; en las sociales, incluso, las mismas palabras tienen ya sentido diferente. De ahí que casi no hay ya obras críticas sobre Marx y Engels, si bien, en otras disciplinas «sabios ingenuos, llenos de buena voluntad, convencidos que la victoria del partido comunista es lo único que puede mejorar la condición del pueblo, estiman que deben ayudarla en la medida de sus posibilidades. Se declarar marxistas por generosidad’: Se emplean citas generales de Marx, poco comprometidas; los problemas se resuelven apelando a la «dialéctica», a la «negación de la negación.. Afortunadamente, el marxismo no es un mate­rialismo .grosero».

II. DE DONDE VIENE LA FUERZA DE UNA ORTODOXIA

Por la palabra marxismo «no quiero designar las obras de Carlos Marx, sino el conjunto de fórmulas y la actitud psicológica de las que son las garantes históricas, independiente­mente del hecho que estas les hayan permanecido fieles a lo largo de tantas transformaciones y vicisitudes.»

«Como ciencia, la construcción de Marx no representa evidentemente sino un momento ya lejano de la economía política. y, como ocurre con frecuencia en las ciencias que se están formando, sus análisis y afirmaciones no han tardado en revelarse a la vez sumarios y teme­rarios (vicios que se generan v sostienen entre sí) /…/ de hecho (tomo mis ejemplos al azar), el nivel de vida del proletariado, en lugar de empeorar, no ha dejado de mejorar; la propor­ción de obreros, lejos de aumentar, tiende a disminuir, gracias a los progresos técnicos, mientras que aumenta notablemente la proporción de empleados y funcionarios, es decir, de los pequeños burgueses; por último, los países en que ha triunfado la revolución se han en­cargado de probar que socialismo no quiere decir necesariamente libertad ni incluso igualdad..

«Hay que preguntarse pues de donde viene el prestigio del marxismo. Pues este es inmenso, eficaz, tal eficaz que parece que sólo puede explicarlo la exactitud de la doctrina. Cuando se ve que esta es radicalmente engañosa, el asombro es todavía mayor, hasta al punto, estoy persuadido de ello, que cuesta menos a la mayor parte de la gente el tenerla por verdadera que el concebir el que haya podido, siendo falsa, deslumbrar a tanta gente tanto tiempo y que continué haciéndolo».

/…/»Esta doctrina tiene sus partidarios diplomados. El juego no es libre. La ha adoptado un partido poderoso que, como una Iglesia, no ve con buenos ojos a los librepensadores, es decir, a quienes quisieran fuera de él, de una manera desinteresada, dedicar su tiempo, su saber, su talento, al examen y desarrollo del sistema. En vano estos suplican y dan pruebas de docilidad. Hace falta que primero entren en el partido, y si no entran en él, está claro que rehúsan lo esencial».

/…/»Un autor ha observado la notable diferencia que separa las reacciones del fiel de una iglesia o miembro de un partido, según se encuentra ante sus superiores o ante profanos.

Ante los dirigentes, su humildad no tiene límites: ‘Yo no sé nada, dice, ellos lo saben todo’, Pero, en revancha, qué desde para con todos aquellos que permanecen en las tinieblas exterio­res; ‘Yo sé y ellos ignoran’. Se observa enseguida que una actitud de ese tipo en la discusión hace imposible todo debate intelectual, en el que debe vencer la evidencia o, al menos, la razón más poderosa: aquí la razón no cuenta, sino la autoridad indivisible de la comunidad a la que se adhiere. Se siente sostenido por ella. Y a su vez siente que es a ella a la que protege quien defiende los dogmas en los puntos más insignificantes» /…/ «No cede. Porque siente que cedería todo, si cediera en lo más mínimo. La explicación es sencilla. Para él, asentir o permanecer inconmovible no depende de error o de verdad, sino de lealtad o de trai­ción. Todo está cambiado: no se trata de ser comprensivo, sino de ser incorruptible..

/…/ «Ese prestigio escandaloso proviene por entero de la existencia de los partidos comu­nistas y de la Rusia soviética. Para decirlo con mayor claridad: no es el marxismo el que ga­rantiza la fuerza y la razón del partido comunista; es en todas partes el partido comunista, con el imperio que le apoya, un quinto del globo, como se repite bastante, los que hacen, por sí solos, la fuerza y la razón actuales de la doctrina marxista.

Sin ese partido, sin ese imperio, esta no sería ya, desde hace tiempo, sino una especie de curiosidad a la que se interesarían sólo unos cuantos eruditos. Al estudiarlos primeros co­mienzos de la economía política , esos arqueólogos hablarían entre sí de Marx como los historiadores de la química hablan de Lavoisier, como se cita en los manuales las teorías de los pre­cursores: sus inocentes errores hacen sonreír, pero sus justas intuiciones siguen obligándonos a admirarlos».

/…/ «En una fórmula conocida y mil veces repetida, se alaba a Marx y Engels por haber, disipado la ilusión idealista de la filosofía de Hegel y por haber puesto de nuevo sobre sus pies la dialéctica. Parece que sus discípulos la han puesto de nuevo boca abajo, ya que pare­ce tan necesario recomenzar la operación ¿qué hay de más contrario al materialismo histórico que el imaginar la existencia y las actividades de un partido, expresión de considerables es­tructuras económicas y políticas, como algo determinado por un sistema de ideas? ¿No es más conforme a las mismas tesis de la doctrinar el considerar que ella es más que la descripción objetiva y fiel de la realidad, el velo ideológico qué sirve para justificar las ambiciones de una clase?».

III. ORTODOXIA Y CIENCIA

/…/»Se siente que adherir al marxismo tiene un significado completamente distinto que el decidirse en favor de la física relativista o la geometría no euclidiana. En un caso, se trata de una elección intelectual, revocable de inmediato, y que no implica ninguna fideli­dad. En el otro, no se acepta sólo un sistema de hipótesis, sino que se adhiere deliberada­mente a una secta, se entra en una composición de fuerzas.»

/…/ Cada sabio ha superado a su predecesor y espera que será superado a su vez. Fs una especie de recia del juego. Pero una ortodoxia no puede Permitirse esos lujos. Tiene necesi­dad de una continuidad más firme. Esto se ve claramente con el marxismo, sabemos que quien ha bla de superarlo dice una blasfemia inexpiable. Muchos no comprenden el que personas que pre­tenden estar en la vanguardia del progreso científico manifiesten una aversión tan insuperable ante esa palabra superar que, por el contrario, debería entusiasmarles» /…/ «Pero desde el momento en que lo esencial no es ya conocer, sino combatir, resulta imposible un proce­dimiento normal. Los nuevos ortodoxos sostienen pues que se ha descubierto la verdad a me­diados del siglo XIX. Gritan que, con pretexto de superarla, lo que se •desea en el fondo es volver para atrás».

/…/»¿Quiere esto decir que el marxismo está condenado a una fijeza absoluta? De ninguna manera. Sólo está acordado que la doctrina es infalible. Ella no sirve incluso sino para eso. En todo caso, prácticamente no se le pide sino esa ostentación de infalibilidad. Por lo demás se permiten las interpretaciones más libres, a condición que estén cubiertas por la autori­dad del partido. Es lo que sucede con la inmutabilidad de los dogmas de toda la Iglesia.»

1…1.La confusión proviene, sin duda, del hecho que se acostumbra a convalidar al partido comunista a partir de la exactitud de la doctrina marxista, pero hemos visto que convenía partir de la hipótesis contraria, según la cual es la doctrina marxista la que saca su fuerza y su justificación de la existencia y de los progresos del partido comunista: este, sin duda, mantiene el equívoco, inocentemente por lo demás, porque necesita hacer descansar sus dere­chos sobre una autoridad incontrovertida, la de la ciencia, como hizo la Iglesia, que mostraba la revelación como garantía de su misión, cuando en realidad la teología que sostenía no – tenía otro apoyo que su potencia efectiva como comunidad ardiente y disciplinada».

/…/»Como sucedía antes en la Iglesia católica durante toda su historia, es la Iglesia la que define la ortodoxia, y no la ortodoxia la Iglesia. Es decir, en este caso, que es el par­tido comunista el que sólo tiene capacidad para definir el marxismo válido, más exactamente, el marxismo actualmente válido. El imprudente que intenta juzgar fuera de él, por principio no podrá llegar sino al error, incluso si, por casualidad, encontrara las conclusiones de los exégetas acreditados: Porque de lo que se trata, precisamente, es de no llegar a ellas por casualidad».

/…/»La gravedad del triunfo de Lyssenko no proviene en modo alguno del contenido de su tesis, sino de la naturaleza de sus argumentos. No dice a sus adversarios: ‘Vuestras experiencias no son válidas, las mías lo son, y prueban lo contrario de las vuestras. Renovemos unos — y otros las más rigurosas condiciones de control. Los hechos decidirán’, sino que les grita: ‘Vuestras conclusiones no están de acuerdo con el materialismo dialéctico. Son pues burgue­sas, reaccionarias, metafísicas y formalistas’. Y consigue contra ellos una condenación política, que llevó a su destitución, a veces incluso a su deportación. Tenemos aquí mucho más -de lo que se necesita para negar a la actitud de Lyssenko toda calidad científica, aunque sus teorías fueran las más exactas del mundo. El sólo hecho de que cuenten para imponerse con -la presión oficial más que con la razón basta para que se presuma que son falsas. Por lo de­más, esto no tiene apenas importancia. La ciencia abomina las excomuniones, y no tiene nada que ver con ellas. Cuando un congreso o un concilio se reúne con mucha pompa para negar validez a ciertas opiniones y para exigir que quieren las sostienen hagan la debida retractación, aunque esas opiniones controvertidas sean efectivamente imprudentes o erróneas, tales procedimientos revelan siempre una actitud inquisitorial, tradicionalmente extraña al auténtico es­píritu científico, que, seguro de la inevitabilidad de su victoria, deja desdeñosamente que el error muera de por sí. La ciencia convence, no fuerza.»

IV. PARA NE SIRVE UNA ORTODOXIA

/…/ Por grandes que parezcan ¿los beneficios compensan las pérdidas? El poder de la facción prestigia la doctrina. Pero ¿por qué se toma esa molestia?».

/…/ «En general, las relaciones de la doctrina y de la política dentro de un partido no crean muchos problemas, porque la doctrina permanece tan vaga y sin relieve que no juega un gran papel en la práctica. No consiste sino en una especie de orientación general, de inspi­ración más sentimental que intelectual, que basta no enfrentar demasiado directamente. No -implica ninguna táctica especial. Agrupa sólo a los partidarios de un mismo programa».

/…/»Hay pues que Preguntarse cual puede ser la utilidad cotidiana de esa doctrina para este partido, lo que representa para él, y como puede combinar entre sí las exigencias teóricas y la necesidad práctica». /…/ «En realidad, y paradójicamente, el hecho que la doctrina date de un siglo y que corresponda tan poco a la realidad no deja de facilitar las cosas. En el momento en que la elaboraron, sus autores conocían una situación completamente distinta. La coyuntura se ha modificado. El tiempo ha hecho su obra. Está claro que los antiguos impe­rativos no son ya válidos, ni incluso aplicables. Simplemente, ya no tienen sentido» /…/ «Más vale prohibir esas disputas que huelen a teología y que, en todo caso, no conseguirían sino debilitar la facción.

Por lo demás, se sabe que nunca conviene la tozudez en la política. Hay que saber sacrifi­car temporalmente la pureza de la doctrina a las necesidades de la acción. Porque lo que gana la batalla no es la pureza de la teoría, sino la fuerza del partido. Si el partido es podero­so, triunfará, y en ese momento restablecerá la doctrina en toda su pureza. Entonces podrá ha cerio. Y en el fondo es la única oportunidad que tiene la doctrina de vencer un día.

Estas razones son indiscutibles: no se puede despreciarlas sin condenarse al fracaso. De ahí que sean siempre la última palabra. La consecuencia es que, a partir de un cierto punto, determinado por el mismo volumen del partido y por su mismo crecimiento, no es ya la política la que determina la política, sino, por el contrario, la política la que define la doctrina, o, más bien, aquello que en la doctrina es ahora válido, lo que importa subrayar y tomar como guía, quedando entendido que la doctrina en sí, en su esencia, per­manece invariable. Se subraya por el contrario que continúa cubriendo con su infalibili­dad permanente e indivisible la política ahora seguida.

Una extrema elasticidad puede permitir entonces los giros más sorprendentes; nunca es difícil para los doctores el justificarlos después. No se necesita sino ingeniosidad.

Pero, si no los pide la doctrina, ¿cómo decide entonces el partido esos giros? ¿Conforme a qué prudencia? Este es el lugar para acordarse que, junto a una ciencia discutible. el partido dispone de un indiscutible saber. No tiene sólo una vana doctrina económica, sino también un conjunto de recetas extraídas de una experiencia incomparable en la lu­cha revolucionaria. Ellas son las que cuentas, y ante la seriedad del tema se callan en su provecho la palabrería y los filósofos. Se ha observado con frecuencia que Lenin, que comentaba tan bien a Marx para los demás, anotaba por cuenta suya a Netchaiev y Clause­witz, y que seguía mejor sus máximas implacables en la conducta política concreta.

¿Por qué asombrarse? Hay reglas centenarias de conducción de hombres cayos Principios no varían demasiado, y hay que tomarlas donde se encuentren. Adaptables a cualquier fin, aun que haya fines que las rechacen, estas reglas definen una técnica más o menos perfecciona da que conviene juzgar sólo por su eficacia».

/…/»Al principio, cuando la facción es débil, puede sin aran peligro obedecer a las consignas que se deducen inmediatamente de la ideología; por ejemplo: «Proletarios de to­dos los países, uníos.. Mientras que se es un grupo Pequeño, puesto fuera de juego por su misma insignificancia, puede desdeñar las contingencias; en el abanico de fuerzas, la facción no corresponden en efecto, en sus comienzos, sino a algo sin importancia; no tiene responsa­bilidades. Se toman las decisiones importantes políticamente sin tener siquiera en cuenta su existencia, por lo que ella puede limitarse a una actitud completamente doctrinal de rechazo sistemático. Gana más que pierde por permanecer intransigente, al atraer a los descontentos por la violencia de sus recriminaciones.

Por el contrario, más tarde, cuando el partido representa una fuerza apreciable, se encuentra por eso mismo sometido a mil nuevas obligaciones: hace falta que se ajuste incesantemen­te a la realidad, que conserve contacto con las masas, que no comprometa las posiciones con seguidas, que satisfaga a intereses divergentes, etc. etc. Se hace muy difícil tomar una decisión sabia e irreprochable. Hay que pesar con cuidado las ventajas y los inconvenientes de cada actitud. Se reemplaza las máximas implacables con las fórmulas de conciliación. Los oportunistas ocupan los puestos más visibles. Se sacrifica a los extremistas, mientras sucede lo contrario en período de reflujo, cuando hay que actuar con rigor, para apretar filas. Son le­yes simples las que gobiernan esos grandes movimientos.»

/…/ «Una certeza fundamental, un consuelo esencial en que cada cual puede extraer la es­peranza necesaria para perseverar sin tener éxito, una doctrina que se sirve del escrúpulo y de la autoridad de la ciencia y por la que se encuentra corroborada de antemano toda decisión, cualquiera que sea, he aquí los mejores instrumentos para dominar a los hombres y obtener mi­lagros de ellos». /…/ Pero, ¿quién garantiza entonces que los comunistas no sean en reali­dad discípulos de Pareto y que no se sirvan del marxismo (de buena fe, de acuerdo), sólo corlo de la ideología que ,)des es más rentable, como un vocabulario que se ha tenido la suerte de heredar y se ha conservado por instinto o por astucia?

Por lo demás, no tienen por qué asombrarse de esta conclusión: se encuentra estrictamente dentro de la lógica de su sistema, y para que puedan verificarlo les bastaría aplicarse a sí mismos ese método infalible que tanto se enorgullecen de poseer. ¿Quien, en efecto, supo de­nunciar mejor que ellos las ventajas de una ideología? Porque hace falta una ideología. Seria vano imaginar que, primando sobre todo lo demás la conquista del poder, la doctrina no sirva sino como ostentación y que convenga hacer economía Por el contrario, aumenta su utili­dad real por el desprecio en que se la tiene en la práctica y por el ostensible respeto con que se la trata.