Cartas a la prensa – Deportes – 2004

20040705. El fútbol enseña.

                       ¿Quién dijo que del fútbol no podía aprenderse nada nuevo? La victoria de Grecia en el campeonato demuestra tanto que el dinero no lo puede comprar todo como que las estrellas se estrellan cuando no lo son tanto que sepan combinar su maestría individual con un trabajo en equipo.

200409XX. Convertir el futbol en otro comercio.

     El rey Midas murió de aburrimiento por hacer oro cuanto tocaba. El talante de nuevos ricos nos ha convertido en un país de tenderos, que sustituye todo el interés por lo que el otro es, hace, piensa o siente por un chato y vulgar: «¿Qué vendes?». No es esta una crítica moralista, ni menos aún una actitud ascética. Al contrario: lo que denuncio es que hemos perdido el saber vivir la diversidad placentera de la existencia, adoptando un gris monocultivo económico.

     Ejemplo claro de ello, el deporte se ha convertido en asunto de profesionales, los clubs en sociedades anónimas, y todo se mide en cifras monetarias. Ganar, ganar a cualquier precio, como no tiene rubor en confesar el actual entrenador del Betis, Clemente, para -en definitiva- ganar más dinero.

     Así hasta el Betis, equipo de enorme solera deportiva, del mejor señorío sevillano, incluido el elegante menosprecio por la rentabilidad del triunfo, -“¡Viva el Betis manque pierda!”-ha llegado al vergonzoso extremo de aprovechar un error momentáneo, involuntario y sin consecuencias en el resultado de su adversario para robarle legalmente en el despacho la victoria que no supo obtener en el campo.

      Es el colmo de la anti caballerosidad y anti deportividad, la negación de lo que siempre fue el Betis, en favor del nuevo Betis S. A., otra empresa económica sin escrúpulos. Y todo ello, que es lo peor, con la complicidad e incluso abierto apoyo de los nuevos béticos. Es peor que una «mera» inmoralidad: es una profunda, crónica y, al parecer, casi incurable necedad.

20040927. Fútbol monstruoso.


                       “-Pero hombre, ¿cómo quiere que un multimillonario como yo se interese en dar pataditas a una pelota?” Así resumía hace poco un humorista la crisis del fútbol, ahora reflejada, una vez más, en la salida del entrenador Camacho del Real Madrid.

                         El exceso de dinero, y la consiguiente desmesurada fama y poder que ello comporta, rompe el equilibrio psíquico de casi cualquier persona, o la lleva a implicarse en negocios que muy poco o nada tienen que ver con el fútbol, cuando no  le son directamente contrarios, tales como el hacer publicidad de las drogas legales.

                          Lo mismo ocurre, en mucha menor escala, por no estar tan de moda, con otras profesiones. Recuerdo la anécdota de José Pla, un profesional con verdadera vocación, que rechazó un contrato millonario para escribir en una publicación estadounidense, porque “esa cantidad estropearía mi presupuesto”, distrayéndole de su ocupación de escritor. El fútbol espectáculo y negocio acaba en una total corrupción de la profesión, del arte, del deporte en sí, sometido a esa monstruosa presión deformadora, en beneficio de unos pocos. Y así estamos.

20041120. Racismo fútbol.

Con perspectiva histórica, y quizá no menos que el asesinato de la dominicana Lucrecia, el masivo, repetitivo, televisivo, internacional espectáculo racista del choque futbolístico con Gran Bretaña en Madrid quedará como uno de los principales hitos en la tan tardía y amarga, pero necesaria toma de conciencia del tremendo problema de racismo español. Prejuicio tan profundo y omnipresente que –como el agua para el pez- resulta difícil comprender en su integridad. Y más difícil es aún confesarlo, de modo que todos los días escuchamos en bares y calles a quienes gritan ellos  no son racistas, pero que es “natural” tratar como hacen a  negros, moros, sudacas, etcétera… explotando su trabajo en casas, comercios, fábricas o campos.

Campeones en ese negocio de “discriminar para explotar”, grandes intereses  crean o manipulan “ONGs” fomentadoras de la discriminación y el odio, entre las que desde hace tiempo que se han  tristemente destacado muchos equipos de fútbol que, bajo capa de “competición deportiva”, cobijan de muchas maneras a algunas  bandas de extremistas que, como es notorio, pasan con demasiada frecuencia de la violencia verbal a la física. Fechorías que son ocultadas, minimizadas e incluso fomentadas por ciertos “comentaristas”, predicadores del odio a esas minorías discriminadas y explotadas.

Ante esta crisis,  está claro que, a una  con las administraciones no corrompidas que estén realmente al servicio del bien público, todo ciudadano decente debe enfrentarse y combatir a quienes se apoderan de nuestro nombre y nuestra bandera para hacer del nacionalismo su vergonzoso negocio, arruinando el buen nombre y hasta la  economía de sus  conciudadanos, como se quejan muchos –con razón, pero a veces, sin tener el mínimo pudor de reconocer que nos lo merecemos por haber tolerado que las cosas lleguen a este punto- que sucede ya con el turismo, la Olimpiada del 2012 y un larguísimo etcétera, incluso en el plano estrictamente económico.

20041123. Racismo fútbol normal.

Mi marido me pega lo normal”. Esta frase ha quedado como símbolo de un sistema machista que nuestra sociedad ya no puede tolerar, por más que el machismo sea todavía “típico” de ciertas subculturas étnicas que se empeñan,  al menos en parte, en reivindicarlo, como señal de identidad y parte de su peculiar “moralidad”.

En modo parecido, la frase  que acaba de pronunciar un futbolista negro, el centrocampista del Valencia Sissoko: “Estoy acostumbrado a que me insulten”, muestra la “normalidad” y profundidad de un repugnante racismo que, como ciertos extremismos políticos y cloacas de dinero negro, han encontrado en el fútbol no sólo su desaguadero, sino su caja de resonancia y multiplicación, para mayor daño de nuestra convivencia e imagen, incluso a escala internacional, como estos días.

Hay, pues, que sanear a fondo esta estructura, eliminar las ratas y cucarachas que se esconden en sus bajos fondos y devolver a ese espectáculo su sano espíritu deportivo y competitivo, hoy tan desfigurado por las peligrosas alimañas que proliferan en la podredumbre que ellas mismas han engendrado.